Así cambió el fútbol inglés: Del paravalanchas al teatro

El Informe Taylor marcó las reglas del fútbol moderno. De Hillsborough al Emirates, de las gradas de madera y hierro atestadas y baratas a la silla de plástico cara o al sillón con Sky TV. En el césped el balón bajó al suelo. Los 90 fueron la transición a la modernidad. Luego vino la nostalgia.

Arturo Lezcano.- El plan era perfecto. Cobrar ocho libras la hora, una fortuna, por vestir un chaleco naranja y sentarme en la mítica pista de Wembley durante los partidos de Champions League que el Arsenal jugaba como local. El olor al césped de  green de golf, los banquillos en dos alturas, los 39 escalones has[1]ta el palco real, las torres gemelas de la fachada rematadas por banderas con la cruz de San Jorge. Solo tenía un pero: no vería  ni un segundo del partido: me pasaría la noche viendo caras de hinchas, dando la espalda al terreno de juego. Me había hecho steward.

Era 1998 y el movimiento del Arsenal a Wembley respondía a los tiempos modernos del fútbol: ahogado por las exigencias publicitarias y de entradas de la UEFA, que se comía medio aforo de Highbury, probaron a mudarse a la Catedral, dos veces más grande. Y, de paso, comprobar si les valía la pena lanzarse a  algo nunca visto aún en Inglaterra: construir un nuevo estadio, moderno, grande y dotado de todos los servicios, a cambio de abandonar la tradición y la historia de su campo. Era el último paso de un dirigente innovador, David Dein, que ya había hecho temblar todos los cimientos del fútbol inglés con la contratación de un entrenador francés que proponía un fútbol combinativo con un sinfín de extranjeros.

Era 1998 y el movimiento del Arsenal a Wembley respondía a los tiempos modernos del fútbol: ahogado por las exigencias publicitarias y de entradas de la UEFA, que se comía medio aforo de Highbury, probaron a mudarse a la Catedral, dos veces  más grande.

Allí estaban ellos, no delante de mí, sino detrás, jugando al passing game mientras yo mantenía los ojos inmóviles en la grada sentado en mi taburetito de plástico. Me habían colocado en la segunda fila de stewards y vigilaríamos la curva visitante: si no servía para nutrirme de fútbol, al menos lo haría de cánticos y banderas. Por allí pasaron hinchas de Panathinaikos, Dinamo de Kiev, Lens. Cada partido, la misma liturgia: una charla de una hora previa al partido con instrucciones básicas para emergencias, no exactamente sofisticadas. Por ejemplo, no se podía gritar “fire!”, sino una palabra clave escogida cada día. Cada rebaño de chalecos naranjas iba acompañado de un supervisor de chubasquero amarillo y, entre los ultras de turno y nosotros, se colocaban guardias de seguridad camuflados con un abrigo largo verde fosforito. Ni rastro de policía, otra rareza más para los que veníamos del fútbol de porra y carajillo. Porque en Inglaterra ya no había alcohol en los estadios, ni bobbies, ni siquiera vallas ni gradas de pie. Todo había cambiado por completo en menos de una década. En el campo, por supuesto, pero también en la grada, verdadero termómetro y representación del football.

Cada rebaño de chalecos naranjas iba acompañado de un supervisor de chubasquero amarillo y, entre los ultras de turno y nosotros, se colocaban guardias de seguridad camuflados con un abrigo largo verde fosforito.

HEYSEL Aficionados del Liverpool en Bruselas, en la final ante la Juventus que provocó la tragedia y la sanción a los equipos ingleses.

LORD TAYLOR
Hay una imagen de pesadilla recurrente en la que se ve a gente aplastada contra la verja del estadio de Hillsborough, en Sheffield, gente atrapada como ganado en un camión de transporte, una foto fuera de toda norma, totalmente extemporánea para el año que era, 1989. Y que sin embargo sirvió de portada a los tabloides de Londres, desde entonces y para siempre, enemigos de la ciudad de donde venía toda esa gente, Liverpool. 96 aficiona[1]dos murieron en la avalancha de la foto, tras el ingreso en tropel de hinchas, muchos sin entrada, en una semifinal de FA Cup frente al Nottingham Forest. Fue el culmen del desbordamiento de un modelo que no daba para más: estadios del siglo XIX, riadas de hinchas desaforados y alcoholizados entre el caos policial, violencia desatada entre aficiones. Aquel no era el primero ni el segundo, pero sí sería el último, y más trágico, desastre en las gradas de un estadio inglés. La primera página de The Sun, bajo el titular “The truth” (La verdad), volcaba su ira en los hinchas y decía que se habían producido saqueos de los cadáveres a manos de hooligans que meaban a los policías. Cuentan leyendas vivas del Liverpool que lo primero que les enseñan al llegar a Anfield es el You’ll never walk alone y aquella famosa portada de The Sun...*

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