Joana Rei.- Aquel 22 de junio de 1969, los jugadores de la Académica de Coimbra entraron en el Estadio Nacional de Jamor, en Lisboa, a paso lento. Cabizbajos, los ojos en el suelo, los pies arrastrando en el césped. Caída, sobre los hombros, la capa negra, prenda tradicional del traje académico de los estudiantes universitarios de Coimbra –casi todos en el equipo lo son-. Van a jugar la final de la Copa de Portugal pero están de luto, acorde con el negro de su equipación.
En el momento en el que están a punto de enfrentarse al Benfica, el todopoderoso equipo de Lisboa, 36 estudiantes de Coimbra siguen detenidos por la policía política (PIDE). Atrás quedan meses de protestas, manifestaciones y una huelga con los exámenes finales de la universidad. Jornadas inéditas de lucha en un país que vive, sin saberlo aún, los últimos coletazos de una dictadura que lleva 36 años gobernando el país.
La democracia llegaría cinco años después, el 25 de abril de 1974, pero esos 11 jugadores ni se lo imaginan. Sólo saben que son la imagen y la voz de miles de estudiantes que llevan meses peleando por una universidad más abierta, una sociedad más justa, por la libertad y la democracia. Esos 90 minutos son la oportunidad de contagiar la lucha a todo el país. El régimen lo sabe y por eso, por primera vez, la televisión pública no transmite la final.
En las gradas, se despliegan las primeras lonas: “Universidad libre”; “Universidad para el pueblo”; “Mejor enseñanza, menos policías”.
Cuando los jugadores se posicionan para la foto de equipo, y alzan la mirada a la tribuna presidencial, ven las sillas vacías: por primera vez, ningún miembro del Gobierno asiste a la final. En las gradas, se despliegan las primeras lonas: “Universidad libre”; “Universidad para el pueblo”; “Mejor enseñanza, menos policías”.