David Acosta | Usuario@.- Uno no sabe lo que tiene hasta que se jubila su peluquero de confianza. 30 años sentándome en la misma poltrona del tío que me tiene a su merced con cierta frecuencia. Del tío que maneja armas blancas a centímetros de mi cabezón, con todo a su favor para hacer lo que quiera conmigo: degollarme como matarife a cochino o colocarme unas mechas california.
30 años de “comosiempres”. “¿Como siempre?” “Como siempre”. 30 años escoltado por cuatro fotos de modelos de peluquería enmarcadas y colgadas de la pared de su local. Peinados clásicos, atemporales, ninguno de ellos referencia para un futbolista del siglo XXI. Incluso es difícil pensar en uno de los 90, uno de los muy buenos, con cabida en esa pared imperecedera e inalterable. Solo se me ocurre un nombre: Sir Michael Laudrup, caballero de la Orden de Dannebrog por la reina Margarita II y elegido mejor jugador de la historia de Dinamarca.
Mismo corte de pelo desde que debutara en el Brøndby, en su cesión a la Lazio por parte de la Juventus, sus cuatro años de bianconero, los otros cuatro del Barça, dos tras puente aéreo, su retiro espiritual en el Vissel Kobe japonés y su final de carrera con el Erasmus en Ámsterdam. 16 años de rayita a su derecha y flequillo de primera comunión. Incluso los peinados más reconocibles e icónicos del fútbol, como la coletilla de aparcar coches de choque de Roberto Baggio, fue primero una especie de mullet. El volumen del cardado trenzado de Ruud Gullit no fue siempre el mismo. También había casos de evolución hacia la melena. De pelo corto de soldado raso a objetor de conciencia en un polideportivo de Carabanchel, como Andrei Shevchenko. Raúl González Blanco se dejó melena porque le dijeron que así reforzaría su personalidad y carácter. El pelazo desmontando el tenderete del empowering y el coaching en un momento
Raúl González Blanco se dejó melena porque le dijeron que así reforzaría su personalidad y carácter. El pelazo desmontando el tenderete del empowering y el coaching en un momento.
Y aunque también hay calvos icónicos, la mayoría dejó alguna foto para recordar que ellos también metieron peines en sus neceseres de futbolistas: Óscar Alberto Dertycia presumía de melena vistiendo la camiseta de la Fiorentina y Fabien Barthez soplaba flequillo cuando defendía la portería del Olympique de Marsella.
Michael no cambió su imagen a pesar de dedicarse a lo que se dedicaba: Al engaño. Su permanente gesto tranquilo y su cara de no haber roto un plato lo convertían en uno más de la banda de Johnny Hooker y Henry Gondorff en ‘El Golpe’. Una especie de Mago Pop que basa su truco de teletransportación en la invariabilidad y tener menos armario que un dibujo animado. Por eso nadie sospechaba de Michael cuando jugaba de falso “9” en el Barça de Cruyff. Antes de que se hablara de esa posición en la delantera, Laudrup ya provocaba que los centrales no tuvieran una referencia clara, reforzaba el centro del campo y, como buen mago, desviaba la atención de su público y agitaba la varita mientras que Txiki Begiristain y Hristo Stoichkov trazaban diagonales desde la banda o Bakero aparecía desde segunda línea. *
*Lee el resto del artículo de David Acosta Usuario@ en la edición 45 de Líbero.