Alfonso Palacios.- Albert Camus empieza a jugar a fútbol en la escuela, donde adquiere por primera vez conciencia de su pobreza. Este joven huérfano de padre, que ha crecido bajo el gobierno de una pobreza y una abuela implacables, sólo había necesitado hasta entonces el sol, el mar y la playa de su Argelia natal. Es en contacto con sus compañeros cuando descubre la desigualdad por todas partes… excepto en el patio, donde se organizan improvisados partidos de fútbol alrededor de una gruesa pelota de espuma. Allí nadie habla de clases sociales: o eres buen jugador o no. Y el joven Albert lo es.
Juega durante el recreo, y también tras la comida y antes del estudio. Cuatro horas al día. Aunque practica otros deportes, el fútbol es su predilección. Especialista en el regate y el pase corto, suele actuar de delantero; sorteando a un tiempo árboles y adversarios, se siente el rey del patio. Sin embargo, su feliz reinado pronto aparece vedado. La tiránica abuela revisa cada noche las suelas de sus alpargatas y hace restallar el látigo si las encuentra gastadas en exceso, algo que sucede con frecuencia. Le prohíbe jugar a fútbol. El joven Albert, que no puede resistirse a las llamadas de sus compañeros ni a la atracción de su deporte favorito, descubre en la portería un refugio donde satisfacer sus deseos y evitar los golpes de la anciana.Todo esto lo contará el mismo Camus en ‘El primer hombre’, libro inconcluso de tintes autobiográficos publicado póstumamente.
Con 16 años se convierte en el portero titular de los juveniles del Rácing Universitaire d' Alger, asociación multideportiva más conocida como RUA. Según explica a Líbero Didier Rey, autor de varios estudios sobre el papel del fútbol en la Argelia de la época, el RUA era en sus inicios un “símbolo de la dominación colonial y el reflejo de un sistema educativo que excluye al nativo”; pero también “uno de los mejores equipos no sólo de Argelia, sino del norte del África francesa”.
Camus, un chico reservado, silencioso y púdico, encuentra dentro del equipo “la camaradería y la libertad de las que carecía en casa”, cuenta por correo electrónico Robert Zaretsky, autor de ‘Albert Camus. Elementos de una vida’. Entrar en el elitista club supone para un muchacho de origen humilde como él “una forma de transgresión social que le descubre un mundo hasta entonces desconocido”, dice Rey, “y durante toda su vida profesará un amor incondicional por el RUA”. Escribirá más adelante Camus en un artículo: “No sabía entonces que 20 años después, en las calles de París e incluso en Buenos Aires […] la palabra RUA mencionada por un amigo con el que tropecé me haría saltar el corazón tan tontamente como fuera posible”.
«No sabía entonces que 20 años después, en las calles de París e incluso en Buenos Aires […] la palabra RUA mencionada por un amigo con el que tropecé me haría saltar el corazón tan tontamente como fuera posible».
El artículo en cuestión aparece en 1953 en una revista de antiguos alumnos bajo el título ‘La belle époque’. En él rememora sus días en la portería, el juego duro pero deportivo del equipo, la fatiga tras el esfuerzo, la alegría de la victoria y el estúpido deseo de llorar las noches de derrota. También dejará para la historia una de sus frases más célebres; repetida e interpretada en tantísimas ocasiones, ha dado lugar a numerosas páginas (como éstas): “Después de muchos años en que el mundo me ha permitido variadas experiencias, todo cuanto sé con mayor certeza acerca de la moral y de las obligaciones de los hombres se lo debo al deporte, lo aprendí en el RUA”.
José Lenzini, autor de ‘Los últimos días de Albert Camus’, rechaza buscar sentidos ocultos a la afirmación, “bastante explícita”, según él. “El fútbol fue para Camus una especie de escuela de la vida y de una moral aprendida de manera espontánea”. Y continúa: “Le gustaba decir que no había aprendido la moral en Marx o en los evangelios, sino en su vida de pobreza. En la calle. En los terrenos de fútbol”. La experta camusiana Hélène Rufat, profesora de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona, habla de una moral simple muy próxima a la ética: “Ha aprendido en equipo a respetar al otro, y también ha descubierto que cualquier persona, sea cual sea su formación y su procedencia, puede ser un cómplice excepcional”. “Aunque creo que idealizaba aquellos años de juventud”, opina Robert Zaretsky, “siempre apreció sinceramente el valor del deporte como actividad de equipo”.
«Le gustaba decir que no había aprendido la moral en Marx o en los evangelios, sino en su vida de pobreza. En la calle. En los terrenos de fútbol».
Se convierte, decíamos, en el portero titular de los juveniles del RUA. Tiene afición y reflejos. No duda en lanzarse a las piernas del contrario y es casi imbatible en los balones rasos, recordará un compañero. Una crónica de la época, recogida por Olivier Todd en 'Albert Camus. Una vida', alude a la “espléndida exhibición” del guardameta a pesar de la derrota: “[Aunque] todo el equipo merece felicitaciones, el mejor de todos fue Camus”. Progresa sin duda hacia el equipo principal…
Diciembre de 1930. Empieza a encontrarse cansado en todo momento; no puede correr unos metros sin perder el aliento y tarda demasiado en recuperarse. Fiebre, ahogo y tos con sangre son los síntomas que serán diagnosticados como tuberculosis pulmonar grave. La enfermedad, que lo acompañará con altibajos durante el resto de su vida, lo aparta para siempre de los terrenos de juego de su amado deporte y lo acerca a los escenarios.
Como estudiante de filosofía de la Universidad de Argel crea junto a varios compañeros el Théâtre du Travail, reconvertido tras su ruptura con los comunistas en Théâtre de l'Équipe. Ejerce de actor principal y de director, adapta numerosas obras y escribe otras. El teatro le apasiona y le instruye; se convierte para él en un espacio donde la ilusión y la sinceridad son posibles.
Fútbol y teatro, por tanto. Dos pasiones que le acompañarán durante el resto de su vida, proporcionándole esperanza y exaltación, forjando su carácter. Fueron para el escritor, en sus propias palabras, una “verdadera universidad”.
“Se trata de ambientes en los que se sentía arropado y reconocido”, dice la profesora Rufat, para quien ambas actividades contribuyeron a formar su personalidad solidaria. “Requieren trabajo en equipo, creatividad y fortaleza física, aspectos que sin duda le atraían”, explica por su parte Robert Zaretsky. “Sin embargo”, matiza, “creo que el teatro jugó un papel mucho más influyente. Al fin y al cabo, su carrera futbolística fue breve, mientras que al teatro se dedicó durante toda su vida”.
«Creo que el teatro jugó un papel mucho más influyente. Al fin y al cabo, su carrera futbolística fue breve, mientras que al teatro se dedicó durante toda su vida», explica Zaretsky.
Durante la convulsa primera mitad de los cuarenta vive el exilio francés, la II Guerra Mundial, la invasión de Francia, la resistencia en el periódico clandestino Combat y el fin del conflicto; en cinco años publica ‘El extranjero’, ‘El mito de Sísifo’ y ‘La peste’, y estrena ‘Calígula’ y ‘El malentendido’; conoce el éxito literario; se codea con la intelectualidad francesa, dentro de la cual es una voz relevante… Pero, con todo, Camus no olvida nunca aquella primera gran pasión.
Se hace aficionado del parisino Racing Club de France, cuya camiseta a rayas azules y blancas tanto le recuerda a la de su adorado RUA, del que sigue siendo socio en la distancia de su asentamiento definitivo en Francia. “Mantuvo siempre la misma pasión por el fútbol”, recuerda José Lenzini. También en su retiro en Lourmarin, pequeña población del sur del país, alejado del bullicio de la capital. Allí disfruta viendo los entrenamientos del equipo juvenil. Y, cada vez que hay un encuentro importante, detiene su trabajo de escritura para acercarse al café y seguir por la televisión el partido junto a sus vecinos.
Para entonces se ha enfrentado ya a su colega Jean-Paul Sartre y a la intelectualidad francesa. Odiado por igual por la izquierda y la derecha, Camus se siente al final de su vida profundamente solo.
En ‘Los últimos días de Albert Camus’, José Lenzini escribe: “Si no hubiera estado enfermo, habría vuelto a jugar a fútbol sólo por olvidar”. A diferencia del teatro, del que guardaba algunas “vivencias más parisinas y menos agradables”, opina Hélène Rufat, para Camus el fútbol estuvo siempre “ligado a la juventud, a la salud y a la exaltación del ambiente argelino donde creció”. Lo transportaba al patio de colegio donde se sentía el rey, a esa belle époque que mencionaba en su artículo.
Quién sabe si hablaba en serio cuando, poco antes de fallecer en un accidente de coche con tan sólo 46 años, preguntado por cuál de sus dos grandes pasiones, fútbol o teatro, habría escogido si la salud se lo hubiese permitido, contestó sin titubeos: “El fútbol, sin duda”.