Fotografía Agencias
*Texto Pablo Galassi La última imagen del Che Guevara con una pelota de fútbol es la de un amistoso entre el club Industriales de La Habana y el Madureira de Rio de Janeiro en 1963 (imagen de apertura de este texto). Los ojos cariocas están clavados en aquel joven de boina, barba y uniforme que ríe con el balón entre las manos. El treintañero ministro de Industria de la Revolución, las botas de guerrillero siempre a medio abrochar, como si el protocolo no importara. Difícil -hablando de fútbol- no encontrar paralelismo con otro héroe popular argentino -el otro héroe- que también en Cuba encontró su refugio, y que lleva al Che tatuado. Maradona también era capaz de entusiasmar al pueblo con las botas de fútbol constantemente desabrochadas.
LA HIGUERA
Empecemos por el final. Vallegrande, Bolivia, 12 de octubre de 1967. A falta de aeropuerto, el Cessna 182 del diario argentino Crónica despega de la canchita de fútbol donde había aterrizado hacía un rato. Dentro, el fotógrafo Hugo Lazaridis y el cronista Walter Operto guardaban una primicia mundial: Ernesto Guevara de La Serna, también conocido como el Che, no había caído en combate, como afirmaba el Ejército de Bolivia. Sino que había sido capturado y ejecutado a sangre fría. Los cronistas argentinos se las habían apañado para engañar a dos rangers bolivianos para obtener unos pocos minutos de grabación del cadáver. Las imágenes reconstruyen el final de aquel mártir semidesnudo que tanto recuerda al Cristo Muerto del Mantegna, aunque sus ojos siguen abiertos, mirando hacia adelante, como si estuviera vivo. El Cessna acelera y despega, pasa sobre el travesaño de una de las porterías y vuela rumbo a Buenos Aires. No era el único avión en cubrir esta ruta en aquellas horas. En el mismo día, tres peritos argentinos llegan al pueblo de La Higuera con la orden de identificar al Che Guevara por sus huellas dactilares. Del cuerpo solo verán las manos en formol, amputadas por el cirujano Moisés Baptista. Manos cortadas “que aún golpean”, escribió Pablo Neruda. Manos que dispararon y curaron heridos, movieron piezas de ajedrez, defendieron balones de rugby y que, aunque cueste imaginarlo, también pararon penaltis.
PORTERO
El 6 de julio de 1952 el veinteañero Guevara escribió a su “querida vieja” Celia desde una Bogotá militarizada, “el país que tiene más suprimidas las garantías individuales de todos los que hemos recorrido”. Él y su compinche Alberto Granado habían llegado sobre la balsa Mambo-Tango desde Perú. Otra conocida foto del viaje los inmortalizó apoyados en sus remos, el Che con camisa a rayas, como pintoresco gondolero del Amazonas. En el cercano puerto cafetero de Leticia sortearon las penurias económicas con la improvisación que, según las circunstancias, los volvió a veces eminentes médicos leprólogos y otras futbolistas profesionales. Granado en el medio de la cancha y el Che relegado a la portería por el asma que lo acosa constantemente. El portero se hace llamar “Fúser” por Furibundo Serna.
Manos que dispararon y curaron heridos, movieron piezas de ajedrez, defendieron balones de rugby y que, aunque cueste imaginarlo, también pararon penaltis.
El equipo local Independiente Sporting de Leticia recurrió a los forasteros para disputar un pequeño torneo. El Che citó de paso en su diario su aventura futbolística: “Pensábamos entrenar para no hacer papelones, pero como eran muy malos nos decidimos también a jugar, con el brillante resultado de que el equipo más débil fue finalista y perdió el desempate por penales. Alberto estaba inspirado con su figura parecida a Pedernera y sus pases milimétricos. Se ganó el apodo de Pedernerita, y yo me atajé un penal que va a quedar para la historia de Leticia”. Granado añade más detalles de aquella pachanga: “El verdadero héroe de la tarde fue Fúser. Como el partido terminó 0-0 y era final, se definió por penales. De los tres que nos tiraron, el primero fue un cañonazo que se convirtió en gol. El segundo salió afuera y el tercero, el Pelao lo atajó brillantemente. Fue un shot al ángulo superior derecho y Fúser, en una estirada formidable, sacó el balón sobre el travesaño”.
» ARGENTINA Un joven esforzado portero en Villa Zabaleta, Buenos Aires, ante la mirada del icono.
Guevara explicó también como ocuparon su tiempo en Colombia tratando de ver gratis un partidazo en directo: “Mañana veré a Millonarios y Real Madrid desde la más popular de las tribunas, ya que los compatriotas son más difíciles de roer que ministros”, escribe Ernesto. Entre los jugadores argentinos emigrados hacia el joven y rico fútbol colombiano, después de la huelga rioplatense de 1948, estaban Adolfo Pedernera, Nestor Rossi y Alfredo Di Stefano. Son las estrellas del Ballet Azul de Bogotá: no obstante, los dos vagabundos no consiguen arrancarles entradas para el amistoso contra los españoles. Ian Howkey, biógrafo de Di Stefano, cita el encuentro de la Saeta Rubia en el que Guevara y Granado trataron sin éxito de el gran Alfredo les diera pases para el partido. Habían pasado seis meses desde que se habían subido en Córdoba a La Poderosa, como apodaron a la Norton 500 de 1939. La moto estiró su vida hasta Santiago de Chile, cuando pasaron de “mangueros motorizados” a “linyeras con el mono a cuestas”. Fue en las zonas mineras andinas donde el diario de Guevara registró una primera experiencia futbolera del viaje. “Nos encontramos con un grupo que estaba en una práctica de fútbol. Alberto sacó de la mochila un par de alpargatas y empezó a dictar su catedra. El resultado: contratados para el partido del domingo siguiente; casa, comida, transporte”.
Nos encontramos con un grupo que estaba en una práctica de fútbol. Alberto sacó de la mochila un par de alpargatas y empezó a dictar su catedra. El resultado: contratados para el partido del domingo siguiente; casa, comida, transporte”
La picardía criolla les fue imprescindible para conquistar techo y comida: “En las ruinas de Cuzco nos encontramos con un grupo que jugaba al fútbol y conseguimos invitación. Manifesté con toda humildad que había jugado en un club de primera de Buenos Aires con Alberto, que lucía sus habilidades en el centro de la canchita. Nuestra relativamente estupenda habilidad nos granjeó la simpatía del dueño de la pelota y encargado del hotel”. Algo fue cambiando en el ánimo de Fúser. La noche del 14 de junio de 1952 celebró su 24 cumpleaños con un discurso panamericanista, invitando a la audiencia a un brindis por Perú y por América Unida. Estaban en el leprosorio de San Pablo, donde con Granado pasaban los días jugando al fútbol con los enfermos que miraron con lágrimas a la Mambo-Tango alejarse con la corriente: el Che no imaginaba entonces que otra embarcación, más grande pero no menos precaria, lo está esperando para llevarlo hacia su revolucionario y caribeño destino.
CANALLA
La Habana, 1997. Unos 50 hinchas de Rosario Central celebran el gol más festejado del mundo, inmortalizado por el Negro Fontanarrosa en su cuento más famoso: la histórica palomita (remate de cabeza en plancha) de Aldo Pedro Poy en la semifinal Central-Newell’s Old Boys de 1971. Un ritual reproducido cada año en un lugar diferente entre los aficionados nostálgico y el propio protagonista de la jugada. Miami, Montevideo, Santiago de Chile, Barcelona o Mallorca han sido testigos de la procesión. Según la tradición, cada 19 diciembre Aldo Poy vuela como aquella tarde en el Monumental, marcando de cabeza. Miembros de la OCAL, la misteriosa Organización Canalla para América Latina, llevan 700 camisetas para los “caribitos” (los juveniles cubanos) y una partida de nacimiento del Che.
Porqué además de ser rosarino, Ernesto Guevara era de Central. Lo reveló su hermano Roberto y lo repite el doctor Granado a los fans canallas. Lo confirma Carlos Ferrer, compañero de ruta en su último viaje por América, cuando el destino le presentará a Fidel Castro en una cálida noche mexicana de 1955: su ídolo de infancia era el Torito Aguirre, máximo goleador de Central junto con Kempes. Guapo, provocador y borracho, Aguirre murió en una comisaria de los suburbios rosarinos molido a palos por dos policías. La caravana de Rosario pasó por La Habana el 14 septiembre de 1997. El propio Aldo Pedro Poy ensayó su palomita en una cancha de fútbol de la isla. El centro es de un improvisado jugador cubano, apasionado de motos y con algún conocido rasgo familiar: Ernesto Guevara March, ultimo hijo de Ernesto Guevara y Aleida March. Un mes después, a treinta años exactos de su muerte, los restos de Ernesto Guevara identificados en tierra boliviana volvieron a Cuba. Fueron enterrados en el mausoleo de Santa Clara, donde en 1958 la Columna 8 guiada por el Che le hacía jaque mate al régimen de Batista. A su lado, desde entonces y para siempre, la guajira Aleida, mensajera, guía y guerrillera. •
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