Cuatro años de la tragedia del Chapecoense: Duelo y dignidad

De la tristeza a la esperanza. El carácter excesivo de Brasil vivió días de sobresalto con el drama del Chapecoense. Una tragedia nacional en un país salpicado por multitud de problemas políticos y sociales pero con una materia prima humana inigualable. Vivimos la semana posterior al siniestro que se llevó a los héroes de Chapecó.

Luismi Hinojal.- Apenas habían pasado 24 horas tras el accidente del vuelo 2933 de la compañía LaMia en el que 71 personas perdieron la vida en el valle del Cerro Gordo, junto a Medellín. Todo Brasil estaba conmocionado por la mayor tragedia colectiva en la historia de su deporte. Los medios de comunicación actualizaban las noticias sobre el drama del Chapecoense, el equipo que viajaba a Colombia para disputar la final de la Copa Sudamericana ante el Atlético Nacional. Durante esa tristísima y larga madrugada, en Brasilia, la Cámara de Diputados aprobaba una ley que representa de facto el fin del proceso que investigaba la abyecta corrupción en el seno de Petrobras. Una auténtica auto amnistía para un centenar de legisladores involucrados en el pago de sobornos con fondos de la petrolera estatal. Como Brasil es tierra de contrastes, mientras los congresistas prevaricaban con alevosía y nocturnidad, la ciudadanía guardaba luto para devolver a todo un país un pedazo de su naturaleza más digna. La noche siguiente, la del 30 de noviembre, a la hora fijada para que comenzara el partido entre el Atlético Nacional y el Chapecoense, 25.000 personas ataviadas con sus camisetas verdes empapadas en lágrimas llenaban el estadio Arena de Condá, la casa del “Chape”, para rendir tributo a sus héroes desaparecidos.

En ese mismo instante más de 40.000 colombianos, con camiseta blanca y velas en las manos se solidarizaban con la tragedia de sus rivales en el estadio Atanasio Girardot de Medellín. La directiva del Atlético Nacional pidió oficialmente a la CONMEBOL que se le otorgara el título de campeón de la Copa Sudamericana al Chapecoense. Así comenzaba una ola de respaldo sin fronteras que tenía su epicentro en Chapecó, una ciudad del sureño estado de Santa Catarina con 200.000 habitantes cuyo orgullo, mucho más que su próspera industria agropecuaria, es un equipo de fútbol que rozó la gloria antes de alcanzar la eternidad.

El primer sábado de diciembre se celebró un multitudinario funeral de estado en el campo de la Asociaçao Chapecoense de Futebol. Autoridades locales y del mundo del fútbol asistieron bajo un diluvio de proporciones bíblicas a una emotiva ceremonia para recibir sobre el césped a 50 féretros. Alojaban los cadáveres de los jugadores, técnicos, directivos y empleados del club, así como el grupo de periodistas locales fallecidos en la catástrofe aérea. Durante más de cuatro horas hubo himnos y oraciones. Discursos religiosos y laicos. Honores militares, y cánticos futboleros de la torcida verde.

El primer sábado de diciembre se celebró un multitudinario funeral de estado en el campo de la Asociaçao Chapecoense de Futebol. Autoridades locales y del mundo del fútbol asistieron bajo un diluvio de proporciones bíblicas a una emotiva ceremonia para recibir sobre el césped a 50 féretros

Una catarsis colectiva y un dolor que mojaba más que la tremenda lluvia, simbolizado en el rostro de los familiares de los difuntos. Habló Marco Polo Del Nero, el presidente de la CBF. Un dirigente que no puede salir del país porque en caso de hacerlo correría riesgo de ser detenido por el FBI al pesar sobre él graves acusaciones de corrupción en el seno de los escándalos de la FIFA que llevaron a prisión a su antecesor en el cargo Jose María Marín. La afición respetó su discurso. El que no se atrevió a hablar fue Michel Temer, por aquel entonces presidente de Brasil, cuya presencia en el estadio fue premeditadamente ocultada hasta última hora, tras acudir al aeropuerto de Chapecó a recibir los féretros repatriados desde Colombia por aviones de la Fuerza Aérea Brasileña. Un presidente que no se dirigió a los 20.000 asistentes por su pánico a ser abucheado. Un presidente que no ha pasado por las urnas. Una figura insignificante para una afición y una ciudad que estaban allí para llorar a sus muertos.

El que no se atrevió a hablar fue Michel Temer, por aquel entonces presidente de Brasil, cuya presencia en el estadio fue premeditadamente ocultada hasta última hora, tras acudir al aeropuerto de Chapecó a recibir los féretros repatriados desde Colombia por aviones de la Fuerza Aérea Brasileña

Un personaje que habita en las antípodas de una mujer de gigantesca humanidad como Doña Ilaídes Padilha. Es la madre de Danilo, el guardameta titular del Chape. El héroe de la excepcional campaña del equipo en la Copa Sudamericana y que falleció en un hospital pocas horas después de ser rescatado de los restos del avión siniestrado. Al término del funeral fue entrevistada en directo por un reportero de la cadena de TV Globo. Un medio que también perdió en el accidente a destacadísimos miembros de su equipo. Doña Ilaídes, extremadamente sensibilizada por las muestras de cariño que estaba recibiendo desde los graderíos, acabó la entrevista preguntando al reportero cómo se sentía la prensa al haber perdido también a tantos compañeros.

El entrevistador, entre sollozos, no pudo ni contestar, mientras se fundía con la mujer en un abrazo, en un espontáneo gesto de consuelo que vale por mil discursos. “He perdido un hijo, pero he ganado miles”, dijo Doña Ilaídes después agradeciendo el apoyo de todo el estadio cuando recorrió el anegado césped portando una foto de su hijo. En Europa poco se sabe de los jugadores del Chapecoense, autores de carreras en general poco notorias que estaban haciendo historia en un club de gestión modélica que no pagaba salarios astronómicos pero presumía de tener sus cuentas al día y de haber creado una estructura de trabajo que le había llevado a la élite del fútbol brasileño desde la cuarta división nacional en pocos años y que ya le había llevado a una final continental. Y poco se conoce en el viejo continente a algunos miembros de los medios de comunicación fallecidos. Como Ari Junior, un extraordinario cámara de Globo TV capaz de sacar poesía de las imágenes. O el afilado comentarista de Fox Sports Mario Sergio, que en los años 70 y 80 jugó ocho veces con la selección brasileña. Prototipo de centrocampista singular y creativo, brilló en muchos clubes brasileños. Su cabeza siempre erguida maquinaba las diabluras que luego ejecutaba su fabulosa pierna izquierda, una fábrica de pases venenosos mirando hacia la grada que inspirarían a gente como Ronaldinho Gaucho.

En Europa poco se sabe de los jugadores del Chapecoense, autores de carreras en general poco notorias que estaban haciendo historia en un club de gestión modélica que no pagaba salarios astronómicos pero presumía de tener sus cuentas al día y de haber creado una estructura de trabajo que le había llevado a la élite del fútbol brasileño 

La prensa de Chapecó, la que convive cada día con el equipo, también está de luto, como la de todo el país. La inmensa mayoría de los mil periodistas de 14 países acreditados para el funeral se marchó de Chapecó al día siguiente. No presenciaron escenas que explican el fútbol como la pasión transversal de una ciudad tan orgullosa como emocionalmente devastada. Como la oleada de aficionados que invadían la sede del club cada día para sacar su carnet de socio del club o agotar las camisetas que quedaban en la tienda oficial.

A la mañana siguiente del funeral un paseo temprano por la Avenida Getulio Vargas, la principal arteria de Chapecó, presentaba el aspecto silencioso de una ciudad fantasma. Poca gente en las calles y un silencio casi sepulcral, con los comercios cerrados y engalanados con emotivos recuerdos a su equipo. Pero no hay pueblo más vitalista que el brasileño. Y quizás sea por eso que en los momentos más duros sabe también levantarse y celebrar la vida, que es quizás la mejor manera de honrar la memoria de los ausentes. A la hora del almuerzo una marea de gente salía puntualmente a las ya soleadas calles tiñendo la ciudad de camisetas verdes. Gente que los días posteriores volverá a pelear con el denso tráfico y con su trabajo en los comercios, en la industria cárnica, en la hostelería, en los edificios públicos. Gente vestida de verde durante muchos días, porque su club de siempre ahora simboliza además la unión de una ciudad marcada ya eternamente por una tragedia y su enorme dignidad colectiva. Diez días después del accidente del vuelo 2933 de LaMia la sede del club es un hervidero.

Gente vestida de verde durante muchos días, porque su club de siempre ahora simboliza además la unión de una ciudad marcada ya eternamente por una tragedia y su enorme dignidad colectiva. Diez días después del accidente del vuelo 2933 de LaMia la sede del club es un hervidero.

Los directivos y empleados, ayudados en estos días horribles por muchísimos voluntarios, trabajan a destajo para reflotar el club, que ahora cuenta con el incomparable combustible anímico de intentar estar a la altura de algo tan intangible como una leyenda. La CONMEBOL acaba de hacer llegar al Chapecoense el trofeo que le acredita como campeón de la Copa Sudamericana 2016. Los responsables del club no lo destinan a la modestísima sala de trofeos. Lo colocan en el mismo mostrador donde las recepcionistas reciben con eficiencia a las docenas de visitantes que acuden al club para diferentes gestiones: unos llegan a pagar su cuota de socio. También acuden representantes de jugadores porque la plantilla del club ha quedado diezmada y urge recomponerla ya que la competición se reanuda en enero. Y a los despachos llegan figuras extenuadas con el dolor grabado en el rostro. Son familiares de los fallecidos, acogidos con extremo cariño por los empleados del club que tratan de ayudarles en los muchos trámites que necesitan resolver.

Una mujer con los ojos llorosos observa el nuevo trofeo. Lo palpa con la dulzura con que se acaricia a un ser querido. “Ahora tiene más brillo”, susurra. El Chapecoense ha rechazado cualquier tipo de privilegio, como quedar exento del descenso durante tres años. Se respira la necesidad de levantarse y de hacerlo ya. Y de aprovechar la empatía global que ha generado todo este drama para levantarse con más fuerza. A cien metros de la sede del club está el Arena de Condá. En el gimnasio ya se ejercitan los futbolistas que no tomaron aquel vuelo a Medellín que comenzó como un sueño y terminó en pesadilla. El vestuario está limpio. Estremece pensar en el eco de las celebraciones que hace pocas semanas se vivieron en ese espacio, cuando el equipo selló su pase a la gran final y los gritos de júbilo de la familia verde retumbaban entre las taquillas de los jugadores.

Un veterano utillero se baja de su ciclomotor con el casco en una mano y una jaula de madera en la otra, en la que brinca un pequeño pájaro. Ataviado con su camiseta del Chape, saluda a los jugadores y les pregunta si necesitan algo. “Tengo poco trabajo”, dice. Aún hay familiares de jugadores fallecidos que le preguntan cómo recoger sus enseres personales y esa es la parte más dura. Mira con cariño a su pájaro y explica su estado de ánimo. “El passarinho (pajarito) no canta desde el día del funeral. Está triste… como todos. Pero volverá a cantar. Eso es seguro”.

*fotografía: Getty