Eduardo Sacheri.- Muy a menudo me encuentro ante la dificultad de intentar “explicar” la Argentina a personas nacidas y criadas en otros países. Como si algunas características específicas de mi país fuera eso: especificidades tan raras, tan complejas, tan alejadas de los horizontes compartidos por otras sociedades que volvieran a la Argentina -seamos más concretos, a los argentinos- unos seres difíciles de clasificar, de interpretar y de comprender.
¿Un buen ejemplo de estas “explicaciones difíciles”? El peronismo. En la mayoría de los países occidentales los partidos políticos se extienden en un espectro que va de la derecha a la izquierda (o viceversa, no quiero herir susceptibilidad alguna). En la Argentina el peronismo escapa alegremente de esa caracterización. El peronismo fue de derechas cuando nació sobre el final de la Segunda Guerra Mundial, coqueteó con la izquierda en los años sesenta del siglo XX, fue de derecha neoliberal con Menem, fue de izquierda con los Kirchner. En la década de 1970 fue, al mismo tiempo, de izquierdas y de derechas, y el conflicto entre unos y otros peronistas alcanzó unos niveles de violencia asombrosos.