Texto Lorena González.- 13 de mayo de 1990. Se disputa en el Maksimir de Zagreb el Clásico del fútbol yugoslavo entre el Dinamo (croata) y el Estrella Roja de Belgrado (serbio). Apenas siete días antes se habían celebrado las elecciones multipartidistas, en las que la Unión Democrática Croata había logrado el triunfo, favoreciendo la independencia. Pero el líder serbio Slobodan Milosevic estaba dispuesto a mantener el sistema comunista en toda Yugoslavia, un país formado por seis repúblicas, con cinco nacionalidades distintas, cuatro idiomas, y donde debían convivir católicos, ortodoxos y protestantes, con el alfabeto cirílico y el latino a la vez. Es difícil olvidar la sangrienta guerra que poco después sacudiría la región entre 1991 y 1995, y en la que murieron 20.000 personas. Después de 14 años, todavía muchos recuerdan ese Dinamo-Estrella Roja como el prólogo de esa maldita guerra.
El Dinamo de Zagreb sale a calentar con Boban, Suker, Ladic, Mladenovic o Peternac. Enfrente, los Prosinecki, Stojkovic, Savicevic, Stosic… del Estrella Roja. En las gradas gritaban sin tregua miles de seguidores. Por un lado, los Bad Blue Boys, los hinchas ultras del Dinamo que siempre fueron defensores a ultranza de la independencia de Croacia. Por el otro, los Delije del Estrella Roja, los que más adelante se convertirían en el cuerpo de los paramilitares serbios que lucharon contra Croacia y Bosnia-Herzegovina. De hecho, la hinchada del Estrella estaba dirigida por Zelijko Raznatovic, más conocido como Arkan, quien posteriormente sería un líder militar serbio acusado de numerosos crímenes de guerra. Faltaba una hora para el partido, pero la guerra ya había estallado en las gradas del estadio. Y aunque en un principio la Policía serbia no intervino, poco después empezó a reprimir duramente a los hinchas croatas. Las piedras, las porras, los golpes, los asientos volaban como iba a volar Boban sobre un policía.
De hecho, la hinchada del Estrella estaba dirigida por Zelijko Raznatovic, más conocido como Arkan, quien posteriormente sería un líder militar serbio acusado de numerosos crímenes de guerra.
Entre aquella batalla campal, saldada con más de 300 heridos, un policía no dejaba de apalear salvajemente a un aficionado del Dinamo croata. Zvonimir Boban no pudo soportar lo que estaba viendo y se lanzó contra el agente, derribándole con una de las patadas más célebres de la historia. El talentoso volante croata, que luego sería una estrella del fútbol mundial con el Milan, apenas tenía 21 años por entonces. Zvonimir Boban no sabía que en décimas de segundo se había convertido en héroe de Croacia. Y en verdugo de Serbia: “Fue una injusticia. A nuestros aficionados la policía no les trató con la misma mesura. Antes y durante el partido en Zagreb, los ultras del Estrella Roja empezaron a destrozar todo. La Policía permaneció inmóvil, y cuando los nuestros empezaron a defenderse, fue entonces cuando sí tomaron medidas. Estaban organizados para horrorizarles. Nosotros estábamos ya en la cancha, y cuando empecé a ver lo que estaba pasando en las gradas, empecé a decir palabras poco elegantes… Me golpearon y de ahí mi reacción. Yo sólo era como otros pero llevaba el número 10 y se glorificó”, recuerda el ex futbolista.
"Nosotros estábamos ya en la cancha, y cuando empecé a ver lo que estaba pasando en las gradas, empecé a decir palabras poco elegantes… Me golpearon y de ahí mi reacción."
El croata se sigue haciendo cargo de aquél impulso espontáneo y casi innato: “Fue un primer momento en el que el pueblo croata reaccionó para exigir que ya no se podía más, que no se podía vivir con un régimen. Ninguna persona inteligente puede aceptarlo. Fue una reacción joven, rebelde, pero no fuimos héroes. La Guerra fue tremenda y fue ahí donde realmente se arriesgó. Pero al menos fue un mensaje de unidad”.
Zvonimir -explica que su nombre significa “Sonidos de la paz”- acostumbraba a leer a Chejov o Dostojevski. Es lector de los clásicos rusos desde muy joven y terminó siendo profesor de Historia en la Universidad de Belgrado. Nunca imaginó que aquel día marcaría un antes y un después en su vida y en la de Yugoslavia: “Es difícil prever la historia; sí sabía que algo muy importante para Croacia iba a pasar, pero no una guerra”. Nunca ha sentido el arrepentimiento por haber arriesgado su fútbol por una convicción política: “Lo volvería a hacer, claramente. Estamos hablando de la libertad de un pueblo, es más que una cuestión personal. Todo eso significaba mucho más que mi carrera futbolística. Fue un acto juvenil pero del que me siento orgulloso. Esos momentos difícilmente se pueden comprender y juzgar si no los vives. Durante un régimen no se puede decir quién eres, fueron muchos años sin que mi generación pudiese hablar libremente, y eso es muy duro”.
En contra de lo que algunos puedan pensar, Boban nunca rompió una amistad por una controversia ideológica: “Tengo muchos amigos serbios. Savicevic, por ejemplo, es montenegrino. La política no debe influir en las relaciones personales. Yo nunca tuve ese problema. Siempre tuve mis ideas muy claras, pero jamás rompí una amistad por cuestiones políticas. No merecía la pena”.
Poco antes, una imponente generación yugoslava conquistaba el Mundial sub20 de Chile 87. Los hombres dirigidos por Mirko Josic, ganaron en la final a la Alemania Occidental, en la tanda de penaltis, y haciendo presagiar al menos, un cambio de mentalidad. Lo hacían con un cuarteto ofensivo de ensueño: Robert Prosinecki, Davor Suker, Predrag Mijatovic y el propio Zvonimir Boban. Atrás, Igor Stimac, Robert Jarni o Branko Brnovic: “En Chile vivimos una experiencia donde por fin pudimos comprender que podíamos jugar contra todo el mundo”. En ese torneo, Prosinecki fue Balón de Plata: “Robert ha sido uno de los más grandes futbolistas en los últimos 60 años. Nació para jugar al fútbol, pero ni él mismo sabía que era tan bueno. Podría haber hecho más si hubiera aceptado el fútbol moderno, el que se juega en una parte de la cancha, y en el que no puedes ir donde está el balón. Yo nunca vi a nadie que amase tanto el balón como él. Y lo mejor es que no lo hacía por egoísmo, era un bohemio del fútbol”, recuerda.
MILAN
En el 91 Zvonimir se marchaba a Italia, donde acabaría ganando cuatro Scudettos y una Copa de Europa con el Milan. Arrancar no fue fácil: “Pensaba que podría jugar tranquilamente, pero no me hacía a la fuerte organización táctica. Yo era muy joven, apenas llegué con 21 años y venía de ser el capitán y la estrella en Zagreb. Por una cuestión administrativa me fui a Bari, donde no jugué muy bien pero pude aprender lo que era el fútbol italiano. Después, ya sabe, casi una vida en el Milan… En el Milan más fuerte de la historia, con Capello de entrenador. Fíjese quiénes eran mis compañeros: Rossi, Maldini, Tassoti, Rijkaard, Baben, Baresi, Costacurta, Donadoni, Savicevic, Van Basten, Albertini, Lentini, Gullit… Ese equipo se podía permitir dejarnos fuera a Savicevic, a Gullit y a mí en la final de Champions del 93, ante el Olympique. Yo la vi desde la grada. Pero disfruté tanto, era tan fácil jugar con ellos… Y siempre me entendí muy bien con Savicevic, con el que todavía mantengo una de las mejores amistades de mi vida”.
¿Era ése Milan el mejor equipo del mundo?: “Uno de ellos, seguro. Pero el Barça de los últimos años ha hecho un fútbol único, reconozco que no había visto jugar así a nadie. Sí es cierto que no conocí bien al Real Madrid de los años 60-70, el de Puskas, pero cuando ves a este Barça se siente algo increíble”.
MUNDIAL DE FRANCIA
Después llegaría el Mundial del 98 y el sabor agridulce: “Perdimos contra la Francia de Zidane, que luego serían los campeones. Pero Croacia tuvo un éxito único, por la relevancia social que conseguimos, no sólo deportiva. Fue mi fútbol más completo pero también hice un error que nunca en mi vida cometí. Perdí un balón en semis, un minuto después de haber marcado. Regalé la final a Francia. Ellos habían jugado muy mal ese partido, no entendieron nuestra táctica, nosotros éramos todo talento e improvisación. Fue un grave error. Gol de Thuram, después llegó el segundo. Estuve dos días sin comer, sin dormir… al final fuimos terceros y la vuelta a Croacia fue magnífica”.
“Siento que yo sólo he jugado con dos equipos, con el Bari lo hice porque no conseguí el transfer de la Federación Yugoslavia, estaba iniciando la guerra. Lo del Celta fue más bien un error técnico, no humano, porque Víctor Fernández me llamó muchas veces para acabar mi carrera ahí. Pero el Milan fue mi equipo durante mis mejores años y yo siempre he sentido que pertenecía al Dinamo de Zagreb. Para ser un buen futbolista, hay que ser honesto. Sólo así se siente la responsabilidad real para que el equipo gane. Y esa siempre ha sido mi filosofía.”. Ese es Zvonimir Boban. El verdadero sentir de pertenencia.