*Quique Peinado.- El Bnei Sakhnin es el único equipo árabe que existe en la élite del fútbol israelí. Su estadio, con capacidad para 5.000 espectadores, fue pagado por el Emir de Catar, y por eso se llama Doha Stadium. El Sakhnin pelea por mantenerse en la primera división israelí, y a veces se queda lejos de conseguirlo. Pero en 2004, la vieja historia de Cenicienta se hizo carne en este club y en uno de sus jugadores, Abbas Suan. El equipo ganó la Copa aquel año, su único título grande, y su mensaje conciliador (que no es el de sus ultras, beligerantes ofensores de todo lo que huela a judío) se empaquetó por todo el mundo como un mantra de cambio en el país. La leyenda de Suan, israelí de origen árabe, creció un poco más cuando en 2006, un tiro de Israel desde fuera del área ante Irlanda en el minuto 90 supuso el empate a uno y mantener vivas las opciones de jugar el Mundial de aquel año, del que finalmente Israel se quedó fuera por el golaveraje.
En el siguiente partido de liga como visitante en el campo del Beitar Jerusalén, la directiva local decidió homenajearlo con un ramo de flores, pero desde el gallinero del lateral Este del estadio Teddy se desplegó una pancarta que heló la sangre de Israel: “Suan, no nos representas”, decía, mientras que el grupúsculo que la portaba gritaba: “Odiamos a todos los árabes”, además de graves insultos contra Mahoma. Quemaron el coche de Abbas Suan. “Y si yo hubiera estado allí, me hubieran quemado a mí”, declaró el jugador. Como el Baile de la rosa de Montecarlo, esta fue la presentación en la sociedad del odio de La Familia, los ultras del Beitar Jerusalén.
El movimiento Beitar, que da nombre al club, se fundó en Letonia en 1923 de la mano de un antiguo cronista de guerra ucraniano para promover la creación de un Estado de Israel.
El movimiento Beitar, que da nombre al club, se fundó en Letonia en 1923 de la mano de un antiguo cronista de guerra ucraniano para promover la creación de un Estado de Israel. Por no extendernos, diríamos que era la derecha del sionismo. El club de fútbol vinculado a la corriente política funciona así en Israel: los Hapoel son socialistas y los Maccabi conservadores. El Beitar nació en 1936 y desde siempre fue el representante de esa derecha fuera del ‘establishment’ del país. Ha sido el equipo favorito de los nombres más representativos del Likud, el gran partido de la derecha tradicional israelí. Ariel Sharon, Ehud Olmert y el actual Primer Ministro Benjamin Netanyahu son reconocidos hinchas del Beitar aunque en su base social hay de todo -mucha gente de izquierdas vive con pasión sus colores-. “Si preguntas a muchos hinchas del Beitar si quieren que su equipo fiche a un árabe, dirán que no. Pero si lo firmasen, lo aceptarían”, dice el periodista de ‘Haaretz’ Shlomi Barzel. El caso es que en el Beitar nunca ha jugado un árabe. Sí algunos musulmanes. En 2005 el nigeriano Ibrahim Nadallah pasó media temporada pero cuando se fue dejó la siguiente frase: “No recomiendo a los musulmanes fichar por el Beitar.
Los extremistas no van a cambiar”. La Familia se hizo una pancarta con la frase. La exhibe con orgullo. Ellos van aparte del resto de la afición. El Beitar mantiene con honra más o menos disimulada su condición de equipo en el que juegan judíos o extranjeros (la normativa permite cinco por equipo). Lo normal es que haya tres o cuatro árabes por plantilla en la competición hebrea, reflejo lógico de una minoría no tan menor que representa el 20% de la población del país. Pero especialmente desde 2005, cuando nació La Familia, el tema se ha convertido en un tabú en el Beitar.
A mediados de la pasada década, Arkadi Gaydamak, un magnate ruso de esos crecidos en las cenizas de la URSS que tienen tanto trato con la Interpol como con la jet set, compró el club. A pesar de la oscuridad del personaje (en 2009 fue condenado en Francia por tráfico de armas a Angola en los 90; París reclama su extradición, pero Gaydamak vive protegido en Israel) y de que sus intereses políticos y económicos son evidentes (creó y lidera el partido Justicia Social, con el que se presentó a alcalde de Jerusalén en 2009 con escaso éxito) sí que hay que reconocerle su intención de abrir el Beitar a los árabes.
A mediados de la pasada década, Arkadi Gaydamak, un magnate ruso de esos crecidos en las cenizas de la URSS que tienen tanto trato con la Interpol como con la jet set, compró el club
De hecho, llegó a donar 300.000 euros al Bnei Sakhnin para sanear sus cuentas. Quizá por su buena relación con ese club, pretendió fichar Abbas Suan, pero fue tal la violencia que desplegó La Familia dentro y fuera del estadio que desistió. “Yo estaba preparado. Pensé que Gaydamak quería de verdad acabar con la discriminación a los árabes en el Beitar. Pero al final se disculpó y se echó atrás”, declaró Suan. La Familia, un grupo de 500 aficionados liderados por el contable Ivi Israel, representa un ejército de odio tan pequeño y joven como incomparable. Al margen de hacer del Teddy Stadium un infierno para el rival, lo hace a veces para el resto de su propia afición, abochornada por sus comportamientos. En noviembre de 2007, en el duodécimo aniversario de la muerte del ex primer ministro Isaac Rabin, La Familia no respetó el minuto de silencio y coreó gritos en favor de Yigal Amir, el judío ultraortodoxo que lo asesinó.
Desde entonces, las sanciones -económicas y de puntos- al club han sido constantes por gritos racistas e incitación al odio. La bola de La Familia ha ido creciendo hasta hacerse incontrolable. “La mayoría de las veces, los incidentes son provocados por adolescentes. Los miras y son niñatos de 15 años, manejados por otros más mayores”, dice Sal Emergui, el corresponsal de ‘El Mundo’, laSexta y Rac1 en el país y uno de los periodistas que más han tratado de desmontar estereotipos en Israel. “En este país todo lo que ocurre se convierte en un conflicto político. Cualquier piedra que alguien tire a alguien pasa a otro nivel”, señala Emergui.
La bola de La Familia ha ido creciendo hasta hacerse incontrolable. “La mayoría de las veces, los incidentes son provocados por adolescentes. Los miras y son niñatos de 15 años, manejados por otros más mayores”
Lo cierto es que el último conflicto del Beitar con sus ultras también ha pasado a otro nivel. Mediada la pasada temporada, Gaydamak trajo a dos jugadores chechenos del Terek Grozni: Dzahabrail Kadiyev y Zaur Sadayev. Se dice, con bastantes visos de realidad, que la incorporación de estos dos mchicos tiene que ver con el interés del ruso por hacer negocios en esa zona, porque ninguno de los dos, de 19 y 23 años, son para tanto. Pero la cuestión es que son musulmanes. Y la reacción de La Familia fue impactante: en su primer entrenamiento se presentaron, algunos vestidos con camisetas que decían ‘Mahoma 100% muerto’, a insultar a sus jugadores. Comenzaron a hacerle la vida imposible a la directiva, con amenazas de muerte en el pack (no era la primera vez: antes, cuando trató de cortarles las alas, ya había sufrido su ira) y a todos los miembros de su propio club que hicieron piña alrededor de los chechenos.
MIEDO Los jugadores musulmanes del Beitar (temporada 2012-2013), Dzahabrail Kadiyev (jugó sólo un partido allí) y Zaur Sadayev (jugó siete partidos) fueron acosados por los ultras de su propio equipo.
A la mañana siguiente, dos encapuchados, luego identificados como miembros de La Familia, quemaron la sala de trofeos del club, que quedó reducida a ceniza. Acababan de matar la historia del equipo que dicen amar. En el siguiente encuentro tocaron techo: exhibieron una pancarta que decía “Beitar, puro para siempre”, en una terminología que sonaba demasiado a nazi a oídos de la sociedad israelí. Eli Cohen, entrenador del Beitar, les llamó “traidores”, y Jan Talesnikov, su asistente, dijo que “si han quemado la sede, es cuestión de tiempo que empiecen a quemar personas”. Dos tipos de 21 y 23 años admitieron el delito, pero, como en las mejores tramas mafiosas, negaron ser de La Familia. Un reportaje del británico ‘The Observer’ en 2006, mucho tiempo antes de la llegada de los chechenos, recoge las palabras de un miembro de los ultras: “Si algún día un árabe juega en el Beitar, lo quemamos a él y quemamos el club”. Cuando el checheno Sadayev marcó su primer gol, contra el Maccabi Netanya, unos 300 aficionados abandonaron el estadio, en una imagen insólita en la historia del fútbol.
El resto del campo aplaudió. “Es un triunfo del amor”, dijo el ayudante Talesnikov. Personas de lo más razonable que han formado parte de la historia del equipo comparten la idea de que fichar a un árabe sería más perjudicial que beneficioso. Osvaldo Ardiles, que entrenó allí por unos meses en 2006, y que algo sabe de ser un jugador rechazado por motivos políticos como argentino que jugaba en el Tottenham inglés durante la Guerra de las Malvinas, dijo que “el Teddy es un lugar especial y no sé si un árabe podría jugar con ese nivel de animosidad contra él por parte de nuestros aficionados. Sí, preferiría que esto no existiese, pero es así”. ‘Líbero’ intentó contactar con Luis Fernández, que fue entrenador y director deportivo allí, pero no quiso decir nada. “No volveré a hablar de ese club. Uno comete errores en la vida y el mío fue ir para allá”, señaló. No quiso explicar por qué. Jordi Cruyff, que actualmente es el director deportivo del Maccabi Tel Aviv, destaca que “cuando el Beitar jugaba fuera, los aficionados de otros equipos aplaudían a los chechenos. Yo lo vi con los hinchas del Maccabi.
“No volveré a hablar de ese club. Uno comete errores en la vida y el mío fue ir para allá”, señaló Luis Fernández.
El fútbol israelí no está especialmente politizado y el Beitar es un caso único y muy marcado”. Cruyff no parece especialmente cómodo hablando del tema. Sí habla más claro David Aganzo, el único español que jugó en el Beitar. “Todo lo que te puedo decir de ellos es bueno. Me trataron genial y conservo muchos amigos allí”, dice el madrileño, que ha renovado con el Aris de Salónica. Cuando él fue, bajo las órdenes de Luis Fernández, con el club económicamente boyante y con grandes resultados deportivos, los incidentes no aparecieron, aunque recuerda que “uno de nuestros jugadores, Lior Asulin, venía del Bnei Sakhnin y por eso no era muy querido, no lo entendían.
Cuando jugamos en casa de ese equipo es la única vez que pasé miedo, con cinco autobuses escoltándonos y el estadio precintado de policía desde horas antes de empezar el encuentro”, relata el delantero. Este conflicto no ha acabado. A comienzos de junio de 2013, ocho ultras eran detenidos a las puertas de la casa de Arkadi Gaydamak en medio de una protesta de unos 300 miembros de La Familia. La razón, la venta del club a Tamir Majidov, otro magnate. También judío. Y checheno. Como los dos jugadores de los que se sospechaba que no solo eran símbolos del cambio, sino bonos comerciales a futuro. Porque esta historia habla de racismo, de un conflicto y de romper muros. De decencia, de tolerancia y de dignidad. Pero en el fondo, como casi todo en el fútbol, al final de lo que han hablado estas páginas es de dinero. Ah, y de guerra. “Nunca habrá paz con los árabes. Los odiamos”, proclama Guy Israeli, el jefe de La Familia. •
*Artículo publicado en nuestro número cinco. (VERANO 2013)