Ilustración Artur Galocha | Fotografía Make up Carboni
Julio Ocampo.- Corría el año 1964 e Italia estaba de dulce. Inmersa en pleno boom económico gracias a algunos especuladores americanos y europeos que compraban títulos italianos a poco precio y con gran rendimiento, el belpaese presumía de un triángulo industrial en el norte (Turín, Milán, Génova) y una pequeña Hollywood en Roma, junto al río Tíber. Custodiada a un lado por el Coliseo y en la otra orilla por San Pedro. No era un periodo cualquiera cuando al bueno de Clint Eastwood se le ocurrió que lo ideal, durante la corta estancia romana rodando en los estudios de Cinecittà, era jugar al fútbol. Y hacerlo por primera vez. Sabía perfectamente que, superado el yugo de la posguerra y una vez corregida la rudimentaria economía, esa Italia volaba con una miríada de coches Fiat y motos Vespa. Con Mastroianni, Nino Benvenuti, Gigi Riva, Mina y el cantautor Domenico Modugno con su célebre tema profético de 1958: ‘Vola-re’. Ese deseo de Clint, por tanto, no era el de un desertor, un lunático o un advenedizo. Al menos por el contexto y la atmósfera: Italia había superado la muerte del mar-qués de Portago en la Mille Miglia (primer español al volante de un Ferrari), pero so-bre todo la tragedia del Gran Torino.
No era un periodo cualquiera cuando al bueno de Clint Eastwood se le ocurrió que lo ideal, durante la corta estancia romana rodando en los estudios de Cinecittà, era jugar al fútbol. Y hacerlo por primera vez. Sabía perfectamente que, superado el yugo de la posguerra y una vez corregida la rudimentaria economía, esa Italia volaba con una miríada de coches Fiat y motos Vespa
El excéntrico y genial Gigi Meroni, con sus gallinas y su aire bohemio-soñador, había puesto el candado a Superga. La gente quería goles, sexo y libertad. “No sabía su curiosidad por el fútbol. Conocí a Clint Eastwood en Los Ángeles. Me causó estupor. Me pareció un tipo muy simpático. Desgraciadamente no pudo venir en 2014 cuando restauramos la cinta y la presentamos en Cannes –50 años después de la primera proyección- con la presencia de Quentin Tarantino”, explica Filippo Paladino, vicepresidente de Unidis Jolly Film, productora que hoy día tiene los derechos de la película, el primer capítulo de la trilogía del dólar. Una obra maestra -del género spaghetti western inventado por Sergio Leone- rodada entre el desierto de Almería, Cerdeña, Hoyo de Manzanares (Madrid), California y Roma. Pese a que fue denunciada por plagio a ‘Yojimbo’ (dirigida por Akira Kurosawa), la obra de Leone abrió en Italia una nueva mirada del Oeste americano, diferente a la de Peckinpah, John Ford o Howard Hawks. “Mi padre, junto a Sergio y el director de ves-tuario, creó el personaje del poncho. En las primeras escenas, su barba era ficticia, maquillada. Después se la dejó crecer y ya no hizo falta retocar nada”, aclara Adriano Carboni, hijo del mítico Rino, director de maquillaje de ésta y las otras dos que cerra-ron la trilogía: ‘La muerte tenía un precio’ y ‘El bueno, el feo y el malo’. Todas con la música -hecha carnedel compositor Ennio Morricone.
» RODAJE Maquillaje de 'Por un puñado de dólares' donde Clint Eastwood buscó equipo de fútbol.
EL SONIDO DEL MAESTRO
“Fui amigo de Ennio Morricone desde pequeño. Éramos vecinos. Recuerdo que íbamos a la taberna Margutta, justo enfrente de la casa de Fellini y Giulietta Masina. Escuchábamos música. Algún día coincidimos con Clint, un tiarrón muy simple y bondadoso. No sabía que le gustaba el fútbol. A Ennio sí, pero verlo. Era hincha de la Roma. Jugaba al tenis y al ajedrez. Si Leone era pura alegría, él representaba la ironía en estado puro”, apunta Enzo Ocone, editor de ‘El bueno, el feo y el malo’. Además, compañero de aventuras en otras películas con directores italianos de renombre: Luchino Visconti, Mario Monicelli o Pier Paolo Pasolini. Todos cosieron el tejido costumbrista de un país en plena ebullición. No. No fueron unos años cualquiera en Italia, mucho menos en esa Roma dorada e inflexible, casi arrogante e indiferente, ante cualquier amenaza. Una urbe potente e inspiradora, sórdida, nauseabunda y eminentemente bella. Con una burguesía de sombras vacilantes y un lado humano insaciable y sensible a la poesía. Una Roma impúdica, deliberada, contorsionista…
En la cual no se sabía dónde terminaba el mora-lismo y comenzaba el candor. “Viví ese periodo de renacimiento, de milagro económico en las artes, la cultura, la economía. Fue maravillosa”, recuerda Mogol -pseudónimo de Giulio Rapetti-, productor discográfico y escritor italiano. Entre otros, escribió canciones que participaron en el Festival de San Remo y fue la letra de Lucio Battisti, una especie de Johan Cruyff de la música por su capacidad para adentrarse con versatilidad y eclecticismo en el pop, rock, blues, electro pop, new wave, folk, soul y beat. “Mi colaboración inédita con Morricone fue fantástica. Nos la propuso el presi-dente del CONI (Giovanni Malagó). Ennio escribió la música con un dedo; después yo me puse con el texto. Muy simple, pero muy profundo. Será el himno de los Juegos Olímpicos de invierno en Milano-Cortina en 2026”, anticipa el maestro, quien desconoce cómo fueron los pinitos de Clint y el fútbol en una escuadra periférica próxima al estadio Flaminio, realizado en los sesenta por el arquitecto Pier Luigi Nervi.
“Viví ese periodo de renacimiento, de milagro económico en las artes, la cultura, la economía. Fue maravillosa”, recuerda Mogol -pseudónimo de Giulio Rapetti-, productor discográfico y escritor italiano
“He pasado muchas horas con Ennio Morricone para escribir la biografía. Su exquisita sensibilidad impidió que quisiera compartir conmigo esos momentos privados, íntimos y aparentemente superficiales para un compositor mayúsculo. Nunca habló de fútbol conmigo. Mucho menos de esa historia. Sé, sin embargo, que rechazó componer las bandas sonoras para las primeras películas dirigidas por Clint Eastwood por un respeto a Sergio Leone. Lo veía como una traición”, exclama Alessandro De Rosa, coautor –junto al propio Ennio- del libro ‘Inseguendo quel suono’, editado en España por la editorial Malpaso. “Eastwood le entregó en 2007 el Óscar a su carrera, pero su amistad fue a distancia. El cariño como un valor, un respeto, y no traducido en visitas o encuentros físicos. No sé si el actor, en Roma, jugó alguna vez al fútbol ni si fue Ennio quien le encontró el equipo del barrio Flaminio, pero lo que sí te puedo asegurar es que la respuesta de Morricone que gira por ahí… Cuando Eastwood se lamentó, frustrado, de que le tomaban el pelo presuntamente por ser alto y torpe… Respuesta que nadie, a día de hoy, confirma ni desmiente, que es leyenda y realidad, mitología incluso… Morricone le dio una respuesta muy suya. Ennio era directo y claro”, asevera.
-Ennio, ¿qué hago?
-Déjalo, piensa en el cine.
La carrera de ambos es notoria. Morricone compuso el himno de cientos de películas y el de un Mundial de fútbol (Argentina 78). Además, su música sonó en la despedida de Totti en el Olímpico. Clint Eastwood dirige, actúa y compone sus propias bandas sonoras. Una de sus últimas cintas –‘The Mule’- fue producida por Dan Friedkin, un magnate texano que acaba de comprar la Roma. Con casi 600 millones de euros invertidos, seguro que daría la vida por un puñado de goles. Mientras tanto, el barrio de Flaminio sigue anhelando un pasado misterioso y legendario con olor a puro toscano, vino de la casa, anís y pólvora. En las áreas.*
*toda la info para conseguir el número completo pinchando en este enlace.