Celebremos la inmigración

La victoria de Francia en el Mundial supuso un fiel reflejo del éxito de la diversidad cultural. En medio de la crisis de los refugiados muchos son los que ponen de ejemplo el triunfo deportivo para seguir un camino de unión y solidaridad en las sociedades occidentales.

Texto Líbero.- Cuando en el verano de 1994 Francia se quedaba fuera del Mundial pocos podían imaginar que aquella selección sería campeona en 1998. Lo haría sin sus tres jugadores emblema de esa etapa: Cantona, Papin y Ginola. Cada uno por diversos motivos pero dando paso a una nueva generación en el país galo. Los tres nacidos en zonas muy francesas: Marsella, Boulogne-sur-Mer y en una localidad de la Costa Azul en el caso de Ginola. Ni rastro de orígenes de colonias francesas, ni hijos de africanos que se fueron a buscar la vida a Francia. En 1998 Francia conquista el título con muchas voces críticas por parte del sector conservador de la sociedad francesa . Asuntos tan triviales como el desconocimiento del himno por encima del desconocimiento a la hora de jugar bien en el campo. El ultraderechista Jean Marie Le Pen calificó varios jugadores de "representantes del papeleo", y prometió "revisar su situación cuando llegase a la presidencia".El político, que llegó ser la segunda fuerza del país en 2002 y su hija en 2017, atacó a jugadores como Lama (nacido en la Guayana Francesa), Karembeu (Nueva Caledonia), Angloma y Thuram (Guadalupe), y Djorkaeff y Lamouchi (nacidos en Francia, pero de ascendencia armenia y tunecina, respectivamente). ¿Se imaginan que Francia hubiese quedado con las intenciones de Le-Pen y su negación de la realidad francesa?

Asuntos tan triviales como el desconocimiento del himno por encima del desconocimiento a la hora de jugar bien en el campo. El ultraderechista Jean Marie Le Pen calificó a varios jugadores de "representantes del papeleo", y prometió "revisar su situación cuando llegase a la presidencia".

El equipo de 1998 es un fiel reflejo de esa sociedad integradora: Bernard Lama, de origen guyanés; Vincent Candela, de origen español; Bixente Lizarazu, de origen vasco; Patrick Vieira, nacido en Senegal; Youri Djorkaeff, de origen armenio; Marcel Desailly, nacido en Ghana; Zinedine Zidane, de origen argelino; Robert Pirès, de origen portugués y español; Thierry Henry, de origen antillano; Bernard Diomède, de origen guadalupano; Alain Boghossian, de origen armenio; Lilian Thuram, nacido en Guadalupe; Christian Karambeu, nacido en Nueva Caledonia (y que nunca cantaba el himno) y David Trezeguet, de origen argentino. Sólo Laurent Blanc, Didier Deschamps, Stéphane Guivarc’h, Fabien Barthez, Emmanuel Petit, Frank Leboeuf, Christophe Dugarry y Lionel Charbonnier, es decir, sólo ocho de 22, eran de origen francés ‘puro’.

De la actual Francia de 2018 se plasma una vez más la identidad multicultural de un país, y de un continente, que se empeña en cerrar fronteras con la excusa del proteccionismo, véase el caso de los refugiados. Se acaba el torneo y el gol más importante de todos fue olvidar por un mes la discriminación hacia los inmigrantes. Hagamos que esto no solo suceda cada 4 años sino todos los días.  Una vez más el fútbol nos enseña cómo jugar a la vida, dentro y fuera de la cancha. Francia fue un ejemplo más.

Celebremos la inmigración.