Texto Guille Ortiz.- A mí el que me gustaba era el “Piojo” López. Noches de lunes pegado a Sportmania para ver el “Fiebre de fútbol” de Julio Maldonado, Carlos Castellanos y Duncan Shaw. Me gustaba porque jugaba en un equipo que se llamaba como mi equipo y porque yo no dejaba de ser un adolescente pedante que iba presumiendo de jugadores que no conocía nadie. El “listillo” de aquella habitación de hotel; una habitación, por otro lado, llena de rutina y conformismo: todos esperábamos una final Argentina-Brasil pero a los Ronaldo, Flavio Conçeiçao y compañía se los había ventilado Nigeria en las semifinales, remontando un 1-3 para ganar en la prórroga 4-3.
Fueron los primeros Juegos Olímpicos en los que se admitía un “profesional”, por equipo, esto es, un jugador mayor de 23 años. Brasil eligió a Bebeto y el del Depor se hinchó a marcar goles. Argentina se llevó a Simeone y su contundencia le llevó a la final. Junto a él, casi nada, los Almeyda, Crespo, Gustavo López, Ayala, Verón, Chamot, Zanetti, Ortega... la generación que se empeñó en fracasar torneo tras torneo durante los siguientes diez años, desperdiciando todo el talento individual que acumulaba.
Argentina se llevó a Simeone y su contundencia le llevó a la final. Junto a él, casi nada, los Almeyda, Crespo, Gustavo López, Ayala, Verón, Chamot, Zanetti, Ortega...
Y por encima de todos, ya digo, el “Piojo”, ídolo de Avellaneda. Era un 3 de agosto de 1996 y Santander se preparaba para una noche de fiesta: Los Rodríguez y Joaquín Sabina en directo en la Plaza de Toros. La gira duraba ya unos meses y empezaba algo parecido al cansancio. Ariel Rot y Andrés Calamaro tirados en la cama murmurando apoyos a Argentina mientras mi tía Alejandra ponía el entusiasmo. ¿Qué hacía yo en esa habitación doble del hotel Santemar, zona de lujo de El Sardinero? Ser un adolescente. Tener 19 años y vivir todo aquello con la mayor naturalidad del mundo.
Y es que era natural, lo antinatural vino luego: la separación de Los Rodríguez al año siguiente. con ese maravilloso álbum de despedida, el malditismo de Calamaro resumido en 50 canciones por disco, la muerte de Julián Infante... incluso el ictus del propio Sabina y su posterior “nube negra”. Por entonces, Andrés y Ariel no eran más que los amigos de mi tío Pancho a los que mi prima Irene ya adoraba con solo 3 años. Los que cantaban 'Engánchate conmigo' en aquella cassette casi clandestina de 1991.
Aquella tarde todos éramos argentinos y nadie pensaba en la sorpresa. A nadie le importaba demasiado la sorpresa, tampoco vamos a dramatizar: unos Juegos Olímpicos no son un Mundial. Yo, siempre yo, hablaba de Okocha, de Oliseh,
de Kanu, Babangida, Amunike... pero sentía que nadie me escuchaba. Calamaro, gafas de sol puestas en pleno atardecer, fumando un cigarrillo, Ariel repasando el listado de canciones y el Piojo, mi Piojo, que esperaba el centro de Crespo, habilitado por Ortega, para cabecear el 1-0 a los dos minutos de juego.
Crespo subiendo la banda y Piojo rematando de cabeza, así era la loca Argentina de Passarella. Aquel gol certificaba la expectativa. Arbitraba Pierluigi Collina, que tampoco era por entonces un icono pop, sino un cumplidor árbitro de la Serie A italiana. Hacía calor en Santander, ese típico calor de cumulonimbos, pesado y húmedo. El concierto empezaba antes de que acabara el partido y la idea de ver la primera parte entera se disipó a eso de los 15 minutos, cuando todo apuntaba a que en cualquier momento otro contraataque llevaría al segundo gol argentino.
Dice Rodrigo Fresán que la Guerra de las Malvinas se decidió en un cine. Cuando entró a ver la película, Argentina estaba ganando sin discusión y cuando salió se había rendido con estrépito. Algo parecido le pasó a Calamaro: cuando subió al escenario a cantar ‘Palabras más, palabras menos’ era campeón olímpico, cuando salió después de haber hecho una extraña versión del ‘Princesa’ de Sabina, tambaleándose con un cierto gusto por el espectáculo, le esperaba un triste subcampeonato.
Dice Rodrigo Fresán que la Guerra de las Malvinas se decidió en un cine. Cuando entró a ver la película, Argentina estaba ganando sin discusión y cuando salió se había rendido con estrépito
Yo miraba desde una esquina y actualizaba los resultados cuando algún técnico de la banda me lo pedía. Eran tiempos sin Internet y me pregunto quién me cantaría los goles a mí. Alguna cadena de radio, supongo. Babayaro empató aún en la primera parte. Crespo volvió a adelantar a Argentina, y Nigeria hizo algo parecido a lo de Brasil en semifinales: marcar mediada la segunda mitad y otra vez a punto de acabar el partido. Toda la defensa argentina saliendo a por uvas en una falta lateral y Amunike haciendo de pillo para empujar el 2-3. Ya ven, cabezazos del Piojo y astucias de Amunike. Aquellos maravillosos 90.
Cabezazos del Piojo y astucias de Amunike. Aquellos maravillosos 90
Había algo prodigioso en aquella Nigeria, casi la misma Nigeria que eliminaría a España del Mundial de Francia dos años después, el mismo Amunike al que fichó Bobby Robson para lanzar saques de banda y que acabó protagonizando anuncios de la Renault Kangoo. Las desgracias, trabajando, son menos. El concierto terminó con el clásico ‘Pastillas para no soñar’ y la resaca duró poco: un intento de tomar algo en una calle del centro hasta que las masas se cerraron sobre Joaquín y acabamos en el reservado de un restaurante. Razones por las que uno acaba encerrado en su casa.
Volver a Madrid no fue fácil para nadie: el Piojo fichó por el Valencia de Luis Aragonés, Ronaldo hizo lo propio por el Barcelona, Calamaro y Rot deslumbraron en Las Ventas, eclipsando al propio Sabina, y después decidieron seguir caminos opuestos . Yo perdí a la chica de mi vida, luego la recuperé y acabé perdiéndola para siempre cuatro años después. Con el tiempo encontré otra, porque nuestra vida tiene tantas chicas como el siglo partidos, pero esa es una historia muy larga.
El Piojo fichó por el Valencia de Luis Aragonés, Ronaldo hizo lo propio por el Barcelona, Calamaro y Rot deslumbraron en Las Ventas.
Por aquel entonces, no solo era un adolescente sino un adolescente con ínfulas, lo peor del mundo: canciones de Soundgarden y posters de Nirvana. Segundo año de filosofía. Perder, estéticamente, me parecía lo suyo. Cuando la echaba de menos escuchaba aquello de “Flaca, no me claves los puñales por la espalda” y me acordaba un poco de ella, un poco de Santander y un poco de Amunike. No necesaria- mente en ese orden.