Maradona en Sevilla, la llegada del mito en plena lucha contra sí mismo

Su carrera parecía estar en declive tras el primer positivo por cocaína. En septiembre de 1992 la Liga española esperaba con ansia la llegada de la leyenda. Tras su legendario paso por Nápoles el Sevilla se propuso rescatar al pibe que tenía como objetivo el Mundial de 1994. Fue un período corto en el Pizjuán pero no por ello intenso y muy recordado.

*Texto Orfeo Suárez. Ilustración Denis Galocha- Un año antes del Mundial de 1994, tuve la oportunidad de concertar una  entrevista con Maradona durante su paso por el Sevilla gracias a la gestión de un veterano fotógrafo de Barcelona, Miguel Moreno, por el que el jugador mostraba un desmesurado cariño, como si se tratase de un niño perdido que acababa de encontrar a un pariente lejano. El encuentro se produjo poco después de un entrenamiento en la ciudad deportiva que posee el club andaluz en la carretera de Utrera. Recuerdo que la cita me producía una excitación especial, mucho mayor que la que había sentido ante Carl Lewis, Johan Cruyff, Miguel Indurain, Said Auita o Anatoli Karpov.

Para alguien nacido en un país de fútbol, que no vio jugar a Di Stéfano o Pelé y cuyo recuerdo de Cruyff era muy vago, Maradona, Diego, Dieguito, el Pibe, el Pelusa, el cuarto hombre de la historia, se había convertido en el primer y único referente. Era el niño quien se anteponía entonces al periodista. El encuentro, en cambio, resultó descorazonador para el primero y frustrante para el segundo. Dialogar era utópico. Maradona se movía compulsivamente, ora reía, ora gritaba, miraba hacia arriba, hacia abajo, insultaba o se abrazaba, todo ello aderezado con un cóctel de palabras sin conexión alguna.

La actitud dejaba percibir el rastro inconfundible de la cocaína. En ese instante tan esperado, el niño dejó paso al adulto para convertir en compasión por el hombre toda la devoción que había sentido por el ídolo. El jugador argentino se mostraba especialmente amable con los juveniles que aquella luminosa tarde de abril formaban en el equipo sparring frente al que se enfrentaba el Sevilla. Les hablaba, les aconsejaba y se reía con ellos como nunca se espera de un ser que está por encima del resto de los mortales. La solidaridad con los adolescentes de un Maradona orondo y dolorido contrastaba con la distancia que imponían otros jugadores del Sevilla, como Diego Pablo Simeone, también argentino. Simeone derribó de forma inmisericorde a un juvenil que había osado discutir su autoridad con un «caño». Una expresión de reprobación se apoderó de Maradona. Sólo en la combinación de talento y generosidad puede apreciarse la grandeza.

Simeone derribó de forma inmisericorde a un juvenil que había osado discutir su autoridad con un «caño». Una expresión de reprobación se apoderó de Maradona. Sólo en la combinación de talento y generosidad puede apreciarse la grandeza.

El balón lo convertía en un genio cuando llegaba a sus pies. Al alejarse, aparecía un ser indefenso e inocente, un adolescente más, asediado por los intereses del séquito que le observaba desde la banda, encabezado por el siniestro agente Marcos Franchi, mientras se oían los cavernosos gritos del técnico Carlos Salvador Bilardo. Mantengo la escena viva en la memoria como si fuera un fresco porque creo que alberga muchas de las respuestas que busco. Maradona aparece como un cuerpo dotado de un talento y magnetismo incomparables. Pero un cuerpo virgen, en definitiva, carente de los mecanismos que le permitan controlar un viaje de proporciones cósmicas entre el arrabal de Villa Fiorito, donde se crió, y el altar del mundo. Un tránsito en el que se verá expuesto a todas las influencias y en el que será permanentemente cortejado por el diablo. Incapaz de sostener todas las tensiones que gravitan a  su alrededor, Maradona se verá agitado por dirigentes mesiánicos en Argentina, desde los militares de la junta golpista hasta el populista Carlos Ménem, para convertirse en centro de un imperio económico que desconoce totalmente.

No llegará a entender muchas de las razones de los continuos cambios de equipo que impedían su regularidad, ya que respondían a los intereses de sus agentes y no a los del futbolista. Pasará de las manos de los generales que dominaban los equipos de su país a las de José Luís Núñez, dispuesto a cumplir la cruzada deportivo-nacional del Barcelona, poco después de la transición democrática española, con el mejor jugador del mundo como abanderado. El fracaso en el club azulgrana convertirá al futbolista en pantalla de los negocios de la mafia en Nápoles. Poder, poder, poder...Cuando se derrumbe, en el momento en que sus piernas cuarteadas ya no le puedan sostener por más tiempo, Maradona volverá a llamar a la única puerta que conoce: Mefistófeles.

El fracaso en el club azulgrana convertirá al futbolista en pantalla de los negocios de la mafia en Nápoles.

El mismo diablo que tuteló su lucrativo ascenso le mostrará entonces su rostro blanco para dejarlo abocado a un inmenso agujero negro. Encontrará refugio en la Argentina popular, amparado por el amor de una afición que le agradece haber interpretado su pasión sobre la cancha como ningún otro. Maradona hizo que los arrabaleros hinchas de Boca se sintieran por un tiempo más ricos que los de River y elevó la autoestima del acomplejado sur italiano, mientras que en el resto del mundo se convertía, sin pretenderlo, en príncipe de los parias, desde Mendoza a Taipei, aunque fuera perversamente instrumentalizado. Fidel Castro será el último en aprovecharlo, al presentarse como el presidente del pueblo que da cobijo al campeón del pueblo para sanar las heridas del capitalismo en el utópico paraíso comunista.

Pero únicamente lejos de los dirigentes que siempre lo acecharon, en el verdadero y desinteresado calor popular, es donde este Fausto albiceleste tiene todavía la oportunidad de encontrar la Margarita en cuyos brazos rendir su ira. El niño pide ahora explicaciones al periodista, por lo que me propongo un viaje al pasado a partir de la imagen del Foxboro Stadium de Boston para intentar resolver el enigma.

La intención es descubrir al hombre, comprender su mundo y describir todas de un dios. Es difícil discernir, por tanto, si fue su propia mano o la manejada por un designio divino la que marcó el gol a Inglaterra en los cuartos de final del Mundial de México, en 1986. Fue una acción paradójica, ilícita en principio, pero con el fin de consumar un acto de tremenda justicia: convertir al mejor jugador del mundo en campeón del mundo. •