Intrahistoria del Gol del Siglo

El 22 de junio de 1986, hace justo 35 años, el recorrido memorable de Maradona en el Azteca escondió pequeñas anécdotas y grandes interpretaciones, venganzas y cuentas pendientes que resumen décadas de rivalidad entre Argentina e Inglaterra.

Fermín de la Calle.- Beardsley, Reid, Butcher, Fenwick y Shilton. Una letanía que se recita de memoria en la Argentina futbolística con la misma naturalidad con la que se recitan los componentes de la Máquina de River o los 16 equipos de la provincia de Buenos Aires que han jugado en Primera División. Pero la realidad es que Peter Beardsley, Peter Reid, Terry Butcher, Terry Fenwick y Peter Shilton forman, sin pretenderlo, parte del paisaje de la obra más excelsa de la historia del fútbol. La que pintó Diego Armando Maradona en el estadio Azteca de México Distrito Federal el 22 de junio de 1986 en el minuto 54 de cuartos de final entre Argentina e Inglaterra tras recorrer 53 metros en 10,6 segundos. El gol del siglo. Un escenario en el que participaron otros secundarios ilustres como el Negro Enrique (“con el pase que te di solo podía acabar en gol”), un Jorge Burruchaga que le acompañó como testigo privilegiado todo el lance, o un Jorge Valdano que entraba por el segundo palo y al que Maradona estuvo toda la jugada pensando cómo asistir.

Pero los ingleses han quedado marcados por su irrelevante participación en aquel eslalom convertido en pop-art por la excelencia del carasucia de Villa Fiorito. Una postal que esconde decenas de intrahistorias. La primera, y quizás la menos conocida, la de la camiseta azul que lucía aquel día Argentina. Carlos Birlado, maniático obsesivo, advirtió meses antes del Mundial de que el calor asfixiante de México DF exigía prendas especiales y ordenó una reunión con los representantes de la marca que vestía a la albiceleste, Le Coq Sportif. El Narigón exigió una camiseta que transpirase de una tecnología llamada Air Tech. Y la marca francesa le hizo caso, pero solo para la indumentaria titular. Así, llegaron los octavos ante Uruguay y Argentina tuvo que usar su segunda zamarra, una camiseta azul que pesaba más y no dejaba transpirar, coartada perfecta para justificar el bajón físico de los suyos en el tramo final de aquel partido. Argentina logró el pase a cuartos, donde esperaba Inglaterra. Y la mala suerte quiso que los sudamericanos volvieran a tener que vestir su camiseta alternativa. Al enterarse de ello, Bilardo se negó a reutilizar aquellas pesadas camisetas. El técnico estaba tan obsesionado con la altura, el calor mexicano y los efectos combinados de ambos que pidió a sus jugadores llegar a la Copa del Mundo pasados de peso un par de kilos, en previsión de la deshidratación. Eso explicaba sus paseos por las habitaciones de los jugadores con bandejas de sandwiches o los peculiares desayunos del equipo, en el que todos bebían Coca Cola.

Argentina logró el pase a cuartos, donde esperaba Inglaterra. Y la mala suerte quiso que los sudamericanos volvieran a tener que vestir su camiseta alternativa. Al enterarse de ello, Bilardo se negó a reutilizar aquellas pesadas camisetas. 

El seleccionador, enterado del contratiempo de volver a vestir la segunda equipación, ordenó a un empleado de la AFA salir a comprar unas camisetas livianas y transpirables. La misión de arqueología textil fue encomendada a Rubén Moschella, quien se perdió por los recovecos de las calles del DF buscando el exigente pedido. Después de visitar seis comercios adquirió dos zamarras que podían satisfacer al seleccionador. Ambas de Le Coq, pero ninguna con la cacareada tecnología Air Tech. Moschella temblaba ante las posibles reacciones de Bilardo. Pero el azar se puso de su lado. Andaba el seleccionador testando las prendas con cara de pocos amigos cuando entró Maradona, que cogió una de ellas y dijo: “Qué linda remera. Con esta le ganamos a Inglaterra”. Y Bilardo, maniático y amante de las cábalas, entendió aquello como una señal. Moschella partió raudo hacia la tienda de la prenda elegida y compró 38, una para cada tiempo para los 19 jugadores de campo. Ahora solo quedaba customizarlas.

El seleccionador, enterado del contratiempo de volver a vestir la segunda equipación, ordenó a un empleado de la AFA salir a comprar unas camisetas livianas y transpirables. La misión de arqueología textil fue encomendada a Rubén Moschella, quien se perdió por los recovecos de las calles del DF buscando el exigente pedido.

Bilardo, que tenía amistades en el América mexicano, levantó el teléfono y rápidamente un diseñador del club reprodujo el escudo de la AFA olvidando, en un error más divertido que imperdonable, los laureles del escudo. Aquello pasó a las bordadoras del equipo, que inmediatamente se pusieron a la tarea. Para terminar la faena se colocaron unos números plateados que en realidad habían sacado de unas camisetas de fútbol americano. Si uno además revisa la camiseta encontrará en la etiqueta una pista que delata el embrollo: 'Hecho en México'. Todo ello fue delatado por una grabación de vídeo que el grupo había convertido en fetiche en el Mundial. La cámara la compró Néstor Clausen en el mismo México y ejercía de camarógrafo el mismísimo Julio Olarticoechea. Bilardo había convertido la broma de los vídeos en obligación por su obsesión por los rituales y en la imagen se aprecia como Jorge Burruchaga se dirige a la cámara y explica: “Esto es increíble. Falta un día para jugar contra Inglaterra y estas mujeres nos están arreglando la camiseta”. La siguiente imagen es la de las bordadoras mexicanas cosiendo los escudos de Argentina sobre las camisetas compradas.

VENGANZA
Esa remera es parte de la historia de Argentina y del fútbol porque es la que lucía Maradona cuando arranca el eslalom en que guapea a media selección inglesa. Aquel día hacía un calor especialmente pegajoso y 114.000 espectadores abarrotaban el estadio Azteca para ver un duelo en el que los argentinos se jugaban mucho más que un partido de fútbol. Lo confesó Burruchaga meses después: “Sin duda tenía un significado diferente. Sabíamos que no recuperaríamos a los muertos de la Guerra de las Malvinas, pero sí que traeríamos algo de felicidad si nos cobrábamos venganza con Inglaterra”. No era la única cuenta pendiente con los hijos de su Graciosa Majestad. 20 años atrás, en el Mundial celebrado en 1966 en suelo inglés, los argentinos fueron derrotados en Wembley en cuartos de final por los ingleses con un solitario gol de Geoff Hurst que los sudamericanos protestaron por fuera de juego del delantero. Fue el partido en el que el árbitro alemán Rudolf Kreitlein pitaba todo a favor de los anfitriones y el capitán argentino Antonio Ubaldo Rattín se cansó. “Hasta inventa manos”, espetó Rattin al colegiado. El problema es que El Rata no hablaba alemán ni inglés y Kreitlein no entendía castellano. El árbitro decidió expulsarle por su actitud. No había tarjetas y Kreitlein le señaló el camino del vestuario, pero Rattin se negó a marcharse y estuvo 10 minutos en el campo. El alemán explicó así su decisión: “Me miró con mala intención, por eso me di cuenta de que me había insultado”. Cuando el argentino aceptó la expulsión lo hizo limpiándose el sudor con la bandera británica de un córner, entre insultos de la grada, y sentándose en el terciopelo de la escalera que accedía al palco. Toda una afrenta para los ingleses. Los jugadores capitaneados por Rattin fueron recibidos en Buenos Aires como héroes maltratados por los ingleses. Comenzaba una rivalidad histórica.

No era la única cuenta pendiente con los hijos de su Graciosa Majestad. 20 años atrás, en el Mundial celebrado en 1966 en suelo inglés, los argentinos fueron derrotados en Wembley en cuartos de final por los ingleses con un solitario gol de Geoff Hurst que los sudamericanos protestaron por fuera de juego del delantero.

Pasaban nueve minutos de la segunda parte y Argentina ganaba gracias a un gol que había desquiciado a los ingleses. Ya saben qué gol. El inglés Hodge desvió un pase cerca del área y la pelota salió en globo hacia el área de Shilton, quien saltó presto a despejar. Pero Maradona acudió al desafío y supliendo su falta de envergadura con picardía y mucha calle metió discretamente la mano izquierda dando un puñetazo al balón para alojarlo en el fondo de la red inglesa. Fue una décima de segundo, un picotazo letal que no acertaron a ver ni el árbitro Ali Bin Nasser ni su ayudante, el linier búlgaro Bogdan Dochev. El colegiado tunecino contaba así lo ocurrido: “Si repasas el partido, puedes ver que Dochev estaba en una mejor posición. Yo tenía mis dudas, pero cuando vi que el juez de línea corría hacia el círculo central, di el gol porque estaba obligado a seguir las reglas de la FIFA”.

Bin Nasser no fue el único que tuvo dudas sobre la jugada. Barry Davies, comentarista de la BBC, pensó que los jugadores de Inglaterra pedían fuera de juego. Maradona comenzó a celebrar, pero miró hacia atrás un par de veces como si esperase el silbato del árbitro. Sabía lo que había hecho, pero esperaba que no le hubieran visto. Cuando Burruchaga llegó a su altura en la celebración le preguntó “¿lo has hecho no?” y Diego le dijo: “Festeja que no lo han visto”. Y el gol subió al marcador ante la indignación de los ingleses y en especial del portero Peter Shilton: “Me desafió por una pelota alta y sabía que no llegaría de cabeza, así que lanzó la mano. Una clara ofensa. Engañando. Sabía lo que había hecho. Todos lo hicieron, excepto el árbitro y dos jueces de línea. Maradona tenía grandeza, pero no deportividad”. Shilton nunca se lo perdonó: “Me preguntaron si me sentaría con Maradona y siempre dije que estaría feliz de hacerlo si pensase que se iba a disculpar. Hubiera estrechado su mano. Pero nunca me dio sensación de que pudiera suceder. Una vez me pidieron que fuera a un programa de entrevistas con él en Argentina, pero tuvo problemas de salud. Sentí que todo iba a ser una farsa, así que me mantuve alejado y creo que tomé la decisión correcta. La mayor parte del equipo de Inglaterra que jugó en México se siente igual que yo hasta el día de hoy”. Años después aparecieron fotos de Maradona de vacaciones en Túnez abrazando a Bin Nasser, el controvertido árbitro del partido.

Con Inglaterra aún fuera de sí por la concesión de gol, tres minutos después el Negro Enrique entregó un pase a Maradona que Diego recibió en una situación comprometida. En su campo, de espaldas a la portería inglesa y presionado por Peters, Reid y Beardsley. En la imagen además se cuela la sombra sobre el césped de la inquietante araña del sistema de megafonía del Estadio Azteca. Diego la pisa con la izquierda para ganar tiempo y situar a sus marcadores. Luego se zafa de ellos con una ruleta que le permite quedar encarado hacia la portería rival con un pasillo ante él y Reid con el aliento en su nuca.

Con esa maniobra desenganchó de la jugada a Beardsley, que la recuerda “majestuosa y, sobre todo, explosiva partiendo de una posición de parado y de espaldas. Era un jugador con unos recursos ilimitados capaz de ejecutar movimientos que el resto ni siquiera imaginábamos que se podían hacer”. Reid recuerda perfectamente la agónica carrera tras el genio argentino: “¡Traté de atrapar a Diego, pero era como un caballo viejo persiguiendo a un potro de carreras! Todavía tengo pesadillas sobre aquel gol. Eso fue una trampa, y tuve la oportunidad de decirle eso años después. Pero el segundo gol, si se considera en cuartos de final de la Copa del Mundo, en el calor abrasador de la Ciudad de México, fue uno de los mejores que veremos. Maradona tenía sus demonios, pero es uno de los mejores futbolistas que jamás haya pisado el planeta. Es difícil elegir entre él y Pelé. Años después me invitaron a una sesión de coaching que Diego estaba haciendo en Dubai. Había subido de peso y estaba lanzando tiros libres mientras fumaba un puro. Con el cigarro en la boca, ese pie izquierdo seguía empujando la pelota a la escuadra. Por mucho que nosotros los ingleses quisiéramos que no nos gustara, Maradona era un tipo encantador fuera del campo. Era sociable y apasionado. Cualesquiera que sean nuestros recuerdos de él, su legado será el de un genio del fútbol, uno de los mejores que hemos visto”.

 Reid recuerda perfectamente la agónica carrera tras el genio argentino: “¡Traté de atrapar a Diego, pero era como un caballo viejo persiguiendo a un potro de carreras! Todavía tengo pesadillas sobre aquel gol"

Con Reid rendido por el arranque potente del Pelusa, el siguiente que apareció en el camino fue Terry Butcher, uno de aquellos defensas que no se andaban con remilgos a la hora de sacar de los partidos a los rivales. Sin embargo, Maradona lo dejó atrás con una facilidad insultante recortando hacia adentro con su izquierda. Butcher estaba aún furioso por lo ocurrido minutos antes: “Nunca le perdonaré. No es agradable perder los cuartos de final de la Copa del Mundo en esas circunstancias. Es muy difícil perdonar y olvidar en esas circunstancias”. Butcher se mudó después del Mundial a Escocia, donde le persiguió la Mano de Dios y ser una de las víctimas del eslalom en el Gol del siglo: “Vi más camisetas de Argentina en Escocia que en México, la gente me gritaba 'Argentina'. No tengo un muñeco de Maradona en casa con alfileres, pero no habría sido una mala idea. Nunca lo superaré”.

El siguiente en cruzarse en su camino fue otro Terry, esta vez Fernwick. El central ya había recetado a Diego un tratamiento especial en el partido. “Le pegué dos o tres veces. Pensé 'ya está hecho'. Estuvo fuera de la cancha durante cuatro minutos y medio después de una de las veces que le golpeé, pero cuando me di la vuelta ya estaba listo para volver. ¿Qué diablos tengo que hacer para detener a este hombre?, pensé. Era un pitbull y volvía a por más todo el tiempo. La pelota estaba pegada a ese pie izquierdo siempre. Traté de intimidarle, pero él siempre estaba ahí, listo para más. No le dije ni dos palabras, pero él estuvo charlando conmigo de principio a fin. Estaba lleno de confianza, sabía que era mejor que el resto. ¡Qué jugador!", recordó el central. Maradona vio venir a Fernwick y afrontó el regate más comprometido de la jugada. Diego amaga con el cuerpo y el defensa duda si entrarle o aguantarle la carrera. Así contó Diego el lance: “Cuando yo veo dudar a Fernwick, le tiro la pelota delante. Se la tiró a él y cuando se lo tiró a él, me quiere meter la mano. Pero yo venía a 100 por hora. A mí no me paraba nadie…”. El defensa inglés confesó años después: “Arruinó mi carrera internacional aquel día, con aquella jugada. Al principio estaba amargado y escocido por el gol de la mano, pero me hizo más daño la del segundo. Pensábamos que teníamos los mejores 11 jugadores en el campo, pero ellos tenían al mejor jugador del mundo. Este tipo era increíble. No importaba cuántos defensores había a su alrededor. Dale la pelota y te destruirá. Este tipo arruinó mi carrera internacional en 90 minutos. Pero no fue por más de 20 años que me senté y me di cuenta de que había jugado contra el mejor jugador que jamás haya existido”. Y una vez superado Fernwick, y ya dentro del área inglesa, solo restaba Shilton.

SHILTON
El portero recordó perfectamente cómo afrontaron el partido y el marcaje a Maradona: “Pensamos que estábamos listos para Maradona. Aquel partido era el más importante que muchos de ese equipo de Inglaterra habían jugado y él era su jugador más peligroso. No había planes especiales para él, ni marcas a hombres. Simplemente dijimos que vigilaríamos sus carreras, trataríamos de cortarlo y no dejarlo entrar en su ritmo. Durante casi una hora funcionó”. El portero inglés salió al encuentro de un Maradona que lo recuerda así: “Cuando voy a patear, lo veo a Shilton que me tapa todo el arco. Entonces le amagó, la juego cortita y Shilton queda despatarrado y la empujó. Justo después de tocarla siento una patada de Butcher en la derecha, en el tobillo, que me rompió el tobillo... Pero era tan grande la alegría del gol, que no me dolió”. “¡Genio! ¡Genio! ¡Genio! Ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta-ta... ¡¡GOOOOOOOOL!!! ¡¡¡¡GOOOOOL!!!! ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme... Maradona, en recorrida memorable, en la jugada de todos los tiempos... Barrilete cósmico... ¿De qué planeta viniste para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Argentina 2 - Inglaterra 0. Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona... Gracias, Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2-Inglaterra 0”.

 

El uruguayo Víctor Hugo Morales regalaba en Radio Argentina una narración histórica de aquel tanto. Shilton admitió la grandeza de la obra del Diez: “Anotó un segundo gol brillante casi inmediatamente después del primero y creo que todavía estábamos recuperándonos de lo que había sucedido minutos antes. Por primera vez en el juego, le dejamos correr y marcó. Fue un gran gol, pero no teníamos dudas: sin el primer gol, no habría marcado el segundo. No estábamos en el estado de ánimo adecuado después de lo sucedido. Cuando sabes que alguien está haciendo trampa, en un gran partido como ese, se te revuelve el estómago. No estábamos sintonizados en defensa después de lo ocurrido... Pero no puedes quitarle nada de mérito al segundo gol. Maradona hizo lo que es capaz de hacer”. Pero no todos pensaban igual en la selección inglesa. John Barnes, la estrella del Liverpool, se pronunció de forma diferente: “Todos éramos futbolistas internacionales y habíamos jugado al fútbol profesional durante mucho tiempo, por lo que habíamos visto muchas injusticias. Que profesionales afirmen que quedaron en shock por la jugada del gol con la mano me sorprendió. Decir que tuvo algo que ver con el segundo gol es una tontería. Sí, hubo un sentimiento de injusticia. Pero no afectó a la forma en que actuamos”. El partido no terminó cuando el árbitro pitó el final, con 2-1 después de que Lineker acortase distancias y los ingleses embotellaran a los argentinos. Minutos después del final a Maradona le tocó vivir otro episodio con el que no contaba. Le tocó pasar por el control antidopaje y allí se encontró de nuevo con Terry Butcher, que era uno de los tres ingleses elegidos junto a Gary Stevens y Kenny Sansom.

“Entró a la sala y era la última persona que queríamos ver”, recordaba Butcher. “Él no hablaba inglés y yo no hablaba español, pero cuando le pregunté si había usado la cabeza o la mano, me señaló la cabeza. ¡Quizás nos mintió porque se encontraba en una habitación pequeña con tres ingleses que no estaban precisamente contentos! Probablemente eligió la opción segura, pero eso me irritó aún más. Si hubiera entrado y hubiera dicho: 'Fue mi mano y me disculpo', entonces probablemente solo lo habría golpeado cuatro o cinco veces en lugar de las 20 que me pedía el cuerpo. Pagaría miles de libras por estar en esa habitación de nuevo después del partido ... Digámoslo así”.

» Museo de Manchester Tras pasar décadas en el desván de Hodge, la camiseta luce en una exposición.

LA CAMISETA
Además, Maradona había entrado en la sala de antidopaje vestido con una camiseta inglesa, concretamente la de Steve Hodge, con quien se la intercambió. “Yo caminaba afligido por el pasillo interno del estadio y cuando estaba llegando a la zona de vestuarios me crucé casualmente con Maradona. Le hice una señal para intercambiarnos la camiseta de forma casi instintiva, porque no la había cambiado con ningún rival en todo el torneo. Pero Diego aceptó y sin darme cuenta hice el mejor negocio de mi vida. Después entré en mi vestuario, que era un funeral, me callé y guardé la camiseta en mi bolso”, recuerda el futbolista inglés. Hodge publicó su autobiografía, que tituló 'El hombre con la camiseta de Maradona' y se paseó por los platós de las televisiones británicas con una prenda que se tasó en 350.000 libras. Maradona se puso la camiseta número 18 de Hodge, pero cuando llegó al vestuario argentino se topó con Óscar Garré, que llevaba la camiseta número 10 inglesa, que había vestido Lineker. Lo que ocurrió después lo cuenta el propio Garré: “Vinieron los ingleses con sus camisetas, tocaron la puerta y nos dijeron ‘change’. Yo se la cambié a Lineker, que era el 9 del equipo, pero usaba la 10. Diego se enteró enseguida que yo la tenía y me dijo: ‘Vos sabés que yo colecciono números 10’, ¿no me la das?’. ¿Cómo le iba a decir que no? Le di la de Lineker y me quedé con la que él me dio”.

Los muñecos, las cinco víctimas de la jugada llevan con resignación su protagonismo involuntario. Y Bilardo, obsesionado con las cábalas, repitió el ritual cuatro años más tarde. Semanas antes del inicio del Mundial de Italia 90 mandó comprar en el mismo local de México un juego similar de camisetas azules convencido de que su energía positiva les volvería a hacer campeones. Sin embargo, Argentina vestía para entonces Adidas y la marca alemana no accedió en el juego de las obsesiones del Narigón. Ganó Alemania, también de Adidas, y aquellas otras camisetas nunca se estrenaron.