Corona y Riera: futbolista, mochilero y viceversa

Albert y dos amigos decidieron conocer mundo. Tomaron una excedencia en sus trabajos con la intención de conocer Asia y Oceanía. Una viaje de veinteañeros que a Albert, jugador del desaparecido Benavent en Tercera División, le cambió la vida. Corona disputó una temporada allí y ahora es director deportivo del su equipo de siempre, el Almería.

“Los chavales jóvenes me dicen que les canso, que les aburro, porque les animo a que lean el periódico, a que estén informados de la actualidad y de cómo está el mundo. Les intento hacer ver que los atentados de París, aunque nos encontremos a 18.000 km. de distancia, les pueden acabar afectando”.

*Con las penurias del mochilero Albert se topó con una oferta del Auckland City, campeón de la Champions de Oceanía. Dos años después se convirtió en futbolista profesional en la A-League de Australia a los 29 años. Miguel Corona, un recién llegado a las antípodas después de una vida dedicada al fútbol profesional en España, charló con Albert Riera Vidal. Fueron dos estrellas del fútbol australiano, de la misma generación y unidos por el fútbol. Un mochilero convertido a futbolista profesional y un futbolista convertido en viajero ocasional.
Miguel Ángel Corona es ahora director deportivo del Almería después de vivir una temporada en Australia en una experiencia que nos relató con emoción.

Texto Miguel Ángel García Corona:- ¡Confirmado! La conversación previa por teléfono para encontrar un día en el que vernos me dejaba claro que conocería a alguien especial. Ya me lo adelantaron varios de mis compañeros cuando me preguntaron si lo conocía, aquella semana de nuestro enfrentamiento en la tercera jornada. Al responder que no, revelaron una historia que me despertó un extraordinario interés.

Hasta el punto de utilizarla, aquí y ahora, como respuesta a mi compromiso con esta revista de descubrir algo del fútbol a este lado del mundo. No encontraba mejor manera de acercar las antípodas que a través de esta biografía. A través de este viaje que empezó siendo hacia adentro, hacia lo más profundo del ser para averiguar que el momento era ya y el lugar era otro. El destino, sea lo que sea, destapó ese otro lugar. Y allí había fútbol esperando.

Miguel Corona Cuéntame Albert, soy todo oídos.
Albert Riera Todo surgió en un viaje que hice con dos amigos a Vietnam. Allí, conocimos a unos argentinos que nos hablaron entusiasmados de Nueva Zelanda. A finales del año 2010 nos sentamos los tres y decidimos pedirnos unas excedencias de un año y marcharnos por un tiempo a conocer aquél paraíso de la otra parte del mundo. Acababan de abrir el plazo para solicitar el visado Work & Holiday. Yo estaba muy feliz en Lleida, no te creas. Pero nos apetecía ese break. Trabajaba en emergencias médicas, en un hospital, siempre en la ambulancia. Muy contento, de verdad.

Llevaba ya cinco años, muy estable todo. Había jugado la última temporada en Tercera División, con el Benavent, pero el club había desaparecido y lo había dejado. Me suponía mucho esfuerzo compaginarlo con el trabajo. Y bueno, de alguna manera, nos apetecía descubrir mundo. Creíamos que era un buen momento de nuestras vidas para tomarnos un año de enriquecimiento personal. Lo coordinamos todo e hicimos una previsión de cuánto tiempo podríamos estar sin trabajar. Planeamos posibles viajes que pudiéramos hacer desde allí durante ese año. Teníamos mucha ilusión.

M.C. ¿Y vuestras familias?
A.R. ¡Imagínate! Mi padre clamaba: “¿A Nueva Zelanda? ¿A qué? ¿Ahora? Bueno, ya que vas, a lo mejor allí podrás jugar al fútbol, ¿no?”. Y te aseguro que lo último que entraba en mis planes era jugar al fútbol.

M.C. ¡Menos mal!
A.R. No, en serio. Había terminado muy cansado después de la temporada en Tercera con el Benavent. Y no tenía ninguna intención de jugar. Menos aún en Nueva Zelanda. Además, ¿dónde iba a jugar? Lo único que yo quería era viajar y conocer el país. Pero mi padre, cabezón como todos, no sé cómo, se enteró de que en Auckland había un técnico catalán, Ramón Tribulietx, y le escribió preguntando si hacían pruebas. Me lo contó y me sugirió que acudiera. Sin saber muy bien ni cómo ni por qué, de repente, me encontré yendo a entrenar una tarde con el Auckland City. A todo esto, mis amigos esperándome en el campo: “¿Veníamos de viaje experimental o a jugar al fútbol?”.

M.C. ¿Podría ser compatible?

A.R. Sí, según como lo afrontes.

M.C. ¿Tú cómo lo hiciste?

A.R. Bueno, el técnico del Auckland City me dijo que contaba conmigo, que tenía sitio. Estaban inmersos en la Champions de Oceanía y que podíamos ganar la liga, que acababa en abril. Obviamente acepté, pero tenía claro que, tras esos tres meses de competición que les quedaban, seguiría con mi viaje. Y así fue, ganamos la Liga Regular y la Champions de Oceanía. Cogimos una furgoneta y nos fuimos a recorrer Nueva Zelanda. Llegó un momento en el que se nos acabó el dinero y tuvimos que buscar trabajo. Pasamos por una empresa de empaquetado de kiwis, por la hostelería y vivimos en una comunidad hippie donde colaboramos en la construcción y en las tareas de limpieza y jardinería. Con el dinero que habíamos ganado empezamos a organizar la vuelta a España pasando por Asia.

M.C. Parece que todo volvía a su sitio…
A.R. … pero en agosto me llama de nuevo Ramón, el entrenador del Auckland City, y me dice que cuentan conmigo para la nueva temporada. Les digo que no, que de ninguna manera, que en enero me espera la ambulancia.

M.C. ¡Ya veo que fuiste tan tajante como con tu padre!
A.R. (risas) ¡Era una locura! Tenía mi trabajo fijo en España, un sueldo seguro, la familia, mis amigos se volvían…

M.C. ¿Qué fue lo que te convenció? Porque entiendo que, tratándose de un equipo semiprofesional, no sería el dinero.
A.R. Obviamente me daba para vivir en Nueva Zelanda pero no era mi plan de pensiones.

M.C. (risas) Esa es la fuerza del fútbol.

A.R. Sí, me pudo. Además, disputaríamos de nuevo la Champions de Oceanía, que en la primera fase me llevaría a islas del Pacífico que ni sabes de su existencia. Y teníamos plaza en diciembre de 2011 para el Mundialito de Clubes en Japón. 

M.C. ¿Y los amigos?

A.R. Ellos me conocen de sobra, no hubo problemas. Xavier Gensana había regresado a los seis meses, su excedencia no le daba para más tiempo . Y Albert Mateu regresaría según lo previsto pero solo, a través de China, Nepal, Tíbet y, como última parada, Japón en las fechas del Mundialito, donde nos encontraríamos de nuevo con Xavier, que venía de España, y cerraríamos aquel viaje de amigos que empezó un año antes y que en mi caso daría para más.

M.C. ¡Y mejor!
A.R. Sí, pero en ese momento estaba lleno de dudas, renunciaba a muchas cosas. No era una decisión fácil.

M.C. ¡Te entiendo perfectamente! Y te admiro. Cuando tenemos que elegir entre lo que conocemos y dominamos y la incertidumbre ante algo tan desconocido nos surgen las dudas. Aunque por otro lado, eso mismo, esa incertidumbre es la que hace de motor, te mueve a buscar nuevos retos y te lanza a probar, porque nunca sabes si vas a tener otras oportunidades.

A.R. Esa es una de las grandes lecciones que aprendí en la ambulancia. He visto situaciones verdaderamente dramáticas. Gente que preguntaba por el estado de salud de su familiar porque en ese momento ¡se les estaba viniendo abajo toda su vida, todos sus planes! Así que el famoso Carpe Diem me animó a quedarme y probar suerte con el Auckland City.

M.C. Y resultó.
A.R. Podríamos decir que sí.

M.C. Viendo como sucedieron luego las cosas casi podemos asegurarlo, ¿no? ¡Cuenta, cuenta!

A.R. Firmé dos temporadas con el Auckland City. Durante la pretemporada de 2013 jugamos un amistoso contra el Phoenix, equipo profesional que juega la A-League Australiana (de muchísimo más nivel que la liga neozelandesa), y su entrenador me invitó a ir a Wellington durante una semana a modo de prueba.

M.C. Esta vez no te lo pensaste.

A.R. ¡Te reconozco que sí! Ya me había adaptado a Auckland, estaba feliz. Y tampoco confiaba mucho en que aquello me fuera a ir bien. Creía que era un salto demasiado grande para mí.

M.C. De nuevo nuestro amigo el miedo.

A.R. Pero bueno, tú tenías esa inquietud, ¿no? A ti no te vino, digamos, de la nada como a mí. ¿Por qué ibas a tener miedo?

M.C. Respondiendo a tu primera pregunta, sí, me apetecía probar en otra liga y en otro país. Pero ya sabes, llega el momento y dudas. Por eso te repito la admiración que me causa tu valentía. Aunque pienso que tú también andabas buscando algo así. No sé a ti qué te parece, pero creo que estas cosas surgen movidas por un deseo profundo que habita en nuestro interior. O si no ¿por qué aceptas ir a entrenar por primera vez con el Aucklnad City? Muchas veces, el destino nos brinda esas oportunidades que anhelamos, sólo hay que estar atentos y ser valientes para decir sí.

A.R. Cuando renuncié a volver a España y jugar mi segunda temporada en el Auckland City lo hice movido por una reflexión: quizá, cuando a finales de 2010 planeaba con los amigos aquel viaje lo hacía deseando que me sucedieran cosas así ¿Cómo rechazarlas?

M.C. Tiene sentido. Por eso también acabaste aceptando probar con el Wellington Phoenix.

A.R. Pues sí. Siendo sincero, no los seguía mucho. Estaba a gusto en Auckland, aunque no éramos un equipo profesional me daba para vivir y disfrutar del fútbol y de una aventura. En diciembre de 2013 teníamos nuestra tercera participación en el Mundial de Clubes, con el añadido de que no era en Japón, era en Marruecos y toda mi familia había organizado el viaje para verme. Y espera, ¡además hacíamos un stage en Barcelona para preparar el torneo! ¡Y al acabar el Mundialito me quedaba en casa pasando las Navidades! Pero el caso es que acepté ir a la prueba. Más por no arrepentirme en el futuro que por convencimiento. Se trataba de fútbol profesional y no quería quedarme con  la incógnita de qué hubiera pasado. Y me dijeron que sí, que me hacían una oferta de un año. Y acepté.

«Tras ganar la Champions de Oceanía, recorrimos Nueva Zelanda. Se nos acabó el dinero y pasamos por una empresa de empaquetado de kiwis, por la hostelería y vivimos en una comunidad hippie».

M.C. ¡Te conviertes en futbolista profesional!

A.R. ¡A mis 29 añazos! Y no sabes lo que me costó adaptarme. Te aseguro que empezar a pensar como profesional a esa edad no fue nada fácil. Yo creo que me llegó tan tarde porque si me llega antes estoy seguro de que no hubiera tenido una carrera larga. Admiro mucho a gente como tú que lleváis tantos años como profesionales.

M.C. Pues imagina a los grandes que prácticamente cada tres días tienen partido y en los veranos competiciones internacionales.

A.R. Y aguantando esa presión de tener que ganar siempre.

M.C. Supongo que son hábitos. El año pasado fui al torneo de Brunete como ayudante del entrenador de la U.D. Almería y te puedo asegurar que los chicos son como profesionales pero con 12 años. Es decir, si algún día llegan a ser profesionales no les costará nada adaptarse, al contrario que a ti. Tu único problema es que tenías otros hábitos. Y cuanto mayores somos, más nos cuesta cambiarlos. Es como el que se empareja a los 40 después de haber vivido mucho tiempo solo, le cuesta entrar en vereda, ¿no?

A.R. (risas) Exacto, algo así. Y bueno, hasta hoy. Tres temporadas ya en el Wellington Phoenix.

M.C. Entonces ya puedes hablar con propiedad de la A-League.

A.R. Lo primero que te llama la atención es que aquí se juega con mucha nobleza. En uno de mis primeros entrenamientos, conducía el balón por la banda y rebasó la línea un poco, pero continué. Y mis propios compañeros de equipo en ese partidillo de entreno pararon diciendo que había salido el balón. Be honest me decían.

"Lo primero que te llama la atención es que aquí se juega con mucha nobleza."

M.C. Sé por donde vas. A mi me llamó mucho la atención, te confesaría que incluso me llegó a enfadar, que en la primera jornada, ganando 1–3 en el segundo tiempo mis compañeros reanudaban rápidamente el juego, no perdían tiempo en los saques de banda o en los saques de puerta. Nada de hacerse el tonto con ese balón que te da rápido el recogepelotas. En ese momento hay que bajar el ritmo. Ya sabes, matar el partido y esas cosas. Dejar que corra el tiempo.

A.R. ¡Exacto! Eso que llaman “el otro fútbol” no lo dominan como nosotros.

M.C. (risas) Y cuando la pelota está rodando, ¿qué diferencias encuentras?

A.R. Obviamente los grandes jugadores están en Europa, aquí es muy difícil que lleguen y esa es la gran diferencia desde el ámbito individual. Aunque hay muy buenos futbolistas, ¿verdad? En cuanto al funcionamiento colectivo cada día hay más calidad en lo táctico, aunque comparándolo con España creo que hay cierto déficit. Se asemeja más a la Premier. Aquí muchos partidos se rompen muy pronto, no hace falta esperar a la segunda parte o a que un equipo vaya por delante en el marcador.

M.C. Sí, ya sé lo que quieres decir. Por otra parte eso hace que se den partidos muy entretenidos. Al menos es lo que yo he apreciado. Se dan muchísimas ocasiones de gol. Es raro que salga un partido de estos aburridos.

A.R. Así es. Hay transiciones defensa–ataque constantemente. Muchos jugadores descolgados esperando armar contras.

M.C. No hace falta que me lo jures. ¡Eso lo estoy sufriendo!

A.R. (risas) Quizá la influencia del rugby hace que lleven en el adn ese espíritu de correr.

M.C. Para enojo de los entrenadores. En una de mis primeras comparecencias de prensa me acompañó mi entrenador, John Aloisi, que habla castellano. Recuerdo que, más o menos, destaqué esa cualidad de este fútbol en cuanto a lo vistoso que se hace para el espectador. Y él añadió: “Desgraciadamente para los entrenadores”.

A.R. Sí, están intentado mejorar en ese sentido, en dotar de más conceptos tácticos a los equipos y controlar más el juego.

M.C. Ahí apareces tú con un brillo que no se dio en España, ¿a qué crees que se debe? Yo vengo con una opinión preestablecida después de haberte visto ya algunos partidos.

A.R. Bueno, supongo que se dan varias circunstancias, como para todo en la vida. Pero creo que mi gran virtud es saber lo que hago bien y lo que hago mal, y eso me permite no cometer muchos errores; a eso le sumas lo que acabamos de hablar, que en España se trabaja mucho y bien tácticamente. Durante algún entreno se hacen indicaciones que en España en categorías inferiores, o incluso en el fútbol modesto en el que yo jugaba, están bastante automatizadas. Y eso, quizá, me hace destacar. Y te hace ver el gran nivel que hay en España.

"Durante algún entreno se hacen indicaciones que en España en categorías inferiores, o incluso en el fútbol modesto en el que yo jugaba, están bastante automatizadas. Y eso, quizá, me hace destacar. Y te hace ver el gran nivel que hay en España."

M.C. Estoy completamente de acuerdo. Por ahí iba mi reflexión. En cualquier club español, y no tiene que ser profesional, se da un bagaje táctico a los chavales increíble. Eso y nuestra tradición futbolera como país hace que tengamos un excedente de buenos futbolistas.

A.R. Aquí ven el mejor rugby del mundo. En cambio, un chaval español ve cada semana a los mejores equipos de fútbol del mundo. Si no es en la liga, es en la Champions. Y además nuestra Selección. Y todo ese fútbol que has visto, supongo, te ayuda a ser mejor jugador. Ese fútbol ya va contigo.

M.C. Está claro, eso lo llevas ya en la mochila (perdona el chiste pero me lo has puesto botando).

A.R. Así es, así es. (risas)

M.C. Además, el futbolista español se beneficia del buen nombre de nuestra liga y de nuestra Selección. Me da la sensación de que nos tratan como si lleváramos el sello de “Garantía de Calidad”, como algunos alimentos, ¿verdad?

A.R. Sí, sí. En cuanto respondo que nací en Barcelona me preguntan si he jugado en el Barça. No pueden ni imaginar que sólo en Cataluña juegan al fútbol cientos de miles de chavales.

M.C. Y uno de esos chavales salió de viaje, apareció en la Liga Australiana, destacó y fue seleccionado en el “All Star” para enfrentarse a la Juve. Aquello fue todo un acontecimiento en este país.

A.R. Fue algo inolvidable, al menos para mí. Ya sabes que en esos partidos suele haber muchos cambios, pero yo lo jugué entero. Y por supuesto anduve detrás de Pirlo hasta conseguir su camiseta. Hay una imagen que no se me podrá olvidar: estaban hablando Buffon y Del Piero, y de repente se les suma Pirlo a la charla. Y yo, al lado, pensando ¡vaya trío! ¡Y aquí estoy yo, jugando el mismo partido que ellos!

"Hay una imagen que no se me podrá olvidar: estaban hablando Buffon y Del Piero, y de repente se les suma Pirlo a la charla. Y yo, al lado, pensando ¡vaya trío! ¡Y aquí estoy yo, jugando el mismo partido que ellos!"

M.C. Ese día Del Piero jugaba en tu equipo, ¿no?
A.R. Sí, había jugado ese año para el Sydney FC. Y fue una especie de homenaje hacia él.

M.C. ¿Cómo quedasteis?

A.R. Perdimos 2–3 en el último minuto. Todo muy típico, nosotros mucho mejor juego, más intensidad…pero la calidad individual decidió. Pogba marcó un golazo.

M.C. Todo muy típico, dices. Entonces en eso no hay diferencias, ¿los buenos deciden?
A.R. Como en todos sitios. •

*artículo publicado en nuestro número 16