'Bonito con tomate', por Pedro Zuazua

Hoy, solo guardo la camiseta Joma del año que fui consejero, una zamarra del Espanyol que me regaló Carlos Marañón, la roja del United con el nombre de Cantona y la falsa de Gattuso -supongo que para recordarme quién soy realmente-.

Pedro Zuazua.- Hago repaso de aquel armario y, además de numerosas camisetas del Oviedo, recuerdo:

-Una del Real Madrid con el 8 y el nombre de Mijatovic. Kelme.

-Una del Betis. Kappa.

-Una del Bayern Múnich. Adidas

-Una de Argentina. Adidas

-Una de River Plate. Adidas

-Una roja del Celta con el 5 de Patxi Salinas. Umbro.

-Tres del Manchester United. Una roja, una blanca y una negra. Todas de la marca Umbro.

-Una del Milán. De Gattuso. Falsa.

Para mi generación -nacidos a principios de los 80-, hubo un tiempo en el que lo mejor que te podían traer de cualquier viaje era una camiseta de fútbol. Tú la pedías por si colaba, sabiendo que era un regalo bastante caro. Si sonaba la flauta, te pasabas cuatro días con la nueva adquisición puesta. Luego, si te sucedía lo mismo que a mí, que en realidad solo eras de un equipo y en el fondo todas esas peticiones eran una llamada urgente de atención para que alguien te dijera que todo estaba bien, que no hay por qué ser de equipos ganadores, esas camisetas se quedaban dobladas para siempre en una balda.

Con el tiempo -cuando llegué a esa etapa en la que uno se reafirma a sí mismo- fui regalando todas. Aún no existía el extraño mercado de segunda mano que hace que hoy cualquier camiseta de los 90 valga un pastizal, la haya vestido Maradona o tu primo Vidalín.

Aún no existía el extraño mercado de segunda mano que hace que hoy cualquier camiseta de los 90 valga un pastizal, la haya vestido Maradona o tu primo Vidalín.

Mi armario se tornó completamente azul y cada temporada iba sumando (al menos) una nueva prenda. Tuve incluso alguna pieza de coleccionista. La camiseta con el número 15 y la leyenda “El Real Oviedo con Centroamérica” en el pecho, en referencia a un huracán que había asolado la región. Su subastaron después de una remontada en diez minutos al Barcelona y mi padre se llevó una. Paulo Bento, un medio centro portugués que fue mi ídolo durante años, me regaló dos camisetas de manga larga con el logo de la LFP -por aquel entonces esa medalla solo la llevaban las camisetas que pisaban el césped-. Una era verde, de la marca Erima, y la recordarán muy pocos seguidores. La otra, azul y de Joluvi, me acompañó horas y horas en la grada del Tartiere.

Después me sucedió como a Obélix con la marmita, que me caí dentro y saturé. Cuando el Real Oviedo bajó a Tercera, había que sacar dinero de donde fuera. Junto con mi amigo Jabo, bajábamos cada semana a la ciudad deportiva y ayudábamos a Tomás, ex jugador y entonces entrenador en las categorías inferiores, a seleccionar la ropa, llevarla los domingos al estadio y venderla a precios más que módicos. Era el típico sueño de cualquier hincha hecho realidad: tener acceso a toda la ropa de tu equipo que quisieras. Nos pasábamos horas y horas en aquel almacén, cargando en carritos de supermercado sudaderas, anoraks y camisetas de entrenamiento de la marca Puma. Eran bonitas y baratas. Cargábamos todo en el Seat Panda de mi padre y llevábamos luego la recaudación al club. A mí aquello me parecía tal chollo que me dedicaba a colocar ropa a todo el mundo que sabía que era del Oviedo. Hice incluso una gestión para que mi equipo de regionales comprara sudaderas para todos los jugadores. Había que ver a aquellos cara pijos de colegio de curas saliendo a calentar en los campos de la cuenca minera con sudaderas del Oviedo*.

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