Barcelona 9-1 Boca Juniors: ¿Será cierto todo esto o será una pesadilla?

En el Joan Gamper de 1984 el Barcelona le asestó a Boca la peor derrota de su historia. Compartimos un relato de aquel 9-1 y la consternada crónica del enviado de El Gráfico. 

Texto revistaUNCAÑO.- Los meses de julio y agosto de 1984 serán seguramente recordados por los hinchas de Boca como los más desdichados de su historia. Aquella mala época incluyó fracasos deportivos, huelga de jugadores, crisis en la directiva y zozobra económica. Así las cosas, en medio de aquella patética malaria, dos acontecimientos brillan especialmente en la memoria resultando emblemáticos:

La tarde del 8 de julio, en La Bombonera, un equipo de emergencia integrado con juveniles debido a la huelga de profesionales, tuvo que jugar contra Atlanta. A falta de camisetas alternativas, vistieron remeras de entrenamiento con los números pintados con fibrones, que a medida que transcurrían los minutos se iban borroneando hasta parecer pinturas abstractas en la espalda de los jugadores. La noche que en el Camp Nou, en su primera presentación del Joan Gamper, el Barcelona le marcó nueve goles ante la incredulidad y estupor de los pocos argentinos presentes en el estadio y que en ese estilo grave y dramático, característico de la época, el periodista Natalio Gorin reflejó en la paginas de la revista El Gráfico en una crónica de la que a continuación reproducimos sus mejores pasajes:

**LAS VALIJAS DE BOCA CARGAN UNA HERIDA CRUEL (Fragmento)

Creo que voy a recordar toda la vida ese martes 21 de agosto de 1984. Ese día viví sensaciones inéditas como periodista, como hombre de EL GRAFICO. Por eso ahora, en la intimidad de una habitación de un hotel madrileño, trato de ahuyentar los formalismos. ¿Será masoquismo? No, no puede ser. Abro la libreta de apuntes, veo ese 9 -1 y todo es un volver a vivir. Los últimos goles los anoté como un autómata, con bronca, como si una pregunta inconsciente rechazara la simple acción de escribir el minuto y el autor de un gol. “¿Será cierto todo esto o es una pesadilla?” Terminó el partido, bajé las escaleras del palco de prensa del Nou Camp (sic) y esperé en el hall de entrada, quería encontrarme con una cara conocida. Los hinchas de Barcelona salían eufóricos, agitando banderas. No, no era una pesadilla. De pronto recordé que, de lejos, había visto a Menotti en el palco de honor. Fui hacia él. Estaba enfurecido, echaba chispas por los ojos.

—¿Viste? ¿Viste? Es mi vieja lucha. Una vez dije que la Selección no podía ir a Europa con dos días de anticipación y se enojó todo el mundo, empezando por Bilardo. Esto de Boca no se puede creer. Jugaron con Estudiantes el miércoles pasado, fueron a Tucumán, volvieron a Buenos Aires y se tomaron un avión para España. No, viejo, no. Hay cambios de horarios, no hay descanso. Así no se puede salir a jugar el Gamper contra Barcelona. En esta cancha San Lorenzo les hizo cinco, el último Pontoni con el c… Esto es una falta de respeto al fútbol argentino. Yo no le echo la culpa a los jugadores de Boca, este es un problema de mentalidad, de organización, así nos vamos al c. . .

Fui al vestuario de Boca. No a buscar explicaciones. De ninguna manera. Simplemente había que estar allí, compartir el momento, ayudarse con las miradas. Pensaba igual que Menotti, mientras veía a los jugadores inmersos en un silencio letal, que golpeaba, que hablaba a su manera. Es que a estos muchachos los va a marcar la estadística, en alguna historia, pero no son los asesinos; esta artera cuchillada al fútbol argentino salió de una mano que empujaron muchos. Esto no es la muerte del fútbol argentino, pero como herida va a tardar mucho en cicatrizar. . . Nadie hablaba, el clima era denso. La ceremonia de sacarse las camisetas, desvestirse y meterse bajo el agua, tarda no más de quince minutos después de un partido normal. Pero el que acababa de terminar no lo era, y por eso el rito se extendió más allá de la media hora. Había algo que imantaba a los jugadores en los bancos del vestuario.

La ceremonia de sacarse las camisetas, desvestirse y meterse bajo el agua, tarda no más de quince minutos después de un partido normal. Pero el que acababa de terminar no lo era, y por eso el rito se extendió más allá de la media hora. Había algo que imantaba a los jugadores en los bancos del vestuario.

Un dejarse estar, un shock emocional, una especie de parálisis, de conmoción que lo anulaba todo. Apenas se escuchaba la voz del Torito Quintieri, el masajista, y de Enrique Reggiani, el utilero, pidiendo las camisetas y las prendas transpiradas y llenas de vergüenza. En un rincón, los dirigentes Domingo Pietro y Miguel Careri hablaban en tono bajo, bajísimo. El doctor Ricardo Genaro tenía otra preocupación inmediata, el desgarro en el aductor derecho de Hugo Alves, que descansaba en la camilla con una bolsa de hielo sobre la zona afectada. Repito que en aquel momento no buscaba explicaciones. Es que a todos los argentinos que estábamos en el Camp Nou (sic) nos hermanaba un mismo elemento: el dolor. Yo era uno más entre ese plantel vapuleado y recién saliendo de la catástrofe. Subí al micro con el equipo. En el primer asiento —como es su costumbre— me miró el rostro amargado de Dino Sani.

Por allí cerca rondaba Passucci, musitando con una voz culpable: “Yo soy el responsable en un 50% de esta goleada. Otra vez me hice echar. . . Asumo mi culpa. . .” Después, a la mañana siguiente, Dino y Passucci tendrían una reunión a solas. El técnico le iba a recordar que ésta era la segunda oportunidad en que el jugador se hacía echar por pegar una patada descalificadora (la anterior fue el 1° de abril, en el encuentro frente a Estudiantes que también me tocó comentar). Y Sani fue terminante: la próxima vez, Passucci no juega más en la primera de Boca mientras él sea el técnico.

Cuando llegué al fondo del micro, el Nando Morena se estaba tomando la cabeza con las manos, mientras musitaba “¡Qué vergüenza! ¡Qué vergüenza!” No es hombre de Boca, pero es jugador de club grande, sabe lo que significa. Me contó: “En 1975, en Peñarol, nos preparamos dos meses para hacer una gira por Europa, y nos fue bien. Al año siguiente viajamos con el entrenamiento para jugar en Montevideo y nos comimos de a cinco”. A Gatti lo veía desesperado. Me miraba, nos conocemos hace mucho. No sé si hago bien en confesarlo en este momento: es el único jugador amigo que tengo en el fútbol argentino. Así sabrán comprender este diálogo:

—Nata, vengo de cumplir cuarenta años, mirá lo que pasó. Mañana no juego.

—Para, Loco, pará, si no jugás la gente va a creer que los nueve son tuyos. Además, tenés que darle el ejemplo a los más pibes.

Creo que me escuchó. Roberto Mouzo tenía los ojos brillantes: “Yo nunca me comí nueve, y jugué en todas las divisiones de Boca. Me quiero morir. Antes de subir al micro nos cargaban los gallegos (por los catalanes). ¿Sabés lo que van a sufrir los hinchas de Boca en la Argentina?” Después, ya en el hotel, me enteraría de que Roberto desde su habitación 305, llamó a su señora a Buenos Aires, contándole con palabras doloridas lo que acababan de vivir.

Este Barcelona (“obra de Menotti”, le dijo Urruti a Gatti), convirtió el partido en un metegol. Con un jugador notable que en este momento debe estar entre los diez mejores del mundo: el alemán Schuster.

El viaje hasta el Hotel Calderón, un cuatro estrellas sobre la rambla, en pleno centro de Barcelona, fue rápido: apenas 15 minutos para atravesar las calles vacías, en paz, con una noche calurosa. A las dos menos cuarto de la madrugada comenzó la cena, tan dolorosamente silenciosa como el vestuario y el viaje: jamón cocido y queso de entrada, vermichellis con carne a la cacerola, helados, café para algunos. Los más experimentados del grupo, Berta, Gatti, Morena, Córdoba y Mouzo, se cruzaban miradas expresivas. En el fondo, sin decir palabra, sabían que en ellos estaba latiendo la recuperación anímica del plantel. Por trayectoria y por influencia en el resto del grupo. No hubo sobremesa. Antes de intentar sumergirse en un sueño difícil, Cacho Córdoba recibió llamada desde Buenos Aires: era Guillermo Cóppola, brindándole a la delegación apoyo moral e intentando levantar el ánimo de todos. Después, dormir fue algo difícil. . .

A la mañana siguiente los diarios hablaron del enfrentamiento con el Aston Villa (N.de la R: Boca y Aston Villa disputaron el tercer puesto del torneo. Fue la primera vez que clubes argentinos e ingleses se enfrentaron después de la Guerra de Malvinas), de los problemas políticos entre la Argentina y Gran Bretaña. Ese también fue tema de una charla que tuvieron Berta, Gatti y Córdoba. Concluyeron los tres en que era fundamental “desmalvinizar” el partido, no crear ningún clima raro, no provocar ningún incidente que pudiera agravar el dolor de ese 9-1 todavía fresco, demasiado fresco.

Este Barcelona (“obra de Menotti”, le dijo Urruti a Gatti), convirtió el partido en un metegol. Con un jugador notable que en este momento debe estar entre los diez mejores del mundo: el alemán Schuster.

Retomo mi libreta de apuntes. ¿Qué explicación hay para nueve goles? Tengo algunas anotadas. Hasta el primer gol el Loco era figura. El segundo fue culpa de él: quiso agarrar una masita, le pegó en la muñeca y quedó allí para el que entraba. Barcelona hizo tres goles en siete minutos. En seguida Passucci se hizo echar pegándole una patada brutal a Schuster. Boca quedó con diez y tenía enfrente a un equipo supermotivado, jugando el trofeo que organiza todos los años y que ganó catorce veces sobre diecinueve ediciones. Todo fue apocalíptico. Este Barcelona (“obra de Menotti”, le dijo Urruti a Gatti), convirtió el partido en un metegol. Con un jugador notable que en este momento debe estar entre los diez mejores del mundo: el alemán Schuster.

La herida todavía duele, el impacto perdura en cada pregunta, en cada reflexión, Fernando Morena se ubica bien: “Le hicieron nueve a un club famoso y por eso se habla tanto, pero al mismo tiempo nosotros somos conscientes de los que significa la camiseta de Boca. Y vamos a salir del paso, es una cuestión psicológica…” El loco Gatti sustenta una teoría discutible, pero con visos de realidad: “No fueron doce  trece de milagro. Estamos cada vez más lejos del fútbol europeo”.

 **(En El Gráfico #3386 – 28 de agosto de 1984)