Cuando al Sevilla de los 90 se le fue de las manos el mercado de fichajes

En la mayor crisis institucional de su historia, el Sevilla colapsó. Un equipo histórico que se estrelló en la primera Liga de las Estrellas para dar con sus huesos en el infierno de la Segunda. Con una planificación esquizofrénica y costosa que malvendió a Suker por cuatro duros y un presidente que gastó el dinero del club en comprar un Mercedes a una famosa modelo. ¿Salió algo bien? La respuesta es sí: esa fue la catarsis que puso los cimientos del Sevilla triunfador y competitivo del siglo XXI.

Diego M. Díaz Salado.- Y al vigésimo primer día, Carlos Salvador Bilardo dijo basta, anunció que devolvería el medio millón de dólares adelantado y huyó de su idolatrada Sevilla, ciudad de la que dice que sería su morada de no vivir en la Argentina de su alma. Era el 25 de febrero de 1997: apenas tres semanas duró el Narigón en su segunda etapa sevillista. Tiempo suficiente para descubrir cómo de putrefactas estaban las entrañas de un club histórico que enfilaba sin remisión el lúgubre abismo de la Segunda División. “No quiero un peso, no quiero una moneda, no quiero nada, lo que quiero es el bien del Sevilla y si viene otra persona y lo puede solucionar, fenómeno”. Ni el doctor Bilardo podía curar a este enfermo terminal.

A los tres meses del fugaz paso de Bilardo, el Sevilla Fútbol Club cruzó la puerta del infierno. Tras un cuarto de siglo, ese maldito domingo del primero de junio consumó en Oviedo el que sería el tercer descenso del “eterno campeón de Andalucía”, sobrenombre con el que se ganó un hueco en el viejo balompié patrio en los inicios del fútbol profesional. La realidad es que todo se hizo mal en esa aciaga temporada 96/97, la primera de la tan cacareada Liga de las Estrellas que acabó con este clásico de nuestro fútbol absolutamente desahuciado.

ONÉSIMO» Uno de los fichajes de esa temporada en Sevilla. Foto. Archivo Sevilla FC.

Pero vayamos al principio. Al auténtico principio del fin, dos años antes: agosto de 1995. El Sevilla venía de clasificarse para la Copa de la UEFA con Aragonés en el banquillo, ya superado el torbellino mediático -y poco productivo en lo deportivo- del fichaje de Maradona unos años antes. Ese verano del 95, la falta de un aval de 85 millones de pesetas condenaba al equipo sevillista a la Segunda B, en una controvertida decisión de la LFP. La siempre brava y populosa afición sevillista salió a la calle, en una manifestación histórica en el fútbol español. Y para muchos, eso fue lo que revirtió la decisión y evitó tan trágico descenso, también al Celta, el otro equipo implicado. Sin embargo, nada podía parar la crisis institucional que se cernía sobre la entidad del Sánchez-Pizjuán.

Librado el descenso administrativo, esa temporada el club pasó de clasificarse para la UEFA, en la que cayó en octavos de final contra el Barcelona, a escapar del descenso en la última jornada, aunque luego la apretada clasificación en la zona media baja revelara una engañosa duodécima posición. Era la 95/96 en la que el Atlético de Madrid de Antic, Pantic y Kiko campeonó. Tuvo que ser Suker, el gran delantero sevillista de los 90 y uno de los mejores del mundo en su época -máximo goleador del Mundial 98- el que abandonara precipitadamente una concentración con la selección de Croacia para marcarse un hat-trick frente al Salamanca y asegurar la permanencia. Hizo un viaje de ida y vuelta en un jet privado, siendo aclamado y casi sacado en hombros por una afición que lo veneraba. Fue el último servicio del crack croata al equipo del que era su jugador franquicia, ya que estaba fichado por el Real Madrid desde el mes de enero a razón de unos exiguos 600 millones de las antiguas pesetas, más la cesión del entonces yugoslavo Petkovic, del que poco o nada se recuerda en el fútbol español. En el traspaso entraron otros jugadores de la cantera blanca, como Antonio Gómez. Hablamos, sin lugar a dudas, de una operación que para el Sevilla superó con creces la categoría de ruinosa. Absolutamente dantesca.

CAMACHO» Era el entrenador de moda y fue fichado por el Sevilla. Duró poco.

El verano del 96 pintaba extraño en el barrio de Nervión. La partida de Suker, con fuerte contestación de la grada, dio paso a una revolución en la plantilla, en primer término, con el fichaje de un prometedor entrenador nacional: José Antonio Camacho, técnico de moda que fue recibido por 50.000 enfervorizados sevillistas el día de su presentación. El murciano venía del Espanyol, donde en tres temporadas había conseguido devolverlo a Primera División y culminar dos extraordinarias campañas en la máxima categoría: sexto y cuarto, clasificando para la UEFA a un conjunto cuyo rendimiento aguerrido y competitivo aún es recordado con nostalgia por los pericos. Camacho fracasó estrepitosamente en Nervión: 18 puntos en 21 partidos en los que apenas ganó cinco y perdió hasta 13 encuentros. Su colapso definitivo llegó el 2 de febrero en una esquizofrénica remontada de la Real Sociedad en el Sánchez-Pizjuán en un partido que perdía 2-0 en el minuto 84. El partido acabó 2-3 y con el grito unánime de “Fuera Camacho” entre la afición local.

Camacho fracasó estrepitosamente en Nervión: 18 puntos en 21 partidos en los que apenas ganó cinco y perdió hasta 13 encuentros. Su colapso definitivo llegó el 2 de febrero en una esquizofrénica remontada de la Real Sociedad en el Sánchez-Pizjuán en un partido que perdía 2-0 en el minuto 84. El partido acabó 2-3 y con el grito unánime de “Fuera Camacho” entre la afición local.

El murciano se fue, reconociéndose incapaz de revertir la tan diabólica situación del equipo: “Si hubiera habido otro entrenador en el banquillo no perdemos el partido”, admitió desolado el que posteriormente recuperaría su halo de técnico de postín en otra buena campaña en el Espanyol y, sobre todo, como seleccionador nacional en la Eurocopa del 2000 y el Mundial de Japón y Corea de 2002, recordado por aquel partido de Al-Ghandour. Batallitas mundialistas aparte, Camacho pudo demostrar que su fiasco en Sevilla estuvo posiblemente motivado por la paupérrima situación de la entidad y el tormentoso clima reinante.
El encargado de la dirección general de aquel Sevilla era Herminio Menéndez. Y esto es curioso: un tipo que era una auténtica eminencia del piragüismo patrio -del fútbol, a tenor de lo visto, no-. Menéndez fue triple medallista olímpico, ahí es nada, llegando a ser abanderado del equipo olímpico español en Moscú 80 y tiene un armario lleno de títulos en campeonatos del mundo. Este asturiano decidió entrar en el mundo de la gestión deportiva tras su retirada y así fue cómo llegó hasta la dirección deportiva del Sporting de Gijón, y de ahí, al máximo puesto en la dirección general del Sevilla Fútbol Club.


MORNAR» Debía sustituir a Davor Suker. Foto. Archivo Sevilla FC

El fichaje que decían era sustituto de Suker compartía su bandera: Ivica Mornar. La nacionalidad croata sería lo único similar en este extraño jugador desgarbado y torpe en movimientos que solo dejó un recuerdo entre la afición, un peculiar peinado con el que lucía una suerte de bigote en la frente, que para más fantasía se teñía de diferentes tonos. El cachondeo era general, e incluso él se sumaba afirmando que era como el símbolo de Nike. Hablamos de que el tipo era cualquier cosa menos un delantero para opositar a no hacer el ridículo en Primera División. A posteriori, hizo carrera en el fútbol europeo, después de una cesión al Ourense en Segunda, donde convirtió algunos goles. Jugó en Bélgica, llegando a disputar la Champions con el Anderlecht y lució su pelado cráneo por la Premier y la Ligue 1, en Portsmouth y Rennes. Incluso lo vimos disputar una Eurocopa con Croacia, la del 2004. Cualquiera lo diría, pero el fútbol es a veces un deporte muy confuso.

La nacionalidad croata sería lo único similar en este extraño jugador desgarbado y torpe en movimientos que solo dejó un recuerdo entre la afición, un peculiar peinado con el que lucía una suerte de bigote en la frente, que para más fantasía se teñía de diferentes tonos. El cachondeo era general, e incluso él se sumaba afirmando que era como el símbolo de Nike.

La planificación se empeñó en fichajes absolutamente frikis como el del griego Marinakis -de igual apariencia peculiar y del que decían que solo sabía tres palabras en castellano y dos eran palabrotas-, el danés Rytter -que jugó luego mucho en la Bundesliga- o la supuesta promesa argentina Colusso, del que merece la pena contar algo más. Su fichaje fue el más vivo ejemplo de la descomposición de un semigrande del fútbol español. El traspaso, muy alto, llegó a judicializarse por el cobro de comisiones ilegales, se publicó que el representante engañó al Sevilla -cosa que por aquellos tiempos no parecía muy difícil- y que robó dinero al jugador. Y el pobre Cristian Daniel, a sus 19 años, decía que le temblaban las piernas cuando tenía que jugar porque el primer día que llegó vio un titular en la prensa sevillana en la que hablaban del “nuevo Maradona”. Menuda comparación y qué mal todo.

ARANALDE Y ONÉSIMO
El caso es que los refuerzos nacionales tampoco dieron rendimiento, como Aranalde u Onésimo “el rey del regate”, otra apuesta para la delantera y que venía de hacer algunos goles en el Rayo Vallecano: sólo convirtió uno en el Sevilla, frente a su ex equipo Valladolid. Eso sí, fue un golazo colosal.

Esta fuerte renovación de la plantilla tuvo también sus fichajes estrella, mediáticos y que acabaron en chasco. Hablamos de Matías Almeyda, Robert Prosinecki y Bebeto. Casi nada. El argentino también llegó con etiqueta, la del “nuevo Simeone” y se convirtió en el fichaje más caro de la historia del fútbol argentino, casi 1.200 millones de las antiguas pesetas. Tenía apenas 22 años y ya era un ídolo en River, además de ser hombre clave en el seleccionado que ganó la plata en Atlanta 96, casualmente en la que Bebeto también destacó como máximo goleador, junto a Hernán Crespo. El arraigo olimpista y la atención que puso en esos Juegos el director deportivo Menéndez fue clave para la testarudez de ir a por todas en este fichaje, gastándose el doble de lo recaudado por Suker. Sobran más calificativos de la capacidad negociadora de la clase dirigente sevillista de aquellos tiempos.


BEBETO» Llegó como un salvador y se fue con cero goles. 

El caso es que Almeyda no rindió, aun siendo titular indiscutible en este equipo a la deriva. Apenas se le recuerdan actuaciones destacadas, más allá de una prometedora jugada en su debut en Nervión frente al Zaragoza, con un caño excelso y un pase de la muerte para el gol -con la pantorrilla, haciendo gala de su descoordinación natural- del croata del bigote en la frente, Mornar, que acabó el año con la friolera de dos goles con la camiseta sevillista. Almeyda hizo carrera en el fútbol con todas las de la ley: el Sevilla lo vendió a la Lazio, recuperando parte de la inversión, aunque no toda. En Italia ganó títulos, especialmente el Scudetto, siendo considerado de los mejores jugadores de la Serie A, donde también pasó por Parma e Inter, sumando traspasos millonarios y jugando dos mundiales. Puede decirse que, como Camacho, su paso por el Sevilla fue como estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Años después reconoció que teniendo sobre la mesa las ofertas de Sevilla y Real Madrid mantuvo su palabra y se decantó por los sevillanos, que acabaron en Segunda mientras en Concha Espina celebraron otra Liga: “Fui un visionario bárbaro”, dijo.

Para hablar de Robert Prosinecki, el simpar mediapunta croata, necesitaríamos un monográfico. El Sevilla se abrazó a él en el mercado de invierno como una de las dos soluciones de urgencia para evitar el inevitable averno del descenso. La otra fue aún más extraña, un Bebeto fuera de forma del que ahora hablaremos. El rubio Robert llegó al Sánchez-Pizjuán después de no haber conseguido nunca triunfar en los dos grandes del fútbol español: Real Madrid y Barcelona, en los que apenas pudo dar muestra de la calidad que atesoraba en sus botas y de la que sí hizo gala en sus orígenes en los Balcanes, en aquel Estrella Roja que asombró al viejo continente ganando la Copa de Europa; en el Oviedo y en la selección croata. En el Camp Nou, ni Johan Cruyff ni sir Bobby Robson contaron con él y después de temporada y media con lesiones y bajo rendimiento tomó el camino de la capital andaluza. En el Sevilla jugó toda la segunda vuelta completa, siendo, a duras penas, un pequeño halo de luz de un equipo apagado. Marcó cuatro goles, dos de ellos en la jornada 19 frente a su ex equipo Oviedo, en su segundo partido con la camiseta sevillista. Se marchó tras el descenso a Croacia, para revivir buenos tiempos en el Croatia Zagreb, actual Dinamo, el principal equipo del país.

PROSINECKI» Robert vivió atónito la dimisión de Bilardo.

De modo anecdótico, compartió otros dos equipos con el otro croata que tanto sale en estas líneas, ya saben, el señor del bigote en la frente: Standard de Lieja y Portsmouth, aunque en este último en épocas distintas.

De José Roberto Gama de Oliveira, aka Bebeto, no hay mucho más que decir, y aquí vuelve el dantesco paralelismo, de que costó lo mismo por lo que se fue Suker: 600 millones de pesetas. Jugó cinco partidos, prácticamente arrastrándose por el campo y sin lograr gol -dicen los más viejos del lugar que ni siquiera chutó a puerta-. Llegó en noviembre tras destacar también en el torneo olímpico, siendo uno de los tres mayores de 23 años de la potente selección brasileña. Un fichaje con tintes desesperados, desde el Flamengo, equipo al que llegó unos meses antes desde el Superdépor con el que había convertido más de 100 goles en cuatro temporadas, siendo pichichi en el 93, con el hito de que perforó a todos los equipos de la competición. En Sevilla, el buen hombre no dio pie con bola y a los dos meses le dieron boleto: fue vendido al Vitoria brasileño perdiéndole un millón de dólares en otra operación nefasta.

Más allá de esta analogía de fichajes fallidos, hubo un rayo de luz en una serie de jugadores que por poco libran al club de descenso: los veteranos y una buena hornada de canteranos. Por una parte, los históricos como Rafa Paz, Jiménez -ambos habían jugado en Mundial de Italia 90 con España-, Martagón, Marcos Martín o José Miguel Prieto, amén de los porteros Monchi y Unzué. Con vergüenza torera, dieron el do de pecho, pero no fue suficiente.

UNZUÉ» Junto con Monchi, de las pocas buenas noticias.

El caso de Monchi, cuya carrera en los despachos ha sido tan fantástica como discreta lo fuera en el terreno de juego, hablamos de que esta fue la única temporada en Primera en la que se hizo con un puesto de titular, desbancando al navarro Unzué, que fue el clásico portero sevillista en la primera mitad de los 90. Posteriormente, el año del ascenso en Segunda, la 97-98, Monchi fue clave para devolver al Sevilla de sus amores a la máxima categoría, momento en el que decidió colgar los guantes y lanzar la que ha sido una meteórica carrera en la dirección deportiva, aún vigente y que prevé más éxitos en el horizonte. Qué distinto ficha y gestiona el Sevilla del siglo XXI en comparación con el de los 90.
Los canteranos fueron la buena noticia del año. Dieron la cara y mantuvieron viva la llama hasta las últimas jornadas.

Hablamos de Salva y José Mari, principalmente. Tras el descalabro de los fichajes para la punta del ataque, los dos asumieron el protagonismo, destacando como jugadores más que válidos para Primera División. Salva acabó el año con 13 goles y a la temporada siguiente se ganó la categoría de jugador clave para devolver al Sevilla a Primera. No hizo buen año en Segunda y lo vendieron al Rácing, donde sería pichichi de la máxima categoría con 27 goles, entre ellos un magnífico doblete en el Bernabéu donde los santaderinos arrollaron con un incontestable 2-4 en un partidazo del ariete junto a Manjarín, Vivar Dorado o el mítico Munitis. Luego ficharía por el Atlético de Madrid en Segunda y repetiría pichichi, antes de seguir goleando por Valencia o Málaga, con una incursión en la Premier. José Mari fue la gran revelación del año, a pesar de que entró en el equipo en la segunda vuelta, jugándola entera y siendo muy destacado. Metió 7 goles en 21 partidos y, de nuevo, siendo fieles a la desorganización directiva del club, se erró estrepitosamente en su renovación, marchándose gratis al Atlético de Madrid el que era, con total seguridad, mayor activo de la entidad. Años después lo fichó el gran AC Milan por una auténtica morterada. Tanto Salva como José Mari fueron internacionales, igual que Juan Velasco, otro canterano que emergió ese triste año y que luego tuvo una dilatada trayectoria en Primera en Celta, Atlético de Madrid y Espanyol. Carlitos, Tevenet, Luque, Loren… fueron muchos los jóvenes de la cantera que dieron un paso al frente ese año y se curtieron como futbolistas profesionales.

Salva acabó el año con 13 goles y a la temporada siguiente se ganó la categoría de jugador clave para devolver al Sevilla a Primera. No hizo buen año en Segunda y lo vendieron al Rácing, donde sería pichichi de la máxima categoría con 27 goles, entre ellos un magnífico doblete en el Bernabéu

A decir verdad, el elemento que más influyó para que un equipo histórico bajara al pozo fue la crisis institucional galopante, con un presidente, José María González de Caldas, en la picota pública: era absolutamente odiado por la afición. Este arquitecto y promotor taurino sevillano fue la cabeza visible y centro de las críticas por la nefasta gestión del club, llegando a desatar las iras de media ciudad hispalense cuando se corrió la voz de que usó más de seis millones de pesetas de las ya maltrechas arcas sevillistas para comprar un Mercedes a su entonces pareja, la televisiva Sofía Mazagatos, aquella modelo que pasó a la historia por confundir candelabro con candelero. Pocas luces, nunca mejor dicho. Posteriormente, De Caldas fue imputado por esa operación que acabó siendo archivada, y por otras peores, llegando a ser vinculado a la trama Malaya de corrupción urbanística.


CALDAS» Carrión, Escobar y De Caldas, en la directiva de entonces. 

Con este caldo de cultivo, en una situación convulsa, un club desorientado y una directiva ominosa, era prácticamente imposible que el barco del Sevilla -o la piragua, por aquello de estar por medio Menéndez- llegara a buen puerto. Pero es cierto que la plantilla tenía ciertos mimbres, jugadores con muchas posibilidades. Como Tsartas, el que acabó siendo el mejor fichaje del año. Un griego desconocido con guante de seda en su zurda, que tiraba las faltas como los ángeles y no necesitaba correr para ser el mejor sobre el verde. Se convirtió en ídolo en sus cuatro años sevillistas, con un ascenso incluido del que fue gran inductor, antes de ganar la Euro del 2004 en aquella sorpresiva Grecia de Otto Rehhagel. También estaba Luis Miguel Ramis, un central espigado y con buen toque que venía de destacar en el Tenerife, después de formarse en la cantera del Real Madrid. Fue el jugador con más minutos esa temporada, absolutamente indiscutible. Tras el descenso, se fue al Deportivo de la Coruña, donde ganó la Liga siendo suplente. También estaba un portero reconocido como Juan Carlos Unzué -que siguió defendiendo porterías en Primera en Tenerife, Oviedo u Osasuna-, el bosnio Mirsad Hibic, que apenas jugó por lesión y luego destacó en el Atlético de Madrid o Marcos Martín, que acabó ganando la Copa del Rey como titular años después en el mismo Real Mallorca en el que se formó.

Aun así, llegó lo inevitable. Tras una temporada de altibajos, y a pesar de mejorar los resultados y acercarse a la salvación con Julián Rubio en el banquillo, el domingo 1 de junio de 1997 el Sevilla Fútbol Club se presentaba en el viejo Carlos Tartiere de Oviedo para disputar el partido más importante del último cuarto de siglo. Se lo jugaba todo frente a los locales, rival directo por la salvación. La tarde anterior, otro rival directo, el Sporting de Gijón había ganado -nada sorpresivamente- a domicilio al Betis: la rivalidad sevillana hizo de las suyas y el equipo verdiblanco, en un estado de forma brutal y que peleaba por quedar tercero, apenas puso empeño en complicar las cosas a los gijonenses, que con un solitario gol de Cheryshev cantado por la grada de Heliópolis obligaba al Sevilla a ganar en el coso carbayón. Curiosamente, el delantero ruso del Sporting sería años después miembro del staff técnico sevillista, coincidiendo con la presencia de su hijo, el extremo zurdo Denis, en la primera plantilla. Y curiosamente también, la venganza hispalense se sirvió en un plato frío cuando tres años después fue el Sevilla el que apenas puso problemas al Oviedo en el Sánchez-Pizjuán para favorecer el descenso bético.

Regresando al partido, la verdad es que el Sevilla fue mejor que el Oviedo, pero como venía siendo habitual en toda la temporada, falló goles de todos los colores. Corría el minuto 89 cuando el delantero local Maqueda ajustició a Unzué y todo se fue al carajo de la Segunda División. Jugadores destrozados sobre el césped, especialmente Monchi, del que se recuerda su desconsolado llanto, y una masiva afluencia de sevillistas en las gradas de ese maldito Tartiere entonando el grito que recorrió la España futbolera: “¡Sevilla hasta la muerte!”. Nunca mejor dicho, porque ese descenso pintaba tan negro como una bandada de cuervos al acecho. Fueron mil los factores y solo uno el destino. El Sevilla en Segunda, casi arruinado, con la clase directiva dándose de hostias y una afición apesadumbrada. Como si estuviera escrito, este era el hundimiento de un club histórico que había hecho muy mal las cosas, pero que, aunque entonces era inimaginable, empezaba a poner los cimientos de un Sevilla ultracompetitivo, profesionalizado y triunfador, adjetivos absolutamente ajenos en aquella triste época. Son muchos los sevillistas que hoy día hablan de que lo acontecido y aquí narrado. Fue una auténtica catarsis necesaria para construir el gran Sevilla del siglo XXI. Dos años en segunda, un ascenso y otro descenso siguieron a ese paupérrimo 1997, del que no transcurrió ni una década para ver a este mismo Sevilla alzar al cielo la preciosa Copa de la UEFA en Eindhoven 2006. Tanta plata y el trono de gran campeón de la segunda competición continental han compensado, con creces, la ignominiosa tragedia noventera. •