El FC Lampedusa como esperanza

El 15 de enero de 2011 fueron detenidos unos adolescentes en Siria por hacer una pintada contra el Gobierno. La mecha prendió. La guerra se ha cobrado medio millón de víctimas y ha desplazado a 10 millones de sirios. En Hamburgo, un equipo de fútbol aporta algo de luz. Cada 3 de octubre se cumple un nuevo aniversario de la tragedia de Lampedusa, cuando un naufragio se llevó la vida de 366 personas.

*Texto Cale Garrido/Margaux Weiß. La estación central de Hamburgo se llena cada día de miradas desorientadas. En lo que va de año*, más de 6.000 personas han llegado en busca de asilo a esta ciudad alemana. Las autoridades se preparan para poder alojar a más del doble hasta finales de año. Muchos son jóvenes en busca de futuro y perspectivas. Los que llegan a los centros de acogida tienen por delante una larga espera, un desesperante proceso burocrático y arduas horas de incertidumbre. St. Pauli, un barrio de talante solidario, es hoy la cuna de una historia de fútbol, unión y sentido común: el FC Lampedusa.

Más de 300 inmigrantes africanos llegaron a Hamburgo a principios de 2013. Procedían de Ghana, Mali o Costa de Marfil y trabajaron durante años en Libia hasta verse atrapados por la guerra. Forzados a cruzar el Mediterráneo, llegaron a las costas de Italia, donde fueron expulsados meses más tarde con 500 euros en la cartera y un documento de viaje para poder cruzar fronteras. La Unión Europea dio por finalizada la crisis del Magreb, una decisión con la que se esfumó la justificación para su asilo en Europa. El grupo de refugiados, auto-organizado y conocido ahora como “Lampedusa en Hamburgo”, lucha desde entonces por su derecho a permanecer en Alemania. A pesar de haber incomodado a las autoridades, su presencia en la ciudad ha logrado movilizar a una sociedad civil que desde entonces no ha dejado de volcarse con ellos.

“Estamos intentando ofrecer un hogar a través del deporte. Si todo lo demás no está dando resultado, que al menos podamos reunirnos y divertirnos con el fútbol”. Lo dice Gabriele Kröger, una de las féminas clave en esta iniciativa. Es delineante en la compañía aeronáutica Airbus. Una mujer alemana, de mediana edad, de naturaleza seria y prudente que en los años noventa entrenó al equipo de fútbol femenino del St. Pauli. Al hablar sobre el proyecto, intenta no colgarse una medalla, pero es consciente de que al principio era ella la única con experiencia suficiente para empezar a entrenar a un improvisado grupo de jugadores, e intentar convertirlo en un equipo. 

«Estamos intentando ofrecer un hogar a través del deporte. Si todo lo demás no está dando resultado, que al menos podamos reunirnos y divertirnos con el fútbol», dice la entrenadora.

Alemania es el país de las asociaciones. Sólo en Hamburgo, una urbe de casi dos millones de habitantes, existen 459 federaciones de fútbol, en las que están afiliadas cerca de 200.000 personas. Pero para poder asociarse es necesario estar empadronado. “Nosotros no estamos registrados como club, sino que somos un punto de encuentro para los refugiados que acaban de llegar a la ciudad, mientras se orientan”, explica Kröger. Sin campo propio y con pocas posibilidades de participar en campeonatos, el FC Lampedusa disputó durante meses partidos en una liga de aficionados. Al vivaz equipo, repleto de hombres atléticos con ganas de comerse el mundo, le faltaban papeles para poder chutar el balón de forma oficial.

Eran unos 15 jugadores los que visitaban regularmente los entrenamientos. A veces menos. Cada vez menos. Para muchos, una cita a la semana no era suficiente. Algunos de los chicos africanos ya habían jugado antes de forma profesional, y no fue fácil explicarles por qué en Alemania las normativas funcionan así. Llegó un momento en el que las entrenadoras se quedaron solas. “A menudo, cuando ganábamos un partido, los jugadores querían dinero. En Alemania no siempre recibes premios. Al contrario, tienes que pagar para poder participar en el torneo. Y algunos pensaron que éramos nosotras las que nos metíamos la pasta en el bolsillo”, cuenta Kröger. “Una aprende y saca conclusiones de estos encuentros, y a mí no me gusta juzgar por eso a la gente. Ellos quisieron entenderlo de otra manera y yo me vi incapaz de intervenir y explicar mi punto de vista”. Al primer equipo del FC Lampedusa lo ha adoptado ahora Ralph Hoffmann, el presidente del “Hamburger Berg”, una asociación de fútbol de porteros de discoteca del distrito de St. Pauli. 

Al primer equipo del FC Lampedusa lo ha adoptado ahora Ralph Hoffmann, el presidente del “Hamburger Berg”, una asociación de fútbol de porteros de discoteca.

El FC Lampedusa jugó desde mayo con un nuevo equipo: el Team Friendship (Equipo Amistad). Las entrenadoras emitieron una convocatoria a través de Facebook y unos días más tarde se presentaron 30 nuevos jugadores sobre el campo. Son sirios, albanos, somalíes, kosovares, afganos... El club tiene ahora una segunda oportunidad para establecer nuevas metas y plantar cara a los viejos desafíos. “Tenemos suerte, pues es un grupo bastante homogéneo en el que cada etnia está bien representada. Hubo algunos choques verbales, pero esos momentos se han quedado atrás y ahora algunos son grandes amigos, aunque nunca se hubieran visto antes”, destaca Kröger. Es inevitable que las diferencias culturales estén presentes sobre el terreno. Sin embargo, con el tiempo todos han aprendido a tratarse con respeto.

Ser mujer al frente del conjunto masculino tampoco ha sido un papel sencillo. Aunque algunos no lo exteriorizaran, ésta fue una cuestión de peso que estuvo presente durante los primeros encuentros. Para Kröger, la comunicación y la seguridad en sí misma han sido fundamentales: “Aquí la mujer tiene los mismos derechos que un hombre. A veces incluso lleva los pantalones. Es cierto que al principio me resultaba algo angustioso, pero si no hubiera funcionado ya habría dejado de entrenarles”.

El miércoles es el día oficial de entrenamiento. Kröger explica los ejercicios en alemán y su ayudante los traduce al inglés. Los que no entienden tampoco en inglés improvisan durante los primeros minutos y copian los pases del resto. Al comienzo, el caos absoluto es ineludible: todos están alterados, deseando jugar, y en cuanto uno se hace con el esférico y lo mantiene en el aire más de dos segundos se ve de inmediato jugando como Messi; o como Ronaldo, hecho un as.

A la hora de disponer los equipos, las entrenadoras se han encontrado a menudo con 28 delanteros y dos defensas. “Mi objetivo es que los chicos se den cuenta por sí mismos de lo que son capaces de hacer”, dice Kröger. “Cada entrenamiento es un proceso de aprendizaje. Es apasionante observar qué hacen los jugadores cuando les doy instrucciones: ¿son capaces de llevarlas a cabo? ¿se desenvuelven? Por eso no tengo miedo cuando llega alguien nuevo al equipo. Al contrario, me divierto muchísimo, y eso ellos lo notan”.

Va pasando el tiempo y crecen también las ambiciones. Los jugadores se vuelven más exigentes: piensan que para poder formarse como equipo deberían entrenar más a menudo. “Hay un problema de comunicación. Todos juegan solos”, cuenta Ahmad, que jugaba en la tercera división de Siria. “Ahora tampoco jugamos en un buen equipo”, se sincera Raed, otro de los sirios del grupo. “Cada miércoles llegan nuevos jugadores y es muy difícil conocerse y adaptarse rápidamente a cada entrenamiento. A veces incluso cambian las entrenadoras. Pero no hay problema. No queremos ser famosos. Nos basta con el FC Lampedusa”. El objetivo no es ganar siempre, ni formar un equipo estrella donde solo los talentos encuentran una oportunidad. Aquí la esencia del fútbol reside en la diversión y en la vivencia per se.

«Cada miércoles llegan nuevos jugadores y es muy difícil conocerse y adaptarse rápidamente a cada entrenamiento. A veces incluso cambian las entrenadoras. Pero no hay problema. No queremos ser famosos. Nos basta con el FC Lampedusa»

Si huyes de la guerra, de una dictadura o de una crisis, el equipaje es lo menos importante. Uno viene cargado de recuerdos, de ideas, que son los bienes que menos pesan. “No creo que haya alguien en este mundo al que no le guste el fútbol”, dice Sayed, el joven afgano de 23 años que desde hace cuatro años vive en Hamburgo, donde ahora es uno de los jugadores más involucrados del FC Lampedusa. Para él, este deporte es el fair play, respeto e ilusión. Es la pasión que más le une con su país natal. Ganar los partidos le da esperanza, le hace feliz. Si pierden, por la noche no pega ojo mientras rebobina en su cabeza la cinta del juego y analiza los momentos en los que pudo haber fallado. “Lo más importante ahora es mejorar en el control sobre el balón”, dice. Mientras no pueda entrenar de forma más intensa, seguirá pasándose las horas dando toques dentro de su habitación.

Lampedusa es fruto de la tolerancia y sentido solidario del FC St. Pauli. A sus entrenadoras les esperan infinitas horas de esfuerzo, pero el mayor triunfo ya lo han conquistado: la integración de la integración de estos jóvenes, que hoy reinventan sus vidas en Alemania.

La parroquia del distrito de St. Pauli fue la primera institución en acoger a 80 de estos jóvenes africanos. Sin libertad de movimiento ni derecho a trabajar, y con miedo a ser identificados por la policía, surgieron nuevos desafíos. Después de que el FC St. Pauli invitara a los chicos a jugar un partido amistoso, cuatro mujeres comprendieron que el fútbol podía ser una posible solución que canalizar angustias y frustraciones, además de ocupar su tiempo.

*Los datos de refugiados de este reportaje son de 2014.