'Cómo acabar con los melenudos', el artículo que pedía terminar con el pelo largo en el fútbol

La consigna del periodista argentino Dante Panzeri para acabar con los futbolistas melenudos. Una idea rastrera y autoritaria que ya nadie soportaría en el mundo actual pero que apareció publicada en la prestigiosa revista El Gráfico. Años más tarde, en plena década de los 90, Pasarella no convocaría a Redondo para la selección 'por llevar el pelo demasiado largo'.

Fabián Mauri.- Hace ya algunos meses, publicó la revistaUNCAÑO un viejo editorial de la revista El Gráfico del año 1977, desde el que se reclamaba a los futbolistas que se cortaran el pelo y no usaran más barba ni bigote. Se los trataba de convencer con argumentos bastante polémicos  -queda feo, ya no se usa- para que dejaran de llevar el pelo largo. Nos pareció un despropósito de rasgos autoritarios y por eso titulamos nuestro comentario sobre aquella nota: “Cómo ser un perfecto vigilante”.

El amable lector Agustín Avenali nos hace llegar un texto de Dante Panzeri, publicado en el diario El Día de La Plata el 30 de marzo de 1976. La columna lleva el título “Cómo acabar con los melenudos”.  En ella, el periodista dobla la apuesta del editorial de El Gráfico, ya que no sólo persigue el objetivo de persuadir a los futbolistas para que se corten el pelo, sino directamente sancionar a todos aquellos que no estén dispuestos a hacerlo. La fecha de publicación, una semana después del golpe, da cuenta del contexto y de la naturalidad con la que se hablaba de represión en aquellos tiempos.

El periodista dobla la apuesta del editorial de El Gráfico, ya que no sólo persigue el objetivo de persuadir a los futbolistas para que se corten el pelo, sino directamente sancionar a todos aquellos que no estén dispuestos a hacerlo

No es la primera vez que descubrimos a Panzeri asumiendo posiciones que se hacen tan incómodas de justificar para más de una generación de periodistas progresistas, que lo consideran su bandera. Recordamos su propuesta de solución al tema de la violencia en los estadios, fogoneada en los primeros años sesenta desde la revista El Gráfico que en ese entonces dirigía: los “Hinchas Decentes” deberían actuar como Comandos Civiles infiltrados en las tribunas y señalar a los violentos ante las autoridades. También recordamos una muy favorable crítica que dedicó al programa político Tiempo Nuevo, de Neustadt y Grondona, en la sección Espectáculos de la revista Satiricón en 1975.

1997 Fernando Redondo renuncia a jugar con Argentina tras la petición del técnico Pasarella de que se cortase el pelo si quería ser convocado.

En su columna sobre los melenudos, Panzeri  confiesa un desprecio visceral  -muy discriminatorio- por ellos, pero admite que no cuenta con herramientas legales para prohibirlos. Entonces propone bucear por el reglamento del fútbol hasta encontrar el intersticio por donde filtrar e instalar la idea de que “es peligroso” practicar deportes con pelo largo y entonces poder prohibir su uso. Es probable que a esa altura de su vida, después de tantas batallas, incorruptible, Dante Panzeri estuviera harto del fútbol, y su fastidio lo llevara a perpetrar textos tan frívolos, a urdir tan tristes argumentos, como el que podrán leer a continuación. Calculamos que el fútbol, a esa altura, también estaba harto de él.

CANIGGIA El delantedro argentina explica sus discrepancias con Pasarella al que acusó de dejarle fuera por motivos extraeportivos. 

CÓMO ACABAR CON LOS MELENUDOS (por Dante Panzeri)

Las autoridades del club Atlético Vélez Sarsfield parecen haber impuesto, para todos su futbolistas (no sé si profesionales y amateurs o solamente amateurs) la condición inexcusable de presentarse en todos los casos con cabello corto. La extensión de la cabellera no cuenta por ahora, con ningún instrumento legal por el que alguna autoridad la pueda determinar en su correcta medida. Parece ser igualmente correcto llevar el cabello muy largo, corto o rapado. El derecho de cada uno a optar por la pelambre que más le agrade, parece por ahora incuestionable por los demás, sin perjuicio de nuestro agrado o desagrado por las extensas melenas; y aun barbas, de la masculinidad.

Por cierto que el actual resurgimiento de esas costumbres, o la implantación de otras vinculadas con la vestimenta humana, tiene un evidente propósito (confesado, además) agresivo de las llamadas tradicionales en materia estética, que desde las iniciales corrientes “existencialistas” hasta los actuales “hippies”, soportan una sistemática negación que, sin alcanzar a un nuevo dogma, sí es valedera para la sustentación de una pregonada nueva moral de vida, que en muchos casos no es otra cosa que la concreta abolición de la moralidad a través del libertinaje del pudor, de la ética, de la estética, como manera de derrumbar los límites fronterizos entre lo moral y lo desaprensivo. El cabello largo es un premeditado símbolo de la desaprensión de la rebeldía humana, por la rebeldía misma, que hasta el momento no nos ha proporcionado un hombre mejor sino solamente la preocupación constantemente agudizada de su empeoramiento en punto a conducta.

No obstante eso, su licitud es por ahora incuestionable, máxime cuando no siempre el cabello largo es sinónimo de antihigienización, como que también es motivo de largas y costosas permanencias de la humanidad masculina en peluquerías y lavaderos de esa costumbre ex femenina. A la higiene no la determina la extensión de los cabellos, según está visto que ella tanto está presente, como ausente, con cortos o con largos pelos. Es así que, no obstante su estrecho parentesco con muchas nuevas formas de corrupción humana, hasta el presente no ha sido posible emprender ninguna acción jurídicamente valedera contra esa moda arraigada en la masculinidad.

El deporte, organización social para la preceptoría de la higiene en muchos aspectos, se ve enfrentado con la misma indefensión jurídica para actuar, desde su esfera, como un poder prohibitivo de aquella moda aun desagradable para los más, pero de total respeto para con los menos que de ella gustan. Esto es, el deporte aún no parece tener – o sentirse dueño – de las armas de valedera razonabilidad para exigir, como las Fuerzas Armadas, el cabello medianamente corto entre sus integrantes. Es así como entre estos proliferan los llamados melenudos que ciertamente no constituyen un símbolo deportivo – sin cuestionar niveles higiénicos – puesto que implícitamente una cabellera de larga extensión constituye un elemento obstruyente de la plena libertad de movimientos, a menos que se apele a la ahora llamada “vincha de Vilas”, atuendo no contemplado en la reglamentaria vestimenta deportiva, aunque tampoco prohibido expresamente por los textos que precisan las prendas a autorizarse (como el del fútbol).

Pero he aquí que, si bien el deporte no tiene derechos concretos para exigir de sus cultores un llamado pelo corto (que tampoco sabemos qué dimensión tiene exactamente), aquellas particulares exigencias de su realización pueden servirle, sí, para determinar que muchas cabelleras reduzcan su extensión, sin incurrir para nada en la prohibición expresa del pelo largo, ni en la cuestionable exigencia de que todos los deportistas tengan pelo corto. Del mismo modo con las barbas, in incurrir en ningún caso en la siempre factible provocación de la rebeldía a través de lo que se prohíbe o se pretende obligar.

El camino es mucho más simple. Y no es otro que el de hacer cumplir estrictamente (por los jueces que tienen a su cargo esa fiscalización) las reglamentaciones deportivas que proscriben jugar “con elementos peligrosos” en el vestuario o en el cuerpo del deportista. Pueden ser ellos tapones cortantes en los botines, medallas suspendidas por cadenas al cuello, anillos, y por ende cabellos largos, cuyo peligro tanto está dado en el riesgo de que cubran la normal visibilidad del melenudo, como que sirvan para que sus adversarios los tomen de ellos, como por otra parte es frecuente. Ese es un derecho de los jueces, pero mucho más que un derecho de quienes hacen cumplir la ley de juego, una obligación incuestionable de quienes a ella se someten. Concretamente, y por ejemplo, los jugadores de fútbol, que si se ajustan a la obligación de mantener decoro en el vestuario que les autoriza el reglamento, como medias levantadas y camisetas no escapadas del cierre del pantalón, también tienen la misma obligación respecto del pelo o la barba que el juez considere factores de anormalidad para el juego.

Eso acabaría con cualquier leguleyería emprendida para defender el derecho al pelo largo, pues en ningún momento se prohibiría su uso de modo explícito, sino que solamente se observaría su presencia como antirreglamentaria entre las 17 leyes que forman el código internacional de juego y que contemplan por igual el decoro del vestuario como la no portación de elementos de perturbación al juego. A nadie se le prohibiría el uso posterior – en la vida callejera – del peluquín femenino que más le agrade. Pero el fútbol se limpiaría de ese repulsivo espécimen que es el melenudo con sensación de sucio, aun cuando se bañe constantemente.

Por otra parte: si las personas responden a una identidad legal fotográficamente registrada en sus documentos, y si esa identidad tiene que probarse antes de cada incursión deportiva está muy claro que el melenudo en cuestión jamás es la persona de la fotografía legal pertinente, y por ende ha modificado su identificación, lo que le impide jugar, pues pasa a ser un desconocido. Su cara no coincide con la de su documento.