Antognoni, el chico que jugaba mirando las estrellas

Giancarlo Antognoni, una de las estrellas de la selección que tocó el cielo hace justo 40 años en el Mundial 82. Su gran espina fue perderse la final por lesión. Pero habla con la satisfacción de los ‘One Club Man’, en su caso, de la Fiorentina.

Francesco Luti.- Este verano se cumplen 40 años del Mundial de España que Italia ganó contra todo pronóstico superando el ‘grupo de la muerte’, con Brasil y Argentina, y destrozando a Alemania en la final del Bernabéu. Quedan lejos los días de Vigo, Barcelona y Madrid pero las imágenes de ciertos momentos de aquel campeonato siguen en la memoria de muchos aficionados. Para los italianos aquel fue “El Mundial”. El momento más alto de la selección azzurra en su historia. Sin quitar méritos a las otras tres alineaciones que ganaron la estrella, la de Enzo Bearzot sigue siendo la Azzurra más querida.

Desde hace unos meses en Italia se suceden encuentros conmemorativos que ven involucrados a los protagonistas de aquella selección. El año pasado nos dejó Paolo Rossi, pichichi y justiciero de Brasil. Gaetano Scirea había muerto en 1989 en un absurdo accidente en Polonia, pero los demás quedan. La mayoría de la Juve, Inter y Milán. Y entre ellos la leyenda y bandiera de la Fiorentina, lo que hoy se diría un one man club, Giancarlo Antognoni.

5 JULIO 82» El gran partido de España 82, con Antognoni y Socrates de fondo.

Líbero se cita con él en Barcelona (lo esperaban en San Sebastián, invitado por la Fundación de la Real Sociedad). Giancarlo, amable como siempre, es entrevistado por quien escribe. Permítaseme una premisa del todo personal. Yo he nacido a 50 metros del estadio de Florencia. Desde el balcón de casa se veía medio terreno de juego, y en la terraza del tejado se veía todo el campo, gradas incluidas. Creo que desde los 4 años no me perdí ni un partido de los que Antognoni jugó en casa a lo largo de sus 15 años de carrera con la camiseta violeta.

Hace seis años, con el amigo Alessandro Pieralli, abogado e hincha de la Fiore, fundamos la peña de la Fiorentina, la única en España, donde resido desde 2006 dedicándome a la literatura como autor y docente universitario. Por eso, pues, y por otros factores más secretos, escribir sobre Antognoni me resulta al mismo tiempo sencillo y complicado. Fue mi ídolo de la infancia y adolescencia, y ahora, por una combinación de casos, somos buenos amigos. Conozco a fondo los detalles de su carrera, en parte recopilados en mi libro A testa alta. Il cammino del Sarrià’ (Nicomp, 2014), casi una autobiografía de mis andanzas en España que se funden con la biografía futbolística de Giancarlo, desde sus comienzos a la despedida del 1989.

«Un día Sócrates nos invitó en su casa, para su cumpleaños. La fiesta duró dos días. Los que teníamos familia fuimos unas horas. A quien tenía corbata se la cortaba al entrar en casa. Aquí, dijo, con corbata no se entra. Era todo un personaje, y un futbolista especial. No por nada era el capitán de aquella selección».

Complicado escribir sobre él, quizás, por esta misma razón: por saberlo todo de un jugador que fue uno de los más elegantes de siempre. Elegancia en la manera de correr, de golpear la pelota con chute fuerte, o pases de 40 metros que hoy en día ya casi no se ven. En una época en la que las pelotas eran más pesadas, eran Giancarlo y pocos más (yo diría Beckenbauer) los que eran capaces de hacerla llegar exacta sin que rodara más de la cuenta. Exactitud en el control, en el arte de coordinarse, de elegir siempre el movimiento correcto del cuerpo, y hacerlo parecer sencillo.

Sin descomponerse, sin parecer torpe. Esto era Antognoni, dotado de un físico especial. Pier Paolo Pasolini, un año antes de morir, como gran aficionado al fútbol que era, escribió “El alado Antognoni es una esfinge”. En cualquier foto que lo retrate jugando, que chute o corra, siempre está con la cabeza alta, tanto que, en su debut en primera, en octubre del 1972, el periodista Caminiti escribió “hoy hemos visto un chico que juega mirando a las estrellas.”


BARCELONA» El autor del texto y su protagonista en Barcelona este verano.

Y estas características di classe las reconocen no solo los aficionados de los setenta y ochenta, sino también lo saben exjugadores de la calidad de Míchel, con quien Antognoni se inspiraba, o Bernd Schuster, o Rainer Bonhof, el del Valencia, que se cruzó todo el campo del Werder Bremen para ir a saludar a Antognoni cuando se enteró de que era directivo de la Fiorentina, en un partido de la UEFA. Antognoni fue director general de la Fiorentina en otra época de oro de la Fiore, entre (1990-2000), la de Batistuta y Rui Costa. El portugués fue fichado por el mismo Giancarlo, que fue a verle durante un campeonato de Europa Sub-21 en Francia, anticipándose el Barça de Cruyff y Rexach, que lo querían y estaban a un paso del fichaje.

Lo sabe Pep Guardiola (en una escena de la que fui testigo), cuando con Giancarlo y Batigol, invitados al primer Trophy of legends de golf, organizado por el entourage del entrenador del City, llegamos y lo vio entrar en el hotel dijo: “Aquí van los grandes jugadores”. Grandes jugadores hay en todas las épocas, pero con clase innata no son muchos. Iniesta, Zidane y otros, naturalmente. Si Antognoni hubiese cedido a los piropos de la Juventus (fue el único que dijo no a la Vecchia Signora, y el avvocato Agnelli se lo recordó la mañana de la final del Bernabéu en el hotel), quizás hubiera ganado títulos internacionales a nivel de club, y a lo mejor hubiese podido estar en los candidatos a un Balón de oro, cuando se premiaba al mejor futbolista europeo del año.

Si Antognoni hubiese cedido a los piropos de la Juventus (fue el único que dijo no a la 'Vecchia Signora', y el 'avvocato' Agnelli se lo recordó la mañana de la final del Bernabéu en el hotel), quizás hubiera ganado títulos internacionales a nivel de club, y a lo mejor hubiese podido estar en los candidatos a un Balón de oro.

Pero no fue así. Nunca traicionó a la Fiore, y es por eso que es el más querido por los florentinos. En las décadas siguientes tal vez solo Totti y Maldini se pueden considerar, y con mérito, one man club. 

En el Mundo Deportivo de marzo 1972 hubo quien, viéndolo jugar con 17 años en un España-Italia, siempre en Sarrià en el XXV Torneo Junior de la UEFA, escribió: “Antognoni rebosa clase.” La portería de la roja la defendía un jovencísimo Luis Arconada.

1980» Contra la España de Juanito y Migueli en la Eurocopa.

Antognoni es el jugador que más veces ha vestido la camiseta 10 en la historia de la selección italiana. Aunque, por la numeración alfabética disputará con la 9 sus dos mundiales. Debutó con apenas 20 años en Rotterdam en noviembre de 1975 contra la Holanda de Cruyff. Ganó la Naranja por tres a uno: Rensenbrink y doblete de Cruyff, que en zona mixta elogió a la joven promesa (véase la película ‘El profeta del gol’). Antognoni había servido en bandeja la asistencia a Boninsegna para el primer gol del partido, y más tarde se le anuló un misil en la escuadra desde 35 metros. Célebre el caño que le hace a Neeskens, y los tacos que le clava Van Hanegem, después que Giancarlo le acabe de hacer un doble sombrero.

Será una carrera larga con la Azzurra, hasta 1984, cuando su segunda lesión grave le impide participar al que hubiera sido su tercer mundial de habla hispana. Presente en Argentina y en España, Giancarlo no pudo estar en México. La primera lesión la padeció en noviembre del 1981, cuando el portero del Genoa Silvano Martina chocó con la rodilla en la sien de Antognoni dejándole inconsciente. El corazón se le paró varios segundos hasta que un masaje cardiaco lo resucitó. Unos meses después disputará el Mundial del Naranjito. Es probable que sin aquellas ausencias hubiese podido llegar a unos cien partidos con la selección, en una época donde no era tan fácil sumar tantos partidos. Se quedó en 73.

En el 82 era el segundo capitán de la selección, después del veterano Dino Zoff. Tenía 28 años y estaba en un momento de espléndida forma. La selección, que en la fase de grupos se clasifica empatando tres veces en Galicia, en el estadio de Sarrià se la juega contra la campeona del mundo, Argentina, y contra Brasil.

«Recuerdo que contra Argentina me marcó Gallego, que tenía una uña bien puntiaguda que nos clavó, a mí y a Paolo [Rossi], varias veces en el cuello. En el entretiempo nos cambiamos la camiseta y se veían claramente los arañazos».

La albiceleste de su compañero en la Fiorentina, Daniel Bertoni, y del que será, al cabo de un mes, el nuevo líbero de la Fiore, Daniel Passarella. El partido contra Argentina es el que dará el empuje a la selección.

Giancarlo Antognoni: Sí, aquel fue el momento clave. Veníamos frescos de Galicia, donde no habíamos gastado muchas energías. Tres empates: Polonia, Perú y Camerún. Pasamos por los pelos e inevitablemente teníamos la prensa italiana en contra. No tardamos en empezar un ‘silencio prensa’. En Barcelona hablarán solo Zoff y Bearzot, que, en la piscina de nuestro hotel de concentración, en las afueras de Barcelona, aceptó el pedido de Claudio Gentile, que quiso encargarse de Maradona. En principio la tarea era para Tardelli, el Coyote, que la noche antes de jugar no dormía. Fue un partido durísimo. Galván, Tarantini, Passarella… jugadores de experiencia y calidad, pero duros. Recuerdo que me marcó Gallego, que tenía una uña bien puntiaguda que nos clavó, a mí y a Paolo [Rossi], varias veces en el cuello. En el entretiempo nos cambiamos la camiseta y se veían claramente los arañazos. Di el pase a Marco Tardelli, que hizo el primer gol, luego Antonio Cabrini marcó el segundo y ganamos un partido clave para nuestra moral. Paolo Rossi no anotó, pero estuvo cerca, e iba mejorando su condición. Nada de festejos más de la cuenta. Bearzot era así y quiso que fuésemos todos a ver en vivo el Brasil-Argentina en Sarrià. Hacía un calor tremendo, pero fuimos. Nos obligó a estudiar a nuestros adversarios directos y nuestra zona del campo. Fue decisivo haber ido. *

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