Coke, un Andújar campeón de Europa

Es octubre de 2016 cuando Líbero conversa con un hombre de éxito en el viejo continente. Coke Andújar, campeón de tres Europa League con el Sevilla, ha vivido todo lo que puede vivir un futbolista en apenas seis meses. La gloria, la aventura, el desastre, la esperanza y volver a levantarse como siempre le enseñaron en Vallecas. Su fútbol sigue ahora en el Levante.

Texto Patricia Cazón | Fotografía Marta Pich.- Una risa brota de la ventanilla a medio bajar de un taxi en la calle del Payaso Fofó, a los pies del Estadio de Vallecas. Bajan del coche tres hombres. Dos van con traje, representantes. Uno con vaqueros, futbolista. “Un crack el taxista, eh. Un grupo de heavy-punk que tiene el nota. Todo el viaje contando chistes...”, explica el último, sin dejar de reír. Tiene los ojos azul cielo y es Jorge Andújar, aunque nadie le llame así: para todos es Coke. “Fue mi padre quien empezó. Nunca le he oído decirme Jorge. Siempre Coke, Coke... Debe ser que lo eligió mi madre y no le gustaba...”, bromea. En ese barrio también, para llamarle, bastaría un número: el 23, el suyo en el fútbol toda la vida. Empezó en el Rayo, club al que llegó con 9 años. Con 24 se fue a Sevilla y allí también era el 23. Ahora, con 29, Coke prepara un nuevo viaje. Destino Gelsenkirchen, Alemania. Otro país, otro fútbol, otra liga, mismo dorsal, el 23. Volará mañana.

EL ÚLTIMO DÍA SE LO HA TIRADO LLORANDO
Lo hace desde la mañana anterior, su última en Sevilla. 1 de agosto de 2016, 12:00 horas. Sala de Prensa del Sánchez Pizjuán. Coke habla. O lo intenta, porque no puede. Tiene ya las lágrimas atragantadas. Y agarra fuerte, como si fuera un balón en el verde, ese papel que ya está mojado, que se mojó en un vuelo Dusseldorf-Sevilla, cuando el traspaso se cerró. “Pensé: ‘Tengo que escribir algo para despedirme’. Y lo hice en el avión. Se me caían unos lagrimones... A mi lado iba una pareja y él le decía a ella: ‘Buf. Este chico lo está pasando mal, eh’. Seguro que pensaron que me había dejado la novia...”, ríe. Pero no. Su novia no le ha dejado. Su novia, María, también está en esa sala de prensa. Pero Coke no puede mirarla. Ni a ella ni tampoco a Iborra, Carri(zo), Nico (Pareja), Vitolo o Soria, sus compañeros en tantas batallas, ahora ya ex. Todos están como él. “Anda que me estáis ayudando mucho, cabrones”, susurra Coke antes de leer. Y volver a llorar.

No dejaría de hacerlo hasta esa carcajada del taxi en Madrid, 24 horas después. En aquella sala de prensa del Pizjuán, por cierto, también había tres Copas. Turín 2013-14, Varsovia 2014-15 y Basilea 2015-16, decían. Son los tres últimos títulos del Sevilla. Sus tres Europa League seguidas. Y no hay competición como ésta para contar la historia de Coke en el Sevilla. “En mis 50 primeros recuerdos del Sevilla no están las copas. Yo quiero al Sevilla por todo lo que me ha dado, por lo que he vivido ahí, sí, pero sobre todo por las personas que lo forman”, dice. Se queda antes con el trato con los compañeros, las bromas con los utilleros o con Martagón, el delegado; el calor del vestuario, escuchar el himno del Arrebato a cappella en 42.500 gargantas. Pero la Europa League describe su carrera , quiera o no. Su primer y penúltimo partido con esa camiseta fueron en esta competición.

Uno, ante el Hannover, en la fase previa de la Europa League 2011-12; una eliminación. Otro, ante el Liverpool, en la final de la Europa League 2015-16; un título, dos goles y el MVP. “En la final de Basilea la cosa fue un poco extraña porque yo iba a jugar de extremo. El mister (Unai Emery) me había puesto ahí un par de veces y no había salido mal la cosa. Pero yo no estoy acostumbrado a jugar en esa posición. Cada vez que cogía el balón pensaba: ‘A ver si se va a arrepentir de ponerme ahí...’. Cuando metí el gol, miré el marcador y pensé: ‘¿Vamos 2-1? Pues ahora va a llegar alguno bueno y lo va a estropear porque no vamos a ganar con uno mío’. Yo creo que eso es por haber crecido en el Rayo. Es lo bueno de haber crecido aquí.

El Rayo me ha dado muchísimas partes de mi personalidad. Crecer en esta cantera, hacerme futbolista aquí, pero siempre que nos teníamos que jugar algo importante ante Madrid y Atleti aunque jugáramos mejor, palmábamos”. El Rayo, su casa, sus cimientos. Este estadio de azulejo chico, blanco, un escudo pintado en graffiti cerca de la puerta de vestuarios y una grada que parece brotar entre los edificios de Vallecas como un puño al cielo de Madrid. El mismo en el que esta mañana de agosto Coke se toma una Coca-Cola Zero, sentado en una de las mesas del fondo del Cota (ahora La Franja; bar de tantas previas, de tantos años, de tanto), mientras pica kikos distraído y las noticias del Canal 24 Horas se enredan con sus recuerdos en la grabadora.

PORQUE AQUÍ EMPEZÓ TODO
Coke recuerda las tardes de sábado recortando paquetes de cien folios para convertirlos en confeti para arrojarle al equipo cuando saltaba al campo. O aquellos domingos en Vallecas viendo jugar a Ballesteros, Quintana o Míchel. En la mano, el bocata de tortilla. Al lado, siempre, tres personas: su madre, su padre y su hermano. Y, a veces también sus tíos. O sus primos. O su cuñada, Raque. Tan unidos todos que podrían llamarse clan: los Andujar Moreno. Y es que, detrás de un gran futbolista, siempre hay una gran familia. El día que su madre, Pilar, lo parió en el hospital Severo Ochoa de Leganés, el 26 de abril de 1987, Coke traía un balón bajo el brazo. No se veía pero pronto empezó a notarse.

“Recuerdo que Jorge era muy, muy pequeño, tendría 3 años, y cuando su hermano, 8 mayor, jugaba un partido, él tenía que estar en la banda. Nada de arriba o grada. Abajo, siempre cerca del césped”, recuerda ella. Al niño, movido, travieso, sólo había una manera de calmarlo: el fútbol en la tele. En la casa no podía haber plantas: no sobrevivían. Ni cuadros nuevos, ni marcos de fotos: tampoco. “¡Sí!”, ríe Coke al recordarlo: “En nuestro salón nada duraba dos semanas. Mi hermano y yo nos encargábamos de tirarlo todo. Teníamos una bolita de esas pequeñas, me acuerdo, verde y blanca… Fíjate tú, ahora me iba yo a comprar una bola verdiblanca (ríe), sí, mañana… (vuelve a reírse)…

Pues eso, que me acuerdo que con la pelotita esa nos cargábamos todo”. En su habitación, además de esa bola, había dos pósters: uno de Raúl y otro de Míchel. Curioso. Su primer deporte fue el balonmano. “Mi colegio era el Juan de la Cierva, en Villaverde, que tiene un equipo femenino muy bueno. Yo empecé ahí. Tendría 7 años. Pero también me apunté al equipo de fútbol sala y, como llegué el último, me pusieron de portero”. Primer partido, 14 goles. “Pensé: ‘Yo no me vuelvo a poner de portero en la vida’. Y se lo dije al entrenador, pero me contestó que, al llegar el último, pues portero. Duré cuatro o cinco partidos, más no”. Sin embargo, su camino estaba trazado.

Adiós balonmano. Hola fútbol. Y jugador de campo, nada de portería: Coke sería mediocentro o central. Ahí empezó en el Rayo. Y eso que, por cierto, también fue el último en llegar. En la cara le sale una sonrisa pícara al contarlo. “Fuimos a hacer una prueba: nos cogieron a 30 o 30 y pico y luego el mister hacía una última elección. Pues bien, yo todos los veranos me iba al pueblo. Primero a Tortuero, en Guadalajara, y luego a Saceda Trasierra, en Cuenca, y claro, no estaba...”. Pero había una diferencia con lo del fútbol sala: entre este verano del Rayo y aquel septiembre del Juan de la Cierva habían pasado dos años y, en ese tiempo, Coke había hecho las pruebas para el Madrid y había jugado en su filial, el Mirasierra; en la maleta ya llevaba 30 amigos de fútbol. Muchos también habían entrado en el Rayo.

Coke había hecho las pruebas para el Madrid y había jugado en su filial, el Mirasierra; en la maleta ya llevaba 30 amigos de fútbol. Muchos también habían entrado en el Rayo.

“Todavía se acuerdan. El entrenador decía: ‘Oye, pero aquí me aparece un tal Coke… ¿Y éste? ¿Dónde está?’. Y los demás contestaban: ‘En el pueblo, que sus padres todavía no lo han traído... Pero es bueno, mister, este es bueno, espérele”. Y le esperaron, claro. Su primera vez en el Rayo fue de alevín, un año en el Tajamar, “que era colegio y, en el centro del campo había un charco que no se iba ni en junio”. La voz le sonríe al recordarlo: “Evidentemente yo era uno de los que le encantaba meterse en él para jugar. Alguno lo bordeaba, pero yo…”. Es su naturaleza. Linaje Andújar. Mojarse: se encogerán los pies, nunca el ánimo, las ganas. Lo dibuja otra anécdota que cuenta de su padre, Joserra, taxista. “Cuando empecé en el Rayo me cambiaron de colegio y, para entrenar, tenía que atravesar Madrid. Mi padre, entonces, contrató un trabajador para que le llevara el taxi por las tardes, algo no muy normal entonces, pero era la única manera de que yo pudiera llegar al entrenamiento: él cogía el coche de mi abuelo y conducía mientras yo me cambiaba de ropa en el asiento de atrás”.

Del Tajamar, Coke pasó a Vallecas. Y después del alevín llegó el cadete. Y el juvenil. Y el filial. Y que el fútbol iba bien lo contaba su armario lleno de sudaderas. “Tendría 16 o 17 años la primera vez que cobré de esto. Fue ná, doscientos eurillos o algo de eso. Y, me acuerdo, me iba a Sol, donde había una tienda de sudaderas con capucha y me compraba una de esas. Vamos, hoy no me gustan nada, pero nada (ríe, a carcajada), pero entonces...”. Entonces el calendario llegó a 2005 y aquel verano Coke no se iría al pueblo. Aquel verano esperaba una llamada: era del hombre del póster de su infancia, ahora entrenador, Míchel. Si ésta llegaba, Coke haría la pretemporada con el primer equipo.

“Tendría 16 o 17 años la primera vez que cobré de esto. Fue ná, doscientos eurillos o algo de eso. Y, me acuerdo, me iba a Sol, donde había una tienda de sudaderas con capucha y me compraba una de esas. Vamos, hoy no me gustan nada, pero nada (ríe, a carcajada), pero entonces...”

“Estuve fuera dos días con mis amigos y me volví porque dijo que sí”. La puerta grande de Vallecas se abría ante él. Los capitanes de aquel Rayo eran Segura, Cabas y Geni; Negredo (“que aquel verano se fue al Castilla”) su compañero de habitación; su lugar en el campo, cambió. “Llegué al primer equipo y me empezaron a utilizar de lateral. ‘Esto a mí no me gusta’, me quejaba yo. ‘Yo ahí no valgo: los laterales no suben tanto…’, y yo, que no bajaba casi… Fíjate, ¿qué hubiera pasado si hubiera jugado de mediocentro toda la vida en el Rayo? Pues no lo sé. A lo mejor habría dejado de ser titular. O habría jugado mejor. No lo sé. No sé”.

Lo que sí sabe es lo que tres años después de aquello ocurrió: a la espalda Coke ya tenía el 23 (“fue el dorsal con el que debuté y es mi número: sólo en dos años en mi vida no lo llevé, los dos de Segunda B, que no se podía”) y, en el brazo, la C de capitán. Fue Pepe Mel quien se la anudó.“Llevar el brazalete de tu equipo, donde has crecido..., eso no se olvida nunca. Me acuerdo que Mel llegó antes de un partido de Copa ante el Huesca y yo estaba a la mesa con Amaya y Collantes, que eran más veteranos, mayores que yo, pero fue a mí a quién dijo: ‘Hoy llevas tú el brazalete’. Buah. Fue increíble. Aquel día, además, tuve la suerte de meter un gol”, cuenta. Y, teles, las manos de los camareros y hasta los móviles de sus representantes. Tres años después, Coke descubriría a qué sabe la hiel del fútbol.

Me acuerdo que Mel llegó antes de un partido de Copa ante el Huesca y yo estaba a la mesa con Amaya y Collantes, que eran más veteranos, mayores que yo, pero fue a mí a quién dijo: ‘Hoy llevas tú el brazalete’. Buah. Fue increíble

“La temporada 2010-11 fue dura en el Rayo. Todo era una locura: problemones, incursiones... Había gente que decía que se tenía que marchar a su ciudad porque no podía más, porque tenía hijos, pero era salir al campo y...”. Era salir al campo y ser todo miel. “Las cosas nos salieron desde el principio. Estoy convencido de que, si en seis partidos caemos un poco y nos ponemos en mitad de tabla, descendemos a Segunda B, pero el equipo en el campo se unía, todo salía”. Lo dice y mira alrededor como si con los ojos pudiera traspasar el techo, el cemento y los relojes, volver a vivir aquel tiempo que tanto marcó.

EN MAYO DE 2011 EL RAYO SUBIRÍA A PRIMERA
En junio habría una cumbre Andújar. En ella, Coke, padre (Joserra) y hermano (Rober). Sobre la mesa dos ofertas, dos destinos: Valencia o Sevilla. “Elegimos Sevilla por intuición. Pensamos que a mí me pegaba más por mi forma de ser... ¿A que sí?”, lo último es para Julián, uno de los dos representantes que iban con él en el taxi, ahora una mesa más allá, que asiente. Sí. Aunque el Valencia ofreciera más dinero y Champions, Coke eligió Sevilla. Y Negredo fue de los primeros en saberlo. “Ja, ja. Me llamaba cada dos por tres. ‘¿Pero te vas a venir pa’cá, eh, te vas a venir?’. ‘Que si cabezón, que sí voy…’, le decía yo”. Negredo, Manu de Moral y Javi Varas, sus imprescindibles en los primeros años en el Sevilla.

Cuando esas Europa League que relucían en su despedía del Pizjuán aún no estaban. Cuando Coke descubrió que, en Sevilla, también puede hacer frío. Y mucho. Aquel invierno duró dos años. “Yo me acuerdo que lo hablaba con Manu, que era mi compañero de habitación, y decíamos: ‘Tú y yo hemos traído la ruina a este equipo, tío...’. Pero es que había sido así. Primer partido, previa de Europa League y nos eliminan. Perdimos 2-1 y luego en Sevilla 1-1 ante el Hannover. El año ya empezó torcido. Una plantilla hecha para dos competiciones, con muy buenos futbolistas, nuevo entrenador…”

«El Rayo me ha dado mi personalidad. Crecer en esta cantera,
hacerme futbolista. Siempre que nos jugábamos algo importante ante Madrid y Atleti, aunque jugáramos mejor, palmábamos».

Aquella 2011-12 el Sevilla acabaría noveno, pero la 2012-13 sería aún peor, al menos para Coke. No jugaba. Y eso que su entrenador era, de nuevo, el ídolo del póster, Míchel, que había llegado mediada la temporada anterior. Cicinho, lateral derecho, lo había hecho en verano. Y él era el titular. Y él era quien jugaba. Coke ya nunca estaba. Coke parecía no contar. “Yo, como no estaba la cosa muy allá, dije: ‘Voy a intentar hacer algo para salir un poco de la rutina...’. Y encontré un taller de teatro. Iba una vez a la semana, los lunes porque descansaba los martes, en una librería que se llama El gato en bicicleta... Ellos han sido la mejor terapia que he tenido en la vida”. Sí. Porque el primer partido aquella temporada lo jugó en noviembre, Copa del Rey. “Fue como si hubiera tenido una lesión”, dice. Y a punto estuvo de tenerla, de hecho, aquella noche. La culpa, unas botas. “Fue en Cornellá, me acuerdo porque estaba ilusionadísimo por jugar. Llovía mucho y yo me pongo a ver las botas y tal y veo que sólo me han llevado las de goma.

El campo resbalaba, estaba para mixtas. Y yo empiezo a buscar mis botas y no las encuentro y le digo a Lito, el utillero. “Lito, ¿dónde están las botas?’. Y veo que se empieza a hacer el remolón. Digo: ‘Este cabrón se ha olvidado las botas...’. Entonces me mira con cara de circunstancia. ‘Coke…’. ‘Me voy a cagar en todo lo que se menea...’, exclamé. No tenía botas. ¿Solución? Tuvimos que pintar unas de Fernando Navarro, por la marca. Él tiene el mismo número que yo, pero estaban sin usar, ni hechas un poco, y yo decía: ‘Ya verás ahora que voy a estar otros cinco meses sin jugar por las botas’… Y la verdad que no. Salió buen partido. Ganamos 0-3”. No lo sabía aún, pero en Sevilla había dejado de hacer frío. Nada más terminar llamó a su padre (“siempre es el primero: cuando enciendo el teléfono después de un partido ya tengo cinco perdidas suyas”, bromea).

Recuerda perfectamente qué le dijo aquella noche. “Papá, yo creo que aquí puedo jugar. Yo no me voy a ningún lado”. Una oferta del Granada se quedó en un cajón. Unai Emery llegaría aquel febrero (2013) y, la temporada siguiente, la 2013-14, el Sevilla ganaría la primera de las Europa League de Coke. “Ninguna fue como esa. Ninguna”. Su emoción al contarlo emociona. Es capaz de recitar de memoria cada eliminatoria, cada partido. “Fue ilusionante jugar hasta la fase previa, porque pasamos dos, la primera ante el Podgorica de Montenegro, que fíjate cómo sería para que yo metiese dos goles fuera de casa; fíjate, pá que yo meta dó golé”, el acento sevillano con el que lo dice le sale del alma. “Lo que nos cambió fue la eliminatoria ante el Betis (octavos de final). Hubo un antes y un después.

Unai Emery llegaría aquel febrero (2013) y, la temporada siguiente, la 2013-14, el Sevilla ganaría la primera de las Europa League de Coke. “Ninguna fue como esa. Ninguna”

Aquel Betis estaba mal (luego bajó) y nos ganó la ida 0-2. Nosotros tuvimos seis ocasiones clarísimas y, acabó el partido, y dijimos: ‘En la vuelta ganamos’. Y llegó el partido y ganamos. Creo que ese fue el momento en el que el equipo pegó el cambio. Nos creímos que podíamos hacer algo. Jugar mejor. Estar más unidos”. Pasaron por penaltis. Uno lo tiró Coke. “Y estaba acojonado. Pero acojonado, acojonado. Vitolo había tirado el primero y había fallado, el cabrón... Yo tiraba el segundo o el tercero y, si fallábamos uno más, la cosa se complicaba mucho”. Y, encima, enfrente tenía a Adán... “que ya me había parado un penalti cuando yo estaba en la cantera del Rayo y él en la del Madrid.

Yo pensaba: ‘Este cabrón seguro que sabe dónde lo voy a tirar...’. Y eso que no lo sabía ni yo. En teoría lo hago hacia mi lado natural, la izquierda, pero no sabía donde lo iba mandar. Creo que lo decidí en el camino y entró, entró”. Y se acordó de su cuñada, de Raque: había dejado de tirarlos siendo un crío, por ella. “Yo los tiraba de pequeño hasta que un día vino ella y me dijo: ‘Coke, no tires más penaltis porque fallas todos y la gente nos mira...’. ¡Qué cabrona!”.

La final de Turín el Sevilla también la ganaría a penaltis y Coke también marcaría el suyo. “Yo recuerdo llegar a Turín y notar en el ambiente del vestuario que ibas a jugarte algo importante. Había nervios, tensión..., las conversaciones no eran iguales que en otras concentraciones, yo no había sentido nunca algo similar... Ni lo he vuelto a sentir”. Cuando llegaron al estadio, dice, parecía que “ya habían jugado el partido”. Entre el hotel y el campo hubo 45 minutos de atasco. 45 minutos chillando, cantando, escuchando Mi gran noche de Raphael. Bien lo recuerda Coke: era el dj del autobús, en el vestuario (“y ese era el hit, con Qué dolor de Rafaella Carrá”).

Entre el hotel y el campo hubo 45 minutos de atasco. 45 minutos chillando, cantando, escuchando Mi gran noche de Raphael. Bien lo recuerda Coke: era el dj del autobús, en el vestuario 

Y después de Turín llegaría Varsovia 2015 y, más tarde, Basilea 2016 y, de nuevo, en junio, una cumbre Andújar. Ahora la oferta era de la Bundesliga (“me gustaba porque siempre que había jugado allí me había flipado ver los campos estaban llenos y, después de cinco años y tres títulos en Sevilla, me apetecía probar otras ligas”). El destino, el Schalke, el equipo en el que había jugado el otro ídolo del póster de su infancia, Raúl. “La decisión la tomamos en Casa Padre, donde siempre son nuestras reuniones. Y me costó, me costó mucho”, dice Coke y, de nuevo, en La Franja, todo parece callarse, hasta Rihanna canta más bajo Diamonds en el hilo musical. Casa Padre está a siete kilómetros de Vallecas y, en su salón forrado de madera, es donde los Andújar hacen sus cónclaves. 

Sobre el mueble, fotos de Coke en el Rayo y una bota de fútbol firmada que dice: “Del día en que los Andújar fuimos campeones de Europa, Turín 2014”. Hoy es octubre de 2016 y hace tiempo que Joserra anda con el gesto preocupado. Fue una llamada el 6 de agosto, cuatro días después de que Coke volara hacia su nueva vida, el nuevo fútbol. “Era suya: en su primer partido con el Schalke, contra el FC Bolonia, en un lance con un rival había sentido cómo se le doblaba la rodilla”. Nada. Una bobada. Algo de 1.000 partidos. “Ni sintió dolor ni nada. Siguió jugando. ¡Hasta terminó aquel partido!”. Pero la rodilla dolía. Pero la inflamación no bajaba. Y lo que las pruebas dijeron, al rato, fue un palo: kreuzbandverletzung. O, traducido al español, rotura de ligamento cruzado. “Yo no he parado de llorar desde entonces”, confiesa Pilar, su madre, por teléfono.

“Fue duro, pero ya en Alemania para empezar con el grupo y volver ya, cuanto antes”, cuenta Roberto. La rotura en realidad no había sido tal: no había afectado a toda la rodilla derecha. Eso rebajaba el tiempo de baja de seis a cuatro meses: Coke se trataría la mayor parte del tiempo en Barcelona. Han pasado ya tres. Y Coke ya anda bien. Y Coke ya corre. “Está bien, con fuerz...”. La frase se la detiene al hermano una pelota pequeña (negra, nada de verdiblanca) que ha volado desde la habitación al salón y le ha pegado en la cabeza. La ha lanzado Adrián, su hijo, seis años, el futbolista díscolo de la familia.

Lo explica Joserra, justo después de mostrar la habitación de Coke en la casa, donde guarda toda su vida de fútbol en álbumes hechos de recortes de periódicos (de momento acumula 23; no podía ser otro número): “Los Andújar somos cantera de laterales derechos. Yo lo fui. Roberto lo fue. Coke... Y ahora tengo al nieto, que nos ha salido delantero...”. Siendo un bebé, Adrián ya era como su tío. Sólo había manera de calmarlo: poniéndole frente al fútbol. Eso sí, que en la tele jugara Coke. Coke, el hijo cuyo plato favorito es la ensaladilla de la madre. Coke, el amigo al que llamas y suena Leiva.

Coke, el futbolista que no lleva tatuajes (“Quita, quita, ¡pagar para que te hagan daño...!”) y cuyo amuleto es una goma del pelo de su novia en la muñeca. Coke. Durante la lesión fueron muchos los taxis que le tocó coger. Era eso o María al volante o no pisar la calle. Ahora que ha regresado a Gelsenkirchen ya no los necesita. Coke dejó atrás las muletas, y ya corre, y ya toca balón y, mientras encuentra una casa, vive en un hotel dentro de la ciudad deportiva del Schalke: a entrenar va caminando. Eso sí, siempre riendo. Eso no cambia. En Vallecas, Sevilla o Alemania. Es marca de la casa, sangre Andújar. •