Contra lo cotidiano

Una parada de metro muy especial. La fotografía de Anya Bartels-Suermondt recoge la instantánea que inspira a Jorge Valdano para hablar del lugar donde se acumula la rutina semanal y que estalla en ilusión los días de partido.

Texto Jorge Valdano | Fotografía Anya Bartels-Suermondt.- La alemana que hace estas fotos se siente campeona del mundo y se nos puso sugerente. Artista. Mientras recupera la humildad, a ver cómo podemos descifrar su obra los subcampeones. Basta que sea día de partido para que esta estación se convierta en el lugar de llegada de la gigantesca ilusión que es el Real Madrid. Además de sugerente, hay algo retro y también bucólico en la foto, como si nos remitiera a un tiempo en el que el fútbol era una pasión inocente. De cuando el negocio se defendía solo con la venta de entradas, la televisión aún no propagaba por el mundo las hazañas del equipo y una misma camiseta servía para varias temporadas. Una estética ochentera, de cuando el fútbol era una emoción sin grandes pretensiones sociológicas.

Por esas escaleras que salen del metro hacia el Bernabéu es más fácil imaginarse subiendo a Camacho, Juanito y Santillana, que a cualquiera de las estrellas de estos días. Una prueba de que en Madrid, el fútbol va por delante de la ciudad. Si no fuera porque el fútbol es tan traicionero, esta foto nos sugiere una tarde feliz. Un río de gente debe estar saliendo de ahí abajo para encontrarse con el estadio bajo este tibio sol de invierno. Les espera el Real Madrid, que es el fútbol hecho leyenda. Ahora están subiendo las escaleras con un equipaje anímico que es una mezcla de ilusión, miedo y orgullo que el fútbol les renueva en cada partido.

Foto Raúl Cancio

También con una doble sensación de poder, porque tienen una entrada que codician millones de personas y porque esa entrada les dota de una cierta autoridad crítica, de un cierto sentido patrimonial del sentimiento madridista. A estas alturas, no muy lejos de allí, los héroes hacen tiempo en el vestuario con un silencio espeso que de vez en cuando rompe un grito de guerra. A un jugador le sudan las manos, a otro le dan ganas de orinar tres gotas, un tercero se encomienda a una virgen… En la espera, ellos también tienen miedo. Se sienten indefensos ante la fuerza imprevisible del fútbol pero, sobre todo, hacia esta gente que va hacia el estadio con una emoción cargada de exigencia. Los aficionados que escupe este metro adoran a sus triunfadores, pero no les perdonarán que no triunfen. Durante la semana, de aquí dentro emerge una columna de trabajadores que se ignoran entre sí y van en busca de una cotidianidad sin gracia.

Foto Raúl Cancio

Cuando hay partido, a la misma gente se le dibuja una sonrisa y se le acelera el pulso. No se sienten solos porque en el vagón en el que viajan, en las escaleras que suben y hacia el estadio que buscan, la gente que les acompaña se han convertido en madridistas; esto es, parte de un sentimiento grande y único que invoca la fuerza guerrera que habita en todos nosotros para vengarse de la cotidianeidad de mierda que siempre acecha. La foto no muestra ninguna escena de fútbol, pero todas parecen estar implícitas en su inocencia. Sobre todo una: de esta boca de metro sale gente llena de ilusión, la gran materia prima de este espectáculo. •