*Texto Diego Manuel Díaz Salado.- Curro es duende. Media verónica que se dibuja en trazos de pastel, a lo Renoir. Manos bajas y firmes, desplante, muñeca y silueta. Cadencia de clarín, cintura que hechiza a morlaco y respetable. Un capote de oro que marcó décadas, inimitable hasta para el desastre. Porque Curro, el Faraón, también es ese de las tardes aciagas, el de los cataclismos con la espada. Curro, sevillanísimo hipocorístico de Francisco Romero López, es igualmente vulgo de genio tauromáquico más amado que incomprendido, aunque de esto último también se leyeron glosas travestidas de necrológicas. Curro es el hombre que dejó de ser torero para evangelizarse en mito, no solo de los ruedos, la montera y el tentadero, sino de una pasión futbolera de la que parece siamés. Curro es el de las trece barras, las mismas que jalonan el escudo de su Betis, al que le falta su rostro.
Hasta hay quien dice que se lo acabarán poniendo. Porque Curro es del Betis. Y el Betis, es de Curro. Divisa de plenitud y petardazo, así cavile el psique del maestro. Tal sople, de cara o de nalga, el viento que acarrea las esencias. Porque ese es Curro. El todo o la nada. El cielo y el averno. Querubín y Mefistófeles, Jeckyl y señor Hyde o el mismísimo San Pedro. Donaire con lágrima en una faena de lustre o calamidad y berrinche cuando destapa unas posaderas respin gonas raudas al burladero. Quietud y escape. Certero y hueso. Miel y algarroba. Arte y pesadumbre. Un boleto enmarcado en marfil oro o destrozado por la ira en mil pedazos.
Si todo eso es Curro, ¿qué es el Betis? ¿El Betis? El Betis es como Curro, ¿no? Curro y el Betis. El Betis y Curro. Hablamos, no lo duden, de la misma muerte. La del gozo absoluto o a pellizco limpio
Si todo eso es Curro, ¿qué es el Betis? ¿El Betis? El Betis es como Curro, ¿no? Curro y el Betis. El Betis y Curro. Hablamos, no lo duden, de la misma muerte. La del gozo absoluto o a pellizco limpio. La que arrodilla al Milán en San Siro o la que aflige tras un empate postrero del Llagostera. Y su símil tauromáquico, el que viaja de la puerta grande al chaparrón de almohadillas. De los ramitos de romero y vuelta al ruedo al aviso y la jura en arameo. Al hilo de la relación anterior, sería, en cualquier caso, la mayor de las injusticias el elevar su arte a un cinco de nota media, penado por aquellas tardes de musas escondidas.
Ahí radica la magia, su esencia: la fantasía no se alumbra a jornada completa. No estar siempre tocado por la varita no lo puede condenar a la equidistancia entre cima y sima. Para el currista, Curro es tótem, sentimiento puro y duro, y aunque le joda en lo más hondo su mal día, como una derrota en casa contra el colista, que no se lo toquen. Como si fuera el árbitro, igual de negro zaino, la mayor de las culpas tenía cara de toro.
Tarde del 19 de abril del año 80. Primavera sevillana, bulle la Feria. En la mismísima Puerta del Príncipe de la Maestranza berrea una multitud enardecida. Alfombrado el suelo con ramas de romero, su aroma navega entre las olas del éxtasis desparramado. Flota la adoración al ídolo divino de carne y hueso, el que se aparece bajo en dintel a hombros de un siervo. Le faltan un par de potencias bañadas en oro. Brazos en alto, trofeos al aire y otro río, este de tinta, que nace mirando al Guadalquivir, versando la leyenda. Corretea el comentario, que regatea a la réplica disconforme: “El genio ha vuelto”. Como en sus mejores tardes, o quizás, quién sabe, mejor aún que en sus mejores tardes, Curro ha formado el lío en Sevilla. Bendito sábado abrileño…
“El genio ha vuelto”. Como en sus mejores tardes, o quizás, quién sabe, mejor aún que en sus mejores tardes, Curro ha formado el lío en Sevilla. Bendito sábado abrileño…
Domingo 20. No han pasado ni 24 horas cuando el delirio viaja del albero al césped. En el viejo Benito Villamarín, el Betis de Gordillo, Cardeñosa, Esnaola y Bizcocho, con Carriega en el banco, endosa la mayor de las goleadas al eterno rival, un Sevilla dirigido por Miguel Muñoz y que formó en el verde con Pablo Blanco, Montero, Scotta o Bertoni, entre otros. 4-0 incontestable, fabuloso o cruel según la acera desde la que se siente en una ciudad dual. Papelillos al aire, cánticos y júbilo desbordado.
Fue ahí donde dicen que nace el Currobetis, epíteto que fusiona, sin remisión ni enmienda, la leyenda de un torero bético con las epopeyas de un Betis llano, currista, “del pueblo”, como se jactaba la parroquia verde. La última tarde que el diestro salió por la Puerta del Príncipe de su templo maestrante y la gran goleada de un Betis que, como Curro, es sinónimo de regalar felicidad en domingos alternos, respingando en el del medio la más completa de las amarguras: así es, y que nadie lo cambie, el credo del manquepierda...
*leer entrevista completa en nuestro número 22
Fotografía: Antonio Delgado-Roig / Archivo Memoria del Betis