Crónica de la opereta Libertadores

El periodista Luis Miguel Hinojal fue uno de los pocos privilegiados que fue testigo presencial de la ida y la vuelta del desenlace de la Copa Libertadores 2018, la más larga en el tiempo y el espacio de la historia. Tres años del exilio de Madrid.

Luis Miguel Hinojal.- Cada final de la Copa Libertadores de América es desde 1960 una fecha para reivindicar el orgullo, la rica historia y la dignidad del fútbol sudamericano. En tiempos en los que las crisis económicas y políticas dejan de ser cíclicas para convertirse en pandemias endémicas, los equipos que convirtieron sus banderas en leyendas que atraviesan el tiempo se ven abocados a una fórmula de supervivencia compleja. La capacidad de regeneración se pelea con recursos cada vez más limitados. El éxodo masivo de jugadores jóvenes no permite mantener plantillas de alta calidad, ni torneos locales capaces de competir en términos de pedigrí con las ligas europeas más pujantes, que continúan teniendo a Sudamérica como banco de pesca preferente. El componente emocional de la Libertadores se acentúa con fuerza cuanto más se agranda la brecha con Europa.

Es terreno de agitación sentimental, donde el sentido de pertenencia que ayer se articulaba mitificando a fabulosos jugadores, ahora provoca curiosos fenómenos. A falta de grandes referentes en el césped, muchas aficiones han acabado por convertirse en hinchas de sí mismas. La pasión transversal que atraviesa el continente sufrió una subida de tensión cuando el 1 de noviembre Boca Juniors empató con el Palmeiras en Sao Paulo. El día anterior, en Porto Alegre, River había silenciado el estadio Arena derrotando al Gremio. Los dos colosos argentinos eliminaban a los hermanos brasileños en semifinales. Los dos enemigos íntimos se citaban en una final inédita. Nacieron como primos en el barrio de la Boca y luego se separaron para forjar una rivalidad atávica, alimentada por fabulosos linajes que han ido agigantando su propia biografía a la vez que iluminaban la colosal historia del fútbol argentino.

Los dos enemigos íntimos se citaban en una final inédita. Nacieron como primos en el barrio de la Boca y luego se separaron para forjar una rivalidad atávica, alimentada por fabulosos linajes que han ido agigantando su propia biografía a la vez que iluminaban la colosal historia del fútbol argentino.

En 1988 invitaron al irrepetible escritor Roberto Fontanarrosa, irreductible hincha de Rosario Central, a presenciar su primer River-Boca en el Monumental. Su genial crónica en la revista El Gráfico recuerda a la interminable final de 2018 porque es un compendio de humor negro y recrea con autocrítica los tópicos del fútbol criollo y las claves del antagonismo. El artículo iba acompañado de una viñeta del Negro en la que se veía a dos hinchas de River afligidos tras perder en casa 0-2 con Boca. “No sólo pegamos dos tiros en los palos y perdimos el partido ¿Viste la bandera gigante? Esta semana me toca lavarla a mí”. Su abatido vecino de tribuna le contesta: “Y… los ricos también lloran”.

ACTO PRIMERO. ZEUS JUEGA DE TITULAR
La primera semana de noviembre los cafés bonaerenses, el centro litúrgico de la capital argentina, entran en combustión espontánea cada vez que cualquier parroquiano se anima a cargar a su vecino con algún pronóstico sobre el superclásico de todos los tiempos. Muchos diarios amanecen con portadas de tono apocalíptico, de los que se desprende que tras esta final no hay mañana. No habrá horizonte ni lugar donde esconderse para el perdedor al menos durante un siglo. Las televisiones activan su archivo para refrescar (como si hiciera falta) la memoria futbolera del país con programas llenos de hazañas, afrentas, emoción y goles que han pintado con mil matices la mitología del más singular de los clásicos. Los dos equipos se blindan en sus puntos de concentración para no perder el foco competitivo.

No habrá horizonte ni lugar donde esconderse para el perdedor al menos durante un siglo.

Los jugadores y técnicos empiezan a padecer una presión de dimensiones hasta ahora desconocidas. La sede de Boca, que albergará el partido de ida de la final, se ve desbordada. Ni el aforo de cuatro Bomboneras podría saciar la demanda de entradas. El club se veía forzado a rechazar cientos de peticiones de acreditación por medios de comunicación desde Japón hasta Omán. El clásico de barrio comienza a tomar volumen de acontecimiento planetario y en la húmeda primavera bonaerense, el clima amenaza con volverse irrespirable. El ruido mediático y las bajas pasiones conforman un mensaje insano. Se viene el fin del mundo.

LLUVIA» Partido suspendido en la ida de la final de 2018.

Un panorama que agita la tensión en un país que padece como ningún otro el gravísimo problema de la violencia generada por las barras bravas y que ha alimentado ese monstruo desde las entrañas de los clubes y con detestables conexiones políticas. En el ambiente flota la sensación de que el pánico a la derrota gana por goleada a los sueños de gloria imprescindibles para buscar la victoria. Mientras el mundo mira con curiosidad, Argentina contiene la respiración la tarde del sábado 10 de noviembre. Se juega de día y solo con hinchas locales, que peregrinan hacia el barrio de la Boca con tono festivo entonando himnos orgullosos y cánticos hirientes dedicados al rival. No imaginan que está a punto de arrancar la final más larga de la historia y que el desenlace tendrá lugar casi un mes después y a un océano de distancia.

Como si los caprichosos dioses del fútbol no toleraran tanto arrebato, a un tal Zeus le da por ponerse de titular. Un diluvio descarga sobre Buenos Aires a pocas horas de la hora fijada para el arranque del partido. Los accesos a la Bombonera quedan rápidamente anegados, lo mismo que el glorioso césped sobre el que tantas leyendas construyeron un pedazo grandioso de la historia del fútbol argentino. No se puede jugar. Los miembros de La Doce, la barra más célebre, ruidosa y conflictiva de Boca, llenan la tribuna norte, la que da a Casa Amarilla, sin parar de cantar durante horas, y reciben con insultos al trío arbitral que revisa el campo de juego para certificar la suspensión. La CONMEBOL aplaza 24 horas la ida de la gran final.

ACTO SEGUNDO. EL SOL SALE POR LA BOCA
Durante la noche las previsiones meteorológicas copan la audiencia de las televisiones. Amenaza de tormentas. Buenos Aires amanece gris, pero durante la madrugada no llueve y los operarios de Boca pasan la noche trabajando duramente para drenar el campo. Zeus esta vez acepta su condición de suplente y la hinchada xeneize repite su procesión hacia la Bombonera. Se juega. River pone carácter al asunto para dominar en el estadio rival y parece evocar al gaucho Martín Fierro: “Yo soy toro en mi rodeo, y torazo en rodeo ajeno”. Pero Boca, en la primera jugada potable que logra trenzar, golpea con un gol de Wanchope Ábila. La Doce todavía está gritando el gol cuando River saca de centro y Pratto firma el empate.

Ese momento será lo más parecido al silencio que se escuchará el próximo mes. Pero Boca no necesita que sus goles sean hijos del juego. Tiene a Benedetto, el delantero que se ha encumbrado como el héroe del equipo en esta Copa, y que firma el 2-1 al filo del descanso. River no se encuentra a gusto en la segunda mitad, pero logra empatar con un autogol de Izquierdoz. En el  último suspiro del partido, Carlos Tévez, la última gloria clásica de Boca, deja a Benedetto sólo ante el portero Armani… pero esta vez la Bombonera no pudo gritar el gol. Empate a dos. Bajo un tímido rayo de sol, los colosos firman tablas.

INTERLUDIO. LOS OTROS DÍAS DEL FIN DEL MUNDO
Tras el análisis del primer asalto es tiempo de volver a cargar el ambiente rememorando el historial de agravios y conquistas. Nada como recordar el mes de junio de 2004, cuando Boca y River midieron fuerzas en una semifinal de Libertadores plena de momentos salvajes. En la ida Boca ganó 1-0, gol de Schiavi. Un minuto después del tanto las puertas del infierno parecieron abrirse sobre la Bombonera. Marcelo Gallardo y Guillermo Barros Schelotto, actuales técnicos de River y Boca, tuvieron protagonismo en una de las tánganas más recordadas del siglo XXI.

Gallardo cometió una tremenda entrada sobre Cascini y el centrocampista de Boca respondió golpeando al jugador de River. Ambos fueron expulsados, pero al Muñeco Gallardo se lo llevaron los demonios antes de desfilar hacia el vestuario, con decenas de vociferantes seguidores de Boca colgados de la alambrada componiendo una estampa no apta para menores: En medio de una confusa riña Gallardo acabó arañando en la cara al portero local, el Pato Abbondanzieri, cuyo rostro sangrante se recuerda como un icono de la cara más violenta de los clásicos del siglo XXI. En medio del tumulto, el Melli Schelotto le pegó un puñetazo tremendo a Gabriel Macaya, preparador físico de River. El barrio de Núñez acogió un partido de vuelta lleno de épica y emoción. River necesitaba remontar y se adelantó con un gol de Lucho Gonzalez en un partido durísimo con varios expulsados. En los minutos finales Boca buscaba el empate con la desesperación de un condenado al patíbulo. Carlos Tévez en el minuto 88 anotó el gol que prácticamente metía a Boca en la final. 

Quizás fue el espectral silencio que se hizo en el Monumental, copado sólo por hinchas de River. O quizás los gritos eufóricos de sus compañeros que se escuchaban hasta en el último anfiteatro del estadio. Lo cierto es que Tévez se dejó llevar por un arrebato emocional: se quitó la camiseta y se llevó los puños a la altura del pecho agitando los codos en un provocativo gesto conocido como la gallinita. El árbitro Baldassi expulsó al goleador. ¿Más suspense? Nasutti marcó un agónico tanto para River en el minuto 90. Tras la prórroga llegó una tremenda tanda de penaltis en la que los futbolistas de Boca certificaron su pase a la final festejando el triunfo en la casa del eterno rival con cánticos irreproducibles. Pero no lograría levantar la Copa. También por penaltis, Boca fue derrotado en la final por el Once Caldas colombiano. Durante muchos meses, el nombre del equipo cafetero fue coreado en cada partido que River disputaba en casa. 

ACTO TERCERO. PIEDRAS Y PARTES MÉDICOS
Mauricio Macri fue presidente de Boca entre 1995 y 2008. Ahora es presidente del Gobierno argentino desde 2015. De dirigir un club, a dirigir un país con serias divisiones y gravísimos problemas sociales. Patricia Bullrich es la ministra de Seguridad del gabinete de Macri. A pocos días de la final de la Libertadores en la Bombonera, tuvo un ataque de suficiencia política y otro de incontinencia verbal. Los dos juntos: “Si sómos capaces de organizar el G20… ¿cómo no vamos dominar un Boca-River?”.  Su jefe de Gobierno, en un alarde de ingenuidad y de oportunismo fallido, había planteado la posibilidad de que la final se disputara con público de los dos equipos, circunstancia prohibida en el fútbol argentino desde 2013 porque el número de víctimas mortales por la violencia de las barras ya hace mucho tiempo que es inasumible. Los responsables de seguridad de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires se echaron las manos a la cabeza. 

El sábado 24 de noviembre, a la entrada del barrio de Núñez, una lluvia de piedras recibió al autobús que transportaba a los jugadores de Boca en su trayecto hacia el estadio Monumental. El ataque se produjo en una zona llena de seguidores de River y con nula protección policial. Apenas unos agentes en motocicletas escoltaban el vehículo. “Vamos a dar la vuelta en el Monumental”, cantaban los jugadores xeneizes en el momento en el que el bus recibió los impactos. Entraron en el estadio también afectados por los gases lacrimógenos que lanzó la policía para dispersar a la turba.

SUSPENDIDO» Hinchas de River resignados abandonan el estadio tras la suspensión.

Los futbolistas Pablo Pérez y Gonzalo Lamardo fueron trasladados al hospital. La CONMEBOL aplazó el partido un par de horas y luego lo aplazó hasta el día siguiente. También emitió un vergonzoso parte médico en el que afirmaba que había “jugadores con cortes superficiales y dos jugadores refirieron lesiones en la córnea, la cual no se pudo confirmar por nuestro cuerpo médico. Consideramos que desde el punto de vista médico no existe una causa para la suspensión del encuentro”. El documento, que minimizaba los daños y obviaba cualquier tipo de impacto psicológico en unos deportistas atacados por un grupo de salvajes lo firmaba Osvaldo Pangracio, jefe del cuerpo médico de CONMEBOL y además exfutbolista de Cerro Porteño y Olimpia

ACTO  CUARTO. LA PACIENCIA INFINITA DEL HINCHA
Domingo 25 de noviembre. El día anterior casi 60.000 aficionados de River habían aguantado estoicamente más de seis horas esperando ver un partido que nunca arrancó. Además el desastroso operativo policial incluyó el desalojo del estadio con el uso indiscriminado de gases y porras. “Mauricio Macri, la puta que te parió”, fue el cántico más coreado en el Monumental en una tarde en la que la violencia y la ineficacia de las autoridades volvieron a ganar su particular partido contra el fútbol y la gente pacífica. Los hinchas volvieron al estadio el domingo. Pero tampoco hubo fútbol, se reprodujeron las cargas policiales y se consumó el fracaso estructural y organizativo de todos los implicados. La CONMEBOL aplazaba el partido sin fecha. 

Los diarios argentinos desvelan que la víspera del apedreamiento se habían decomisado 300 entradas presuntamente emitidas por el club y 250.000 euros en el domicilio de uno de los jefes de la barra de Los Borrachos del Tablón. La barra más importante y más violenta de River nunca llegó a entrar en el estadio. En las horas previas al partido que acabó suspendido, sus banderas ni siquiera estaban colgadas en la Tribuna Sívori, su ubicación habitual. Se corrió entonces el rumor de una explicación muy plausible: sin negocio de reventa, la barra decidió no entrar. Y si la barra no entra, el partido no se juega. Aunque para ello haya que apedrear un autobús. La negligencia policial hizo el resto.

ACTO QUINTO. UN CLÁSICO DE BARRIO… EN CHAMARTÍN
Alejandro Dominguez, presidente de la CONMEBOL, es hijo de Osvaldo Dominguez Dibb, expresidente del club Olimpia de Asunción, que tras la final que su equipo ganó en 2002 quiso levantar la Copa Libertadores antes que sus propios jugadores. Para muchos sudamericanos Dominguez hijo fue más original que su padre. Directamente secuestró la Copa y se la llevó a Madrid en una decisión sin precedentes. Si atentaron contra cosas tan sagradas como la salud de los jugadores y la seguridad de la gente… ¿Cómo no iban a atreverse a cargar contra la mismísima historia y la identidad del fútbol sudamericano?  

MADRID» Hinchas de Boca en el Paseo de La Castellana, cortado al tráfico. Foto. Antonio Thiery

River y Boca jugaron en el Bernabéu. Un escenario antinatural para los jugadores, por mucho que sea la casa de Di Stéfano. El miedo y la presión acumulada durante un mes atenazaron sus piernas. Después regalaron algunos goles para la videoteca mientras en la grada se mezclaban gentes que habían hecho un tremendo esfuerzo económico para seguir a su equipo junto con los ocupantes de los palcos VIP y un público neutral español que miraba con gesto de asombro. La CONMEBOL, un organismo con graves antecedentes por corrupción, quiso lavar su imagen de la peor manera: anteponiendo el negocio a la esencia del juego con la excusa de la seguridad y componiendo una anomalía histórica. Un crimen perpetrado por múltiples cómplices y con diversas capas de responsabilidad. Hay quien plantea qué hubiera pasado si NADIE hubiera viajado a Madrid. 

Pero River ganó 3-1 tras una prórroga de infarto y levantó su cuarta Libertadores. En realidad perdió toda Argentina, y por extensión América, que tiene en el fútbol un vasto depósito emocional y en la pelota un importante cordón umbilical con la cultura popular. Y se jugó en España, un país cuyo fútbol siempre estará en deuda con el argentino por prestarle a Di Stéfano, Maradona, Messi y tantos otros futbolistas y entrenadores que han dado jerarquía a sus equipos. Al menos en Chamartín los jugadores y técnicos estuvieron a la altura tras tantas polémicas, tensiones y despropósitos. Antes de festejar, los de River fueron a consolar a Pablo Pérez y sus compañeros. Aparecieron el respeto y la normalidad. Elementos ausentes en muchos despachos y en ese sector de la  prensa ávido de incidentes y morbo. Hay cosas mucho peores que perder un trofeo. Como dijo Menotti, “se puede perder un partido, pero nunca el honor y la dignidad”.  Pero la ópera bufa de la Libertadores se ha estirado todo un mes. •