*Texto Daniel Verdú | Fotografía Jordi Bellver | Roser Villalonga | La Vanguardia.- Aunque había llegado 9 minutos después que el primero, la maglia rosa fue para el Chapi. El lateral derecho, el carrilero del Dream Team más vanguardista de la era Cruyff, tenía el fondo necesario para recorrer los 60 kilómetros que separaban el Miniestadi de la Basílica de Montserrat pedaleando y dejar atrás al resto del equipo. Debió extrañarle ver a Pep Guardiola, un tirillas con más cerebro que piernas, relajado desde hacía rato en la meta. Más tarde descubrió que el de Santpedor había remontado parte del recorrido recostado en el hombro de Joan Gaspart, que condujo hasta la basílica su Honda Scoopy rodeado de un pelotón de 1.500 ciclistas espontáneos, algunos profesionales como Perico Delgado o Melcior Mauri y medio millón de aficionados en las cunetas. Guardiola fue descalificado y el honor del carrilero, restablecido. Fue la última vez que el Barça hizo algo parecido.
remolca a Pep Guardiola.
Así se celebraba en 1992 un doblete continental cuando no se ganaban sextetes, cinco Champions ni se había dado con la fórmula del estilo Barça que cambiaría para siempre el fútbol. Subir en bici a Monsterrat era la espontánea promesa de un equipo mucho tiempo acostumbrado a las temporadas en blanco. Un órdago comparable a cómo el Atlhetic saca a la ría su gabarra o el fichaje de turno amenaza con raparse la cabeza. El Barça tenía también una treintenta de títulos menos que hoy, no existían las dichosas rúas y los jugadores todavía vivían fuera de la burbuja mediática -incluso protagonizaban shows de televisión en TV3-. Hoy podría parecernos que aquella fue la última vez que el club celebró sus logros como lo hacían los equipos pequeños. Visto lo que vino después, también pudo haberlo sido como las instituciones que pertenecían únicamente a su gente. Pero eso ya no tiene que ver con Cruyff.
El Barça tenía también una treintenta de títulos menos que hoy, no existían las dichosas rúas y los jugadores todavía vivían fuera de la burbuja mediática
El holandés culminó aquel año su obra cumbre en el Fútbol Club Barcelona y se cargó al primer toque los históricos complejos de una institución que vivió amargada durante décadas por los éxitos en blanco y negro de su rival. Esa es la parte buena de la historia. Como explica el periodista Ramón Besa, el Barça tenía el relato, pero echaba en falta la marca, la inteligencia comercial para vender una historia que podía hablar incluso de política. El holandés terminó de golpe con todo aquello y puso al Barça en las portadas internacionales. Supo descifrar como nadie la melancólica personalidad de un equipo tan propenso al mal fario después de desastres como el de Sevilla o Berna y transformó la ansiedad en alegría con aquello del “salid ahí y disfrutad” de la final de Wembley.
Cruyff encajó perfectamente en la idiosincrasia de Cataluña, como jugador y luego como entrenador. Era moderno, innovador, profundamente europeo, contestatario, político en su rebeldía, y un tanto tacaño… Por encima de todo, fue el psiquiatra que terminó con las manías de una institución que, hasta entonces, fue también más que un club por ser carne inagotable de diván. El origen de aquel ascenso a pedales, un poco anterior al Dream Team, retrata el estado del equipo antes de las ocho temporadas como entrenador del holandés. La celebración de Montserrat había sido idea de Migueli en 1984, cuando Terry Venables se sentaba en el banquillo de una formación que llevaba sin ganar la Liga, precisamente, desde la temporada de Cruyff como jugador en 1974. Llevaban diez años en blanco. Pero estaba Maradona. Aún así, nadie debió creerle, pero Tarzán prometió entonces que si volvían a conquistar el título subiría la simbólica montaña en bicicleta para celebrarlo. Le acompañaron Schuster, Julio Alberto, Carrasco, Clos y Tente Sánchez. Ganó el alemán, que luego admitió que llevaba tres meses entrenando porque sabía que ganarían la Liga.
Aún así, nadie debió creerle, pero Tarzán prometió entonces que si volvían a conquistar el título subiría la simbólica montaña en bicicleta para celebrarlo
Cruyff fija un ecuador en la historia del Barça compensado a un lado y otro en títulos, pero tremendamente desequilibrado en el tiempo invertido para conseguirlos. Hasta su llegada al banquillo el FC el Barcelona había ganado 42 grandes trofeos en 71 años y ninguna Copa de Europa. Desde que él comenzó a entrenar al equipo hasta hoy, el Barça ha conquistado 44 títulos, dos más, y en solo 27 años. Entre ellos, la primera de las cinco Champions’ así como una Supercopa de Europa y una Recopa de Europa. Un total de 11 títulos que dieron paso a 31 más. Hoy la distancia en ligas con el Real Madrid se ha reducido a 9 copas. El equipo pasó de temer la derrota en el Bernabéu, a jugarle al rival con una defensa de tres adelantada. No hay duda de que la promiscuidad con el abismo y la facilidad con la que el culé construye todavía pronósticos sobre el mal tiempo jamás desaparecerán. Pero la descomunal trascendencia del legado de Cruyff es hoy indiscutible. También lo es que el equipo creció desde entonces y la celebración de la plaza de Sant Jaume, por cuestiones de seguridad -el único capítulo reseñable lo contó Ramallets cuando le robaron la cartera cruzando del Ayuntamiento a la Generalitat-, se sustituyó por un autobús descapotable como el de los turistas que cada día inundan Barcelona. Laporta se cargó la visita a la basílica de la Mercè, donde Nicolau Casaus solía hacer su discurso, para liberar a un club fundado por un protestante de la patina católica impuesta en el franquismo.
*artículo publicado en nuestro número 17.