Azul oscuro casi negro

El escritor Javier Aznar es una víctima más de la inmensa colección de aficionados del Inter de Milán que fue seducida por su precioso uniforme. Interistas en permanente desconsuelo por los tradicionales negocios ruinosos de sus fichajes.

Texto Javier Aznar | Ilustración Artur Galocha.- Nací al fútbol en plena tiranía del Milán de los holandeses. Decíamos Milán y no Milan. No teníamos acceso a tanto fútbol televisado, por lo que a veces te enterabas de las hazañas de este grupo salvaje leyendo el periódico, como en los wéstern. Te llegaban noticias de cómo habían arrasado otras ciudades, de cómo “Los invencibles de Capello” no tenían compasión de sus rivales, de cómo nunca volvía a crecer la hierba por los estadios que pisaban. No sabías cómo jugaban, pero te lo imaginabas. Incluso los hechos se mezclaban con la leyenda: corría el rumor de que un tifoso milanista había ofrecido donar en vida sus ligamentos y tendones a Van Basten, solo con la esperanza de poder verle jugar un año más.

Todo en ese Milán sonaba a grandeza, a aristocracia futbolera. Muchos niños llevaban en el parque camisetas rossoneras de Lotto con Mediolanum en el pecho. Tu tío, al que siempre escuchabas con veneración, proclamaba en el salón de casa con mucha solemnidad que el mejor central del mundo era Baresi, el catedrático del fútbol. ¡El líbero! Hacerse del Inter de Milán en ese contexto, por tanto, tenía algo de movimiento contracultural. De acto subversivo. Era el reverso tenebroso de aquel gran Milán, su ‘upside down’ si estuviéramos en Stranger Things.

Rayas azules en lugar de rojas, colores fríos contra cálidos. Incluso tenían al otro Baresi, Beppe Baresi, hermano mayor de Franco, físicamente idéntico, aunque mucho menos conocido. Hasta jugaban en el mismo estadio, pero lo llamaban Giuseppe Meazza en lugar de San Siro, despojados de ese halo místico y sagrado que desprendía el templo milanista, que casi olía a incienso. A mí, como a Enric González, lo que me atrapó fue aquella camiseta. Había algo oscuro e irresistible en esos colores. Todo estaba en las rayas. Esa mezcla de azul y negro te hechizaba, como les pasaba a los detectives con los ojos de las mujeres fatales en las novelas negras. Y ya terminaron de ganarme para su causa cuando ficharon a un fulgurante rubito holandés del Ajax: Dennis Bergkamp. Era joven, elegantísimo, técnico, serio. Lo tenía todo. El nuevo Van Basten, decían. Sin embargo, fracasó estrepitosamente en el Inter.

Porque en el Inter la única forma de fracasar siempre es a lo grande. Luego aquel rubio terminaría yéndose al Arsenal. Y el resto es historia. Todavía no lo sabía, pero este proceso de tres pasos: 1) fichar a una joven promesa, 2) dejarla marchar a un precio irrisorio y 3) terminar como leyenda en otro club, iba a convertirse en la seña de identidad del Inter. El ejemplo más reciente lo tenemos en Coutinho: el Inter se hizo con sus servicios con apenas 16 años, fue cedido sucesivamente a distintos equipos, lo malvendieron al Liverpool por 8 millones de euros y acaba de ser traspasado al Barça por 160 millones de euros, convertido en estrella mundial. Ha conseguido multiplicar su valor por 20 en apenas cinco años.

El ejemplo más reciente lo tenemos en Coutinho: el Inter se hizo con sus servicios con apenas 16 años, fue cedido sucesivamente a distintos equipos, lo malvendieron al Liverpool por 8 millones de euros y acaba de ser traspasado al Barça por 160 millones de euros, convertido en estrella mundial. 

No hace falta ser un lince de los negocios para hacer los números de la ruinosa operación. Si algo ha caracterizado al Inter de Milán de los últimos años ha sido su pésima gestión deportiva. Deberían estudiar su caso en los MBA de Harvard y de la London School of Economics dentro de la asignatura: “Cómo hundir el valor de tu empresa con decisiones ridículas como regalar a Roberto Carlos o a Pirlo”. Un mono borracho aporreando el teclado en el PC Fútbol habría tomado mejores y más prudentes decisiones. Un mono borracho jamás habría aceptado intercambiar a Seedorf por Coco con su eterno rival. Un mono borracho no habría desaprovechado a Cannavaro y a Bonucci, dos de los mejores centrales que ha dado Italia en los últimos 20 años. Un mono borracho nunca habría convertido al Chino Recoba en el jugador mejor pagado del mundo.

Es como si hubieran tenido bitcoins y paquetes de acciones de Google, Facebook y Apple, y hubieran decidido cambiar todo esto por un lateral griego de dudoso rendimiento, un paquete de chicles y unos tazos. Paradójicamente, el Inter ganó su última Champions en el momento más improbable, justo cuando parecía haberse esforzado menos. Recién vendido Ibrahimovic al Barça, con un renacido Motta de centrocampista (el Racing de Santander había descartado su fichaje tras declararle “no apto” por el estado de su rodilla), con tres descartes del Madrid como Samuel, Cambiasso y Sneijder de columna vertebral y con Eto’o haciendo de lateral ocasional. Un milagro. Recuerdo leer a Javier Marías comentando que no le había gustado nada el hecho de que el Inter ganara la Champions sin jugadores italianos en su once.

Recién vendido Ibrahimovic al Barça, con un renacido Motta de centrocampista (el Racing de Santander había descartado su fichaje tras declararle “no apto” por el estado de su rodilla), con tres descartes del Madrid como Samuel, Cambiasso y Sneijder de columna vertebral y con Eto’o haciendo de lateral ocasional.

Nunca lo entendí. Es el triunfo del fútbol actual, que es de todos. Lejos de quedarse en algo local, atraviesa fronteras como un transatlántico. Uno ya no tiene por qué ser aficionado del equipo de su pueblo por imposición paterna o del entorno. Un niño cualquiera puede hacerse fanático del Inter de Milán porque sí, fruto de su libérrimo deseo, de la lectura de revistas y de periódicos deportivos, de sus ensoñaciones o de su extraño y caprichoso amor a las rayas de una camiseta. Además, el Inter de Milán se llama Internazionale por algo: fue formado en 1908 por 44 disidentes del Milan Crickett & Football, actual A.C. Milan, porque no aceptaban extranjeros en sus filas. Seguro que luego malvendieron a esos 44 disidentes. Pese a todo, me gusta ese toque exótico y excéntrico del Inter de Milán. Es como ese amigo enamoradizo, un poco ingenuo, siempre ilusionado, apostando por amores imposibles y al que sabes que invariablemente le van a romper el corazón en poco tiempo. Pero admiras su tenacidad, su afán por creer todavía. Pobre Inter de Milán. ¿Quién te romperá el corazón esta vez? Yo te seguiré queriendo, calavera, aunque sea solo por tus rayas. •