85 horas de bus para ir a ver a River

Cientos de aficionados argentinos emprendieron una aventura por tierra hasta Lima para ver la final de la Copa Libertadores. El periodista Andrés Burgo fue uno de esos benditos locos que engrandecieron el fútbol con su periplo. Ocho días de viaje en bus, ida y vuelta, resueltos en 3 minutos. No se arrepienten.

Andrés Burgo

Se podría decir, de manera algo exagerada -pero no tanto-, que a los estadios no vamos para ver fútbol sino para ser de nuestros equipos. También se podría decir, y aquí ya no es ninguna exageración, que el fútbol es un viaje. Y si el equipo del que somos hinchas -en este caso River tiene que jugar una final de Copa Libertadores a 3.900 kilómetros de nuestra casa, por qué no subirnos a esa aventura: nadie sabe cuando tu club volverá a definir el máximo torneo continental, la Champions League de Sudamérica. El ejemplo a mano era el del rival de River en esta edición de 2019, Flamengo de Río de Janeiro, un gigante de Brasil que desde 1981, hacía 38 años, no se clasificaba a ninguna instancia decisiva. Viajar en avión desde Buenos Aires, eso sí, sería muy caro: apenas la Conmebol cambió la sede de la convulsionada Santiago de Chile a Lima, los precios de los pasajes aéreos se dispararon a la estratósfera.

Viajar en avión desde Buenos Aires, eso sí, sería muy caro: apenas la Conmebol cambió la sede de la convulsionada Santiago de Chile a Lima, los precios de los pasajes aéreos se dispararon a la estratósfera.

De repente se hizo más económico volar de Argentina a España que a Perú. La única alternativa para muchos hinchas de River pasó a ser el desplazamiento por tierra, aunque Sudámerica, a diferencia de Europa, no es un continente tan plano y en muy pocos tramos está conectado por autopistas -y en casi ninguna por tren-. El viaje entre cordilleras y carreteras angostas, eludiendo camiones y hasta tractores, sería casi metafísico. Organizado por la dirigencia de River, 215 fanáticos salieron en cuatro autobuses desde el Monumental el martes 19 de noviembre a la medianoche -aunque no fueron los únicos: otros ómnibus, dispuestos por los propios hinchas, partieron desde otros lugares de Buenos Aires y el resto del país-.

 -aunque no fueron los únicos: otros ómnibus, dispuestos por los propios hinchas, partieron desde otros lugares de Buenos Aires y el resto del país-.

Se suponía que serían tres días de viaje, 72 horas, pero la travesía terminó extendiéndose más de tres días y medio: 85 horas en total. Pueden parecer muchas, y de hecho lo son, pero si nadie se quejó a bordo fue porque ningún hincha se queja cuando tu equipo está por definir un torneo que el resto del continente, incluido tu máximo rival -y más si lo acabás de eliminar en semifinales, y ése fue el caso de River ante Boca-, mirará por televisión.

» VIAJE Cuatro días de ruta para ir de Buenos Aires a Lima. Y otros cuatro para volver. El periodista Andrés Burgo documentó con estas imágenes el periplo.

Para los fanáticos no hay sacrificios: hay misiones. No fueron, claro, autobuses con wifi o libres de humo: apenas el convoy se puso en marcha y dejó atrás el Monumental de Núñez hacia el Monumental de Lima, la mitad del pasaje comenzó a fumar tabaco -o lo que hubiera a mano-. Los ómnibus se convirtieron en una ciudad roja y blanca en movimiento, en medio de la noche, primero a la salida de Buenos Aires y después en el interior de la Argentina profunda. Entre decenas de litros de alcohol y música bien alta, en especial cumbia -nadie escucha Lou Reed o Nirvana en un ómnibus de fútbol-, el grito imperativo de “Vamos que River no duerme” continuó escuchándose varias horas más, incluso después del amanecer, cuando el sol del incipiente verano austral ya pegaba fuerte.

“Vamos que River no duerme” continuó escuchándose varias horas más, incluso después del amanecer, cuando el sol del incipiente verano austral ya pegaba fuerte.

Un viaje, y más para 215 personas en estado de excitación, puede compararse con un partido de fútbol: hay que atravesar momentos positivos y negativos, de energía alta y de depresión. Como al principio parecía que sobraba el tiempo para llegar al destino con un margen considerable -o sea antes de las 15 de Perú del sábado 23 de noviembre-, los chóferes del primer ómnibus cedieron primero a la rebelión de los más entusiasmados que les pidieron que se detuvieran en Santiago del Estero, en el centro geográfico de Argentina, para recargar la provisión de cerveza, vino y fernet, un aperitivo de alto contenido alcohólico que suele mezclarse con refrescos cola. Incluso algunos hablaban de, una vez llegados a Perú, hacerse una escapada a la costa de Lima para zambullirse en el océano Pacífico.

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