Pedro Zuazua.- El pasado mes de mayo, el Real Oviedo organizó un homenaje a Peter Dubovský. El jugador eslovaco falleció en el año 2000, tras caerse en unas cataratas en Tailandia, a donde había ido de vacaciones de verano junto a su pareja, su hermano y su cuñada. El tributo consistió en la inauguración de un paseo con su nombre en las inmediaciones del Carlos Tartiere y la puesta a la venta por 64,95 euros de una camiseta que es una réplica de una zamarra que el club diseñó para disputar la Copa del Rey de la temporada 96/97. Si no recuerdo mal, se utilizó únicamente en un par de rondas. La relación del Oviedo con los triunfos siempre ha sido complicada. En el momento en el que escribo estas líneas, no hay disponible ninguna camiseta de ninguna talla en la web oficial del club. Dubovský, un jugador de gran talento, no fue especialmente querido por una grada, la del Tartiere, con clara predilección por la garra.
Unos años después de aquel trágico suceso de Tailandia, un grupo de padres seguidores del Manchester United alzó la voz contra el club. ¿El motivo? La entidad generaba tal cantidad de camisetas al año que resultaba inalcanzable para los presupuestos familiares. Cada vez que aparecía una nueva equipación, los niños las pedían. Como no soy padre, no voy a juzgar por culpar a su equipo de sacar a la venta demasiados modelos de camisetas a quienes sí lo son.
AÑOS 90» El exitoso United de los 90
El Manchester United había levantado los títulos de liga en 1993 y 1994. Con Alex Ferguson en el banquillo y algunos apellidos tan míticos como Cantona, Schmeichel, Giggs, Kanchelskis o Ince, fue capaz de construir una mística que envolvió a millones de personas en todo el mundo. Todo lo que tocaban los diablos rojos se convertía en un éxito. Aquellas camisetas de la marca Umbro -tan elegantes, tan inglesas, tan apetecibles- eran la punta de lanza de un movimiento que terminaría cambiando la historia del fútbol. Y sucedió con un cambio de cromos que se llevó a cabo a la vista de todo el mundo, sin trampa ni cartón. Todos seguimos aquel juego de manos embelesados. Todos fuimos culpables del fin del fútbol que conocíamos.
El número 7 de aquel United campeón a principios de década era el francés Eric Cantona. Futbolista con un aura especial, se convirtió rápidamente en un ídolo en Old Trafford. En aquellos años, en Inglaterra, a poco que un jugador supiera controlar un balón o hacer un sombrero a un rival, dejaba a la grada con el culo hecho Pepsi Cola. Cantona, además, estaba como una chota. En 1995 estuvo nueve meses castigado sin jugar por pegar una patada a un aficionado que lo estaba increpando desde la grada en el estadio del Crystal Palace. En la rueda de prensa posterior al incidente, dejó aquellas míticas y enigmáticas palabras: “Cuando las gaviotas siguen al pesquero, es porque piensan que las sardinas serán arrojadas al mar”. También hizo que miles de niños aprendieran a decir “adiós” en francés y que soñaran con jugar partidos en los que los delanteros tenían tiempo para subirse los cuellos de la camiseta antes de chutar a puerta
Por aquel entonces empezaba a asomar la cabeza en el equipo otro jugador de gran talento. Se llamaba David Beckham, era inglés y tan sumamente guapo que hacía aún más bonitas las camisetas del United.
Por aquel entonces empezaba a asomar la cabeza en el equipo otro jugador de gran talento. Se llamaba David Beckham, era inglés y tan sumamente guapo que hacía aún más bonitas las camisetas del United. Golpeaba al balón con una técnica que bien podría aparecer en los libros de teoría de cómo jugar al balompié. Con el tiempo, Beckham heredaría el número 7 de Cantona, se casaría con Victoria Adams-integrante de las Spice Girls, uno de los conjuntos de música más globales de la historia-, ficharía por el Real Madrid, sería odiado y amado por sus propios compatriotas y cambiaría la manera de entender el fútbol.
Todo pasó a tener un precio. Un precio alto. Las camisetas subieron de precio. Las entradas subieron de precio. Los objetos con el escudo de tu equipo se multiplicaron de una forma casi absurda. Incluso los partidos amistosos de pretemporada pasaron a tener un precio. Todo por alimentar una maquinaria que, nos pongamos como nos pongamos, no da para tanto. Los clubes encontraron en aquel chico rubio el empujón final para convencer a sus fans de que era mucho mejor ser clientes. Y gastar su dinero en la adquisición de productos para demostrar sentido de pertenencia a algo que había dejado de ser un club. Su club. Fuimos pagando, temporada a temporada, el dinero que costaba fumigar los aromas que nos habían enganchado al fútbol.
Al final, de alguna forma, todos lo logramos, conseguimos ser como el Manchester United. A veces hay que tener cuidado con lo que deseas. Puede que lo logres y, llegado el momento, no sientas nada. O que incluso te sientas mal.
Lo peor, sin duda, es cuando te das cuenta de que te están cobrando por algo que no solo ayudaste a crear, sino que, además, te pertenece.
‘…I can still remember
How that music used to make me smile’. •
