Paolo Galassi.- ¿Para qué sirve el fútbol si no es para volver a ser niños de vez en cuando? ¿Se acuerdan de los partidos entre niños en las calles, las plazas o los parques? Cuando por torpeza o mala puntería (o ambas cosas) nuestra pelota se extraviaba detrás de un paredón, en el medio de mortíferos pastizales, o aún peor ¿rebotaba en el agua? Recuerdan la sensación de peligro, el saber que de un tiro libre o un penal mal ejecutado podía depender no solamente el resultado de un partido (como si eso fuera poco) ¿sino también, su continuidad?
Siempre había alguien, tal vez el mismo culpable, o simplemente el designado por la mayoría -impiadosa, como cada tribunal compuesto por niños- que se encargaba de rescatar el esférico. Bueno, a eso vamos. A la figura del rescatista, si el editor nos pasa el término. El providencial personaje que se ocupa de recuperar los balones perdidos, el que permite la perpetuidad del juego. Y que, por ende, nos alarga la vida. Con ustedes: Aquiles Fernández, el utilero del Club Atlético Victoriano Arenas. El amo de la Isla.
RESCATISTA» El utilero de Victoriano Arenas en acción. Foto. Fede Peretti
En realidad, la que aquí todos llaman “isla” es una anomalía topográfica, una península, un meandro del mefítico Riachuelo, el cauce sin vida que marca la frontera meridional de la ciudad de Buenos Aires, envenenado por dos siglos de derrames cloacales, desechos de curtiembres, mataderos y saladeros de carne. A sus orillas, del lado de la Capital, encontramos la Villa 21-24, la villa miseria más grande y poblada del país, unas 60.000 personas hacinadas en aproximadamente 66 hectáreas.*
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