Texto Guille Galván | Fotografía Noemí de Miguel.- Decía un buen amigo que no hay nada más falso que el abrazo de un músico. Sois buena gente, comentaba, pero os pierde ese rollito. Tanto beso, tanto abrazo por Malasaña… Acabáis devaluándolo, sois muy flipados. Mira los futbolistas, un mundo tan de machotes, decía una amiga de toda la vida. Con todo lo que se tocan y se soban, no me puedo creer que ninguno sea gay, y que con el roce que se traen nadie se atreva a salir del armario. Ringo abraza a Pelé en las dos dimensiones de este muro de Sao Paulo. La pareja se apoya sobre el título de una de las canciones de The Beatles With a Little help from my friends multiplicado por toda la pared. La frase es larga pero los artistas quisieron destacar dos palabras por encima de las demás: Friends, para demostrarle a mi amiga que cualquier beso con un futbolista de por medio es, ante todo, de amigos. Y otra que destaca más aún, Help, escrito bien grande y tantas veces que obliga a >mirar la escena con un aire de preocupación.
Introduce el mural, aparentemente alegre, en una liturgia de pésame cercana a los abrazos de los velorio. Más si sabemos que la silueta de Ringo es un recorte de la portada del álbum Sgt. Peppers Lonely Hearts Club Band, para muchos una reconstrucción funeraria en torno a la mutación de la banda de Liverpool tras la supuesta desaparición de McCartney ¿Confirma el beso de Pelé la muerte de Paul y su posterior suplantación por Billy Sears? ¿Quién pide ayuda a quién? ¿Se acerca Pelé a mostrarle sus respetos a Ringo? ¿Llama el batería al futbolista para ofrecerle confesión y redimir así sus faltas? No es un abrazo de flipados, el batería mira a tendido con los ojos abiertos, como esos amantes intermitentes cuando ya se ven en otra aventura.
El cuarto beatle con su nueva piel de Sargento Pimienta; El 10 del Cosmos de espaldas, convertido en camiseta y número, adelantándose a la mercadotecnia de las décadas posteriores donde un buen apellido se cotizará más que cualquier escudo. Comparten espacio pero ambos están en otra guerra, pensando en lo que se les viene encima en las décadas posteriores: los contratos publicitarios, el VAR, las cajas de ritmos, los derechos de imagen, el trap…
Dos iconos del pasado siglo, dos disciplinas que movieron el mundo durante décadas. Hay quien verá una lanza rota por la empatía, por la amistad o la unidad de razas. Sin embargo, he de confesar que la imagen me da vuelco de nostalgia total. Dos tipos que se buscan para compartir su soledad, llorar sus miedos y sofocar la pérdida del paso del tiempo. El mismo que jubila a las estrellas antes que al resto de mortales y muda su escudo de mito en piel de persona. Y se retratan como Hércules antes de pedir que le maten. Han sido músicos y futbolistas, han abrazado la intimidad que brindan las canchas vacías tras alguna gesta. Solo ellos saben de qué se trata. Han sufrido los mismos temores, la indiferencia de las gradas, una tarde a cara de perro con poca inspiración, quizás un dolor y, finalmente, el olvido que asoma. Y piden ayuda, si, porque al final, todos aspiramos a que la gente conozca nuestros nombres, salte y grite por algo hermoso que hayamos hecho y que, de vez en cuando, nos chisten por las calles antes de hacernos viejitos y convertirnos en recuerdos. Entonces nos conformaremos si alguien balbucea ligeramente nuestro nombre, nos guarda el saludo o reparte abrazos y un buen beso, aunque sea de piedra.