La argentinidad frente a los británicos

El escritor y periodista inglés Jonathan Wilson relaciona a Maradona con la historia fundacional de Argentina como nación, siempre en contraposición al dominio británico.

Jonathan Wilson.- La Argentina moderna nació como oposición a los británicos, y lo mismo sucedió con el fútbol argentino moderno. Es por eso que los dos goles de Diego Maradona contra Inglaterra en los cuartos de final de la Copa del Mundo en 1986 fueron tan centrales en la historia.

Argentina nunca fue administrada políticamente por los británicos, pero el control de la oferta monetaria, las rutas comerciales y la industria de la carne de vacuno dieron a Gran Bretaña enormes influencias a finales del siglo XIX y principios del XX sobre el país latinoamericano. Al acabar esa influencia con el comienzo de la I Guerra Mundial, Argentina se enfrentó a una crisis de identidad.

La población indígena había sido aniquilada en gran parte por una serie de guerras genocidas. El resultado era un país de inmigrantes: un millón de ellos provenientes de España, 800.000 de Italia, 400.000 judíos del norte de Europa, 400.000 árabes, 40.000 de Alemania, 30.000 de Francia y 30.000 de Gran Bretaña e Irlanda. Tenían poco en común y había un gran debate nacional. Así empezó a forjarse la definición de la “argentinidad”.

En una conferencia en 1913 el poeta Leopoldo Lugones ubicó el alma de Argentina en el gaucho, figura solitaria que personifica la libertad, autosuficiente y, sin embargo, con un cierto virtuosismo extravagante. La epopeya nacional argentina es el poema 'El gaucho Martín Fierro', publicado en dos partes entre 1872 y 1879. El protagonista es un gaucho que lucha contra la decadencia de su cultura. ¿Y por qué esta decadencia? Porque los británicos introdujeron alambradas en las pampas, es decir, los gauchos se volvieron prescindibles.

En una conferencia en 1913 el poeta Leopoldo Lugones ubicó el alma de Argentina en el gaucho, figura solitaria que personifica la libertad, autosuficiente y, sin embargo, con un cierto virtuosismo extravagante

A principios de la década de 1920, los clubes de gauchos se pusieron de moda en Buenos Aires. Sus miembros se vestían con ponchos y sombreros tradicionales y celebraban grandes asados, pero no era más que el reconocimiento de que la cultura gaucha era ya en gran medida irrelevante en un mundo cada vez más urbanizado. Sin embargo Borocotó, el gran editor de El Gráfico, encontró otra figura de reivindicación nacional en el pibe, el pilluelo que jugando al fútbol en partidos abarrotados en los rudos potreros aprendía a desarrollar no solo una gran habilidad técnica sino también astucia y viveza. Y como el fútbol, o al menos el apoyo a la selección nacional, era una de las pocas cosas que unía a esta disparatada nación, el juego de la selección se convirtió en una parte importante de la proyección de la imagen de Argentina como nación.

Y esto también sucedió en contraposición a Gran Bretaña. Los británicos habían introducido el fútbol a través de sus escuelas. Los clubes británicos ganaron todos los campeonatos argentinos hasta 1913. Para todos los que habían aprendido el fútbol en los enormes campos de césped de esos colegios, este deporte consistía en correr y desplegar fortaleza. No hubo un maestro soplando su silbato para que salieran las cosas en los potreros: el pibe, como el gaucho, tuvo que cuidarse solo.

Los británicos habían introducido el fútbol a través de sus escuelas. Los clubes británicos ganaron todos los campeonatos argentinos hasta 1913. Para todos los que habían aprendido el fútbol en los enormes campos de césped de esos colegios, este deporte consistía en correr y desplegar fortaleza.

Borocotó escribió en 1928 su famosa descripción de cómo debía erigirse una estatua que reconociera el verdadero espíritu del fútbol argentino, y al hacerlo, dibujó 49 años antes de su debut internacional, el retrato de Diego Maradona con sorprendente precisión. Fue el Mesías el que llegó tras aquella profecía. Sus dos goles ante Inglaterra en el Azteca, ejemplificando los dos lados de la viveza, fueron el cumplimiento de esa profecía. Peter Shilton y un puñado de tabloides ingleses quejándose sobre su gol con la mano 34 años después, simplemente refuerzan su éxito. •

Ricardo Lorenzo “Borocotó” (1928)

Un pibe de cara sucia, con una cabellera que le protestó al peine el derecho de ser rebelde, con dos ojos inteligentes, revoloteadores, engañadores y persuasivos, de miradas chispeantes que suelen dar la sensación de la risa pícara que no consigue expresar esa boca de dientes pequeños, como gastados de morder el pan “de ayer”. Unos remiendos unidos con poco arte servirán de pantalón. Una camiseta a rayas argentinas, demasiado descotada y con muchos agujeros hechos por los invisibles ratones del uso. Una tira atada a la cintura, cruzando el pecho a manera de banda, sirve de tirador. Las rodillas cubiertas de cascarones de lastimaduras que desinfectó el destino; descalzo, con alpargatas cuyas roturas sobre los dedos grandes dejan entrever que se han efectuado de tanto shotear. Su actitud debe ser característica, dando la impresión de que está realizando un dribbling con la pelota de trapo. Eso sí: la pelota no puede ser otra. De trapo y, con preferencia, forrada con una media vieja. Si algún día llegara a instalarse este monumento, seríamos muchos los que ante él nos descubriríamos como ante un altar.