Pedro Zuazua.- ¿Recuerda sus primeras botas de fútbol? Las mías fueron unas de la marca Line 7, que por aquel entonces -principios de los 90- vestía a Osasuna. Ese fue el principal argumento que utilizaron mis padres para convencerme de que me las llevara. A mí, en realidad, Osasuna ni me iba ni me venía. Pero ellos, entiendo, habían hecho cálculos con los diferentes precios y las probabilidades de que su hijo pequeño llegara a algo en el mundo del fútbol. Acertaron.
Estaba sentado en una silla de aquella tienda, probándome botas y más botas. La tienda llevaba el nombre de Marigil, un ex jugador del Oviedo. Aprovecho para compartir una reflexión de Vicente Verdú, que decía que no era muy recomendable que un futbolista que había sido un ídolo local abriera un negocio -casi siempre cafeterías o tiendas de deporte- en la misma ciudad en la que había triunfado, porque se esfumaba toda la aureola del éxito.
Quería unas Adidas. Pero no hubo manera. Hay que tener en cuenta que en mi casa nunca se atendió mucho a modas y marcas: tuve mis primeros Levi´s con 16 años y fueron de color rojo, porque mi madre entendía que combinaban mejor con las camisas.
Quería unas Adidas. Pero no hubo manera. Hay que tener en cuenta que en mi casa nunca se atendió mucho a modas y marcas: tuve mis primeros Levi´s con 16 años y fueron de color rojo, porque mi madre entendía que combinaban mejor con las camisas. Salí de aquella tienda con las Line 7, con dos juegos de tacos de aluminio de repuesto envueltos en papel azul y con una llave para cambiarlos por los de goma cuando el terreno de juego lo requiriera -creo que ya nadie pregunta si la cosa está para aluminio o para goma-.
Lo rememoro ahora y me río, pero había que tener mucho cuajo para plantarse en el vestuario de un equipo de colegio medio-pijo de Oviedo con aquellas botas. El cuajo, en concreto, era el de mis padres. Allí estaban todas las marcas que había visto en la tienda. Mucha Nike, mucha Adidas, alguna Lotto. También la mítica broma con las míticas Marco. Y luego estaban las mías, que alguien, con mucho ingenio, las bautizó como de la marca “nisu”, apócope de “ni su madre la conoce”.
Aquellas botas me hicieron famoso en la tienda. En ningún caso por mis hazañas futbolísticas, sino porque se me rompían una y otra vez por la planta. A la tercera, me dijeron que eligiera las botas que quisiera -que no fueran Line 7, se entiende-. Fruto de mi educación jesuítica, me dio vergüenza escoger unas Adidas o unas Nike y opté por unas Umbro, que costaban más o menos lo mismo que las mías. Las lavaba después de cada entrenamiento. Incluso les aplicaba grasa una vez a la semana. Creo que nunca he cuidado tanto un calzado.
Pasado un tiempo, cuando ya estábamos todos a punto de convencernos de que las botas de fútbol tampoco hacían al monje, Adidas lanzó al mercado el modelo Predator. Tenían unos pliegues de goma en el empeine que, supuestamente, hacían que el balón cogiera unos efectos mágicos. Uno veía los anuncios y se convencía de que aquellas botas eran la solución a todos sus problemas futbolísticos. A mí, que tardé varios años en comprender la mecánica del golpeo a puerta -lo de no echar el cuerpo hacia atrás, situar el pie de apoyo en paralelo al balón a la hora de chutar o utilizar el empeine- aquellas botas me parecían magia. Pero claro, si de primeras me habían caído unas Line 7, como para pedir ahora el último grito.
Tenían unos pliegues de goma en el empeine que, supuestamente, hacían que el balón cogiera unos efectos mágicos. Uno veía los anuncios y se convencía de que aquellas botas eran la solución a todos sus problemas futbolísticos.
Pero hete aquí que un día Javier, uno de mis compañeros de clase, apareció en el colegio con unas Predator recién compradas. Y las llevó al entrenamiento. Y todos queríamos probarlas.
Por aquel entonces, los entrenadores planteaban de forma recurrente un ejercicio que consistía en colocar una hilera de balones en la frontal del área e íbamos chutando por turnos. A los buenos les devolvía el portero el balón después de atajarlo o de recogerlo del fondo de la red y los malos teníamos que ir a recoger la pelota hasta la pista de atletismo. Pero aquel día, aquel ejercicio era el momento ideal para probar las Predator.
Javier, que durante la primera hora de ejercicio ya se debía de haber dado cuenta de que las mejoras en el diseño no eran más que eso, accedió con paciencia y generosidad a que todos probáramos a disparar con sus botas nuevas. Uno a uno, nos las fuimos calzando y fuimos golpeando el esférico con la ilusión de que saliera con efecto hacia alguna de las escuadras -la que las botas quisieran, por supuesto-. No sucedió.
Por si les interesa, las Line 7 se venden a 5 euros en algunas páginas de venta de artículos de segunda mano. Aunque ya les aviso de que se suelen romper por la planta.
Las Predator han seguido evolucionando y su precio ronda hoy los 150 euros.
Es difícil cuantificar la ilusión con las que me las calcé aquel día, cogí carrerilla y golpeé el balón. Fueron, seguramente, los únicos segundos de mi vida en los que realmente pensé que podía ser futbolista. Creo que se llama publicidad. •