Miguel Hernández y la elegía al portero que no se fue

Cada 28 de marzo recordamos la muerte de Miguel Hernández. Uno de los referentes de la historia de la poesía en España. Le gustaba el fútbol e hizo versos bellísimos sobre el juego como estas líneas donde comenta el poeta Luis García Montero e ilustra Diego Quijano.

Luis García Montero.- Barbacha es el nombre que se da en Orihuela al caracol. También es el mote que le pusieron a Miguel Hernández sus compañeros de juego. Extremo derecha del equipo popular “La Repartiora”, no se caracterizaba por su rapidez. Más bien se deslizaba por la banda con toda la casa a cuestas. Los poetas son gentes que llevan siempre la casa a cuestas. Por eso corren más con la imaginación que con los pies. Los futbolistas sueñan con los pies y los poetas corren con la cabeza.

La Elegía al guardameta es un buen ejemplo de escapada imaginativa. A través de metáforas y quiebros, cuenta la muerte de Lolo, portero del Orihuela, que por culpa de un desgraciado accidente, un golpe malo en el poste después de una estirada, pasó de defender su portería a competir con San Pedro en las puertas del cielo. Cosas de poetas, porque la verdad es que Manuel Soler, Lolo, no murió de ese golpe. Es cierto que su cabeza se abrió igual que una granada para imitar al sexo femenino. Pero el asunto se arregló con unos puntos de sutura y una venda.

En 1931, tras los pasos de Alberti y de su poema a Platko, Miguel Hernández jugó a crear en una épica moderna del deporte. Como era propio de su estilo en aquellos años, los versos se convirtieron en adivinanzas y fue traduciendo la realidad a un extremado vocabulario poético. ¿Sabían ustedes que un árbitro es un domador y que su silbato canta como un grillo de plata? ¿Sabían que la hierba de un campo es alpiste para los porteros, esos pájaros voladores, especialista a la hora de tumbarse en el viento? ¿Sabían que una estirada cruza el horizonte con la flexibilidad fugaz de los peces?

En las alineaciones de la lírica futbolera, nadie podrá cubrir nunca el hueco dejado por Lolo. Su ausencia permitirá que lleguen a la red todos los balones. No hay remedio ninguno. Pero en las crónicas de la realidad, por fortuna, ocurrió otra cosa. La fotografía no inmortalizó el adiós a la vida, sino el prólogo a una lesión modesta. El golpe en la cabeza no fue para tanto y San Pedro no perdió su titularidad en las puertas del cielo. ¡Cosas del Barbacha, que no corría con los pies, pero contraatacaba con la imaginación!

‘Elegía, al guardameta’ de Miguel Hernández (1931)

Tu grillo, por tus labios promotores,
de plata compostura,
árbitro, domador de jugadores,
director de bravura,
¿no silbará la muerte por ventura?

En el alpiste verde de sosiego,
de tiza galonado,
para siempre quedó fuera del juego
sampedro, el apostado
en su puerta de cáñamo añudado.

Goles para enredar en sí, derrotas,
¿no la mundial moscarda?
que zumba por la punta de las botas,
ante su red aguarda
la portería aún, araña parda.

Entre las trabas que tendió la meta
de una esquina a otra esquina
por su sexo el balón, a su bragueta
asomado, se arruina,
su redondez airosamente orina. 

Delación de las faltas, mensajeras
de colores, plurales,
amparador del aire en vivos cueros,
en tu campo, imparciales
agitaron de córner las señales.

Ante tu puerta se formó un tumulto
de breves pantalones
donde bailan los príapos su bulto
sin otros eslabones
que los de sus esclavas relaciones.

Combinada la brisa en su envoltura
bien, y mejor chutada,
la esfera terrenal de su figura
¡cómo! fue interceptada
por lo pez y fugaz de tu estirada.

Te sorprendió el fotógrafo el momento
más bello de tu historia
deportiva, tumbándote en el viento
para evitar victoria,
y un ventalle de palmas te aireó gloria.

Y te quedaste en la fotografía,
a un metro del alpiste,
con tu vida mejor en vilo, en vía
ya de tu muerte triste,
sin coger el balón que ya cogiste.

Fue un plongeón mortal. Con ¡cuánto! tino
y efecto, tu cabeza
dio al poste. Como un sexo femenino,
abrió la ligereza
del golpe una granada de tristeza. 

Aplaudieron tu fin por tu jugada.
Tu gorra, sin visera,
de tu manida testa fue lanzada,
como oreja tercera,
al área que a tus pasos fue frontera. 

Te arrancaron, cogido por la punta,
el cabello del guante,
si inofensiva garra, ya difunta,
zarpa que a lo elegante
corroboraba tu actitud rampante.

¡Ay fiera!, en tu jaulón medio de lino,
se eliminó tu vida.
Nunca más, eficaz como un camino,
harás una salida
interrumpiendo el baile apolonida. 

Inflamado en amor por los balones,
sin mano que lo imante,
no implicarás su viento a tus riñones,
como un seno ambulante
escapado a los senos de tu amante.

Ya no pones obstáculos de mano
al ímpetu, a la bota
en los que el gol avanza. Pide en vano,
tu equipo en la derrota,
tus bien brincados saques de pelota.

A los penaltys que tan bien parabas
acechando tu acierto,
nadie más que la red le pone trabas,
porque nadie ha cubierto
el sitio, vivo, que has dejado, muerto.

El marcador, al número al contrario,
le acumula en la frente
su sangre negra. Y ve el extraordinario,
el sampedro suplente,
vacío que dejó tu estilo ausente.