50 años de la guerra de la Bombonera

Piñas, policías y jugadores encarcelados. Historia de la sangrienta final de la Copa Intercontinental 1969 entre el Estudiantes de La Plata y el Milán. En una Argentina bajo dictadura militar, el fútbol agonizaba sofocado por el chovinismo y la razón de estado.

Fotografía: Archivo General de la Nación Argentina/Agencias

Paolo Galassi.- Como en la canción de Los Fabulosos Cadillacs, Buenos Aires arde. El golpista general Onganía reprime con dureza los encierros a estudiantes y profesores en la Universidad de Buenos Aires, la Selección de futbol cae frente a Inglaterra en Wembley y el capitán Rattin, expulsado, se niega a retirarse de la cancha limpiándose el sudor con una union jack. La delegación albiceleste es recibida con gloria por los militares. Dante Panzeri alerta: “El fútbol argentino toma conciencia de un escenario hasta ahora no explotado en plenitud: el cinismo chovinista”. La violencia dentro y fuera de las canchas empieza a ser moneda corriente. En 1967 el término barrabrava había hecho su primera aparición en las crónicas. Tras la muerte del quinceañero Héctor Souto en la previa de Huracán-Racing, el 23 de junio de 1968, se inaugura una lista de cientos de víctimas. La sangre manchaba el balón sin pudor en 1969, cuando Estudiantes de La Plata recibía para la remontada al AC Milan en la vuelta de la Copa Intercontinental.

“El fútbol argentino toma conciencia de un escenario hasta ahora no explotado en plenitud: el cinismo chovinista”

PANDILLA SALVAJE
Es un miércoles a la noche, y La Bombonera sigue latiendo. Como en la edición anterior, estoicamente arrebatada al Manchester United de Bobby Charlton y Georgie Best, el club Pincharrata elige jugar de local en el estadio más picante del país. La estrategia no es suficiente y los italianos se llevan el título haciendo valer el 3-0 de la ida. El partido acaba 2-1 pero los cronistas se ven obligados a reseñar otro tipo de cuestiones. Las borrosas imágenes de la televisión en blanco y negro muestran una cancha alborotada de jugadores, policías y gente de civil. Los comentaristas hablan de “vergüenza nacional”. Se dice que la policía tiene que intervenir para paliar los disturbios y peleas provocados por los rojiblancos, algo frecuente en los chicos entrenados por Osvaldo Zubeldia, el equipo del “anti-futbol”, ganador de las últimas dos Copas Libertadores de América (en 1968 contra Palmeiras y en 1969 contra los uruguayos del Nacional).

Se dice que la policía tiene que intervenir para paliar los disturbios y peleas provocados por los rojiblancos, algo frecuente en los chicos entrenados por Osvaldo Zubeldia, el equipo del “anti-futbol”, ganador de las últimas dos Copas Libertadores de América (en 1968 contra Palmeiras y en 1969 contra los uruguayos del Nacional).

La tercera Libertadores consecutiva llegará al año siguiente contra Peñarol, en un choque donde los argentinos logran volver a los vestuarios del estadio Centenario de Montevideo solamente gracias al trabajo a puño limpio del legendario guardaespaldas del equipo, el boxeador José Menno, hincha fanático de Estudiantes. Por una de las puertas laterales de la Bombonera sale de incógnito un joven alto y narigón, con un bolso rojiblanco al hombro. Cruza el aparcamiento cabizbajo, se sube a un coche y se escabulle entre las casas de chapa azuloro de La Boca, rumbo a la zona norte de la Capital. Se llama Alberto Poletti, tiene 23 años y es el portero titular del Pincha.

» COMBÍN El delantero argentino del Milan, aún con las heridas del partido, en el aeropuerto después de ser liberado por no haber hecho el servicio militar.

En las entrañas del estadio, dos policías le esperan a él y a dos compañeros más, Eduardo Manera y Ramón Aguirre Suárez, ambos expulsados por juego violento. El Flaco Polleti lo sabe y por eso sale por la puerta de atrás. Poco importa. Dentro de unas horas, los tres irán a parar a la cárcel de Villa Devoto de Buenos Aires, primeros condenados por el edicto policial que sanciona con un mes de prisión a aquellos futbolistas culpables de actos violentos dentro de una cancha. Por 30 largos días recibirán las visitas de familiares y compañeros, como Carlos Salvador Bilardo y Juan Verón, padre de Sebastián, hoy presidente del Pincha...*

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