De sábado a domingo

Las sensaciones de un domingo por la tarde forman parte del psicoanálisis futbolístico que el periodista Enrique Ballester plantea en este artículo. Un 0-1 por la mañana es para él un resultado óptimo.

Enrique Ballester

Ilustración Roberta Vázquez

Lo mejor de escribir de fútbol es que nadie espera que seas especialmente listo. De nosotros los del fútbol se espera tan poco, en algunos círculos, que ya de entrada tienes mucho ganado. A menudo, y en función del prejuicio del que te examina, con no mearte encima y no pegarle al que tienes enfrente es más que suficiente para causar una buena impresión. Si añades alguna idea curiosa y alguna cita resultona y pseudocultural, te aproximas al jaque mate, y si no eres hincha o periodista sino futbolista, ni te cuento. Hay quien piensa que los futbolistas son incapaces de andar y masticar a la vez. Hay quien piensa que un futbolista que lee es como un unicornio que lee. Hay quien piensa. Debería ser una ofensa todo esto, pero en realidad es una oportunidad cualquiera de negocio.

Apunté a mi hijo a fútbol para que aprendiera lo más básico, pero a este paso no volverá el próximo curso. No le han enseñado a caminar con el neceser bajo el brazo ni a bajar del autobús escuchando música con los cascos, requisitos básicos para entrar en una convocatoria. Tampoco entrenan las declaraciones postpartido: aún no sabe que si empata un partido a domicilio ha de decir 'este punto lo tenemos que hacer bueno ganando en casa la próxima semana'. No ha habido una sola clase de besos al escudo. No ha habido nada de enviar privados por Instagram. Es todo psicomotricidad y espíritu de equipo. Afectividad, autoestima y hacer amigos. Un día la monitora le preguntó qué había desayunado y mi hijo gritó: 'Chucherías'. Se rieron pero era cierto. A este paso antes de que lo desapunte yo del fútbol me quitan a mi hijo. Estoy a favor de empezar los sábados así, junto a un campito, idealizando la alegría que siente mi hijo cuando juega a fútbol. Con la felicidad ajena pasa eso mucho. Con tu propia felicidad no tanto: sabes bien que casi nunca es completa. Estoy a favor también de que mi equipo juegue el domingo por la mañana. Luego me siento a esperar la depresión del domingo cuando anochece.

Estoy a favor de empezar los sábados así, junto a un campito, idealizando la alegría que siente mi hijo cuando juega a fútbol. Con la felicidad ajena pasa eso mucho. Con tu propia felicidad no tanto: sabes bien que casi nunca es completa.

Viendo más fútbol. Escribiendo. Tumbado en el suelo a ratos porque soy un viejito y me duele la espalda. Echando broncas a mi hijo. Bebiendo demasiado café. Sintiendo cómo se apaga muy lento el sol que entra por la ventana. Buscando alguna excusa para escribirte un mensaje. La felicidad propia es menos sábado que domingo. Estoy a favor de una victoria moderada y gris el domingo por la mañana. Te deja el ánimo templado para el resto de la jornada. Feliz pero no mucho, contento pero no demasiado. Un 0-1 a domicilio es el resultado perfecto. Mientras el partido se está jugando prefiero que mi equipo marque más goles, por supuesto, por lo del sufrimiento ahorrado, pero una vez acabado el suplicio el 0-1 es mi resultado predilecto. Es un resultado que te habla: lo estás haciendo bien, pero no te emociones más de la cuenta. De la misma manera que has ganado podrías haber empatado. Hacerlo bien no significa ganar siempre. Perder, en consecuencia, no significa haberlo hecho mal tampoco. El 0-1 es el resultado más sano. Es solo un día, pero cabe una vida en un domingo de jornada. Que tu equipo juegue pronto no significa que uno deje de jugar. Nunca he visto un partido y he pensado 'me da igual quien gane', porque en ese caso nunca estaría viendo ese partido.

Es solo un día, pero cabe una vida en un domingo de jornada. Que tu equipo juegue pronto no significa que uno deje de jugar. Nunca he visto un partido y he pensado 'me da igual quien gane', porque en ese caso nunca estaría viendo ese partido.

A menudo no es tanto que quieras que gane alguien sino desear con todas tus fuerzas que pierda ese otro. La vida del hincha es una acumulación de agravios y afrentas. Siempre hay algún motivo para querer que pierda alguien: te ganó una vez, te robó un jugador, no soportas al entrenador, odias cómo celebra los goles su delantero o ni siquiera eso. A veces es más simple: te cae mal ese equipo. A veces es un poco complejo: odias cómo canta el locutor de la tele los goles de ese equipo. Para llegar feliz al final del domingo, feliz por completo, se requiere un equilibrio imposible de resultados improbables. Son tantos los que han de ganar. Son tantos los que han de perder. El fútbol no hace milagros y al día siguiente es lunes. Es inevitable la depresión del domingo cuando anochece. Los sábados por la mañana quedan lejísimos. •