Ilustración Olalla Ruiz
Javier Aznar.- Mi vida va a estar siempre unida a la de Coentrao. Lo que no dice mucho de mí. Ni probablemente de él. Esta es mi historia. Nuestra historia. La noche del 22 de abril de 2015 se jugó en el Santiago Bernabéu el partido de vuelta de los cuartos de final entre Real Madrid y Atlético de Madrid. La eliminatoria se resolvió con un gol de Chicharito en el minuto 88, rompiendo el empate a cero de la ida. Fabio Coentrao, tras meses desaparecido de las alineaciones, tuvo que jugar aquel partido por sanción de Marcelo. Porque así era Fabio. Incomprendido e incomprensible. A partes iguales. Esa misma noche, nada más salir del Bernabéu, yo tenía que enviarle una crónica del partido al director de GQ, Alberto Moreno. En el autobús, extenuado por la tensión y la euforia, escribí un artículo que narraba en clave de humor las 72 horas previas al partido de Fabio Coentrao, tal y como yo me las imaginaba. No sé en qué momento se me ocurrió tal estupidez en lugar de una crónica al uso.
En el autobús, extenuado por la tensión y la euforia, escribí un artículo que narraba en clave de humor las 72 horas previas al partido de Fabio Coentrao, tal y como yo me las imaginaba. No sé en qué momento se me ocurrió tal estupidez en lugar de una crónica al uso.
Era un relato disparatado, rozando lo absurdo. Cuando se lo mandé al director, puse en el mail a modo de advertencia: “Si esto que te mando te parece una locura, no lo publiquemos”. Siempre ahí, apostando fuerte por mí y creyendo en mis posibilidades. Me fui a la cama pensando que a lo mejor me echaban. Al día siguiente me desperté algo más tarde de lo habitual. El móvil vibraba sin parar. El artículo estaba siendo un éxito. Y no, no estaba despedido. Cuanto más crees entender de esto, menos lo entiendes. Desde aquel día, no hay semana en la que alguien no me diga: “Te leí lo de Coentrao”. Solo eso. Me lo dicen con un susurro de complicidad, como si me hablaran del Club de la Lucha. Es un código. Un guiño. Una manera de decirme: “Soy esa clase de persona que disfruta con esa clase de artículos sobre esa clase de fútbol”. Porque Coentrao para muchos es un futbolista de culto. Un placer adquirido. Un jugador de profesionalidad relajada y talento disipado. Un misterio envuelto dentro de un acertijo. Porque nadie sabía nunca qué pasaba por la cabeza de Coentrao. A veces diría que ni el propio Coentrao.
Cuanto más crees entender de esto, menos lo entiendes. Desde aquel día, no hay semana en la que alguien no me diga: “Te leí lo de Coentrao”. Solo eso. Me lo dicen con un susurro de complicidad, como si me hablaran del Club de la Lucha. Es un código. Un guiño. Una manera de decirme: “Soy esa clase de persona que disfruta con esa clase de artículos sobre esa clase de fútbol”
Pero Coentrao es como el jazz: no lo quieras entender; es un sentimiento. Defendí a Coentrao hasta en su segunda etapa en el Madrid, tras su vuelta cedido en el Mónaco, cuando parecía una estrella de rock ya retirada, gordo y fuera de todas las convocatorias. Le quise hasta cuando salió a celebrar el título de Liga con la etiqueta de la camiseta puesta. Porque el amor puro no entiende de momentos de forma ni de estados de ánimo. Querer a Coentrao dando un pase de gol en unas semis contra el Bayern en el Bernabéu es lo fácil. Quererle cuando parece que no hay nadie al volante en su vida, eso, eso es amor.
Querer a Coentrao dando un pase de gol en unas semis contra el Bayern en el Bernabéu es lo fácil. Quererle cuando parece que no hay nadie al volante en su vida, eso, eso es amor.
La figura de Coentrao me fascinó desde que llegó al Madrid. Esas mechas rubias desfasadas como de líder de una boy band noventera. Su cara de despiste permanente. Que le pillaran fumando. Los rumores que circulaban sobre quedarse dormido en varios entrenamientos. Que no tuviera carnet de conducir. Su pasotismo extremo. Su precaria condición física. Cuando se sentó en el banquillo sin enterarse de que no estaba convocado y sus compañeros se lo tuvieron que decir, entre risas de Mourinho
Las caritas a Neymar en la final de Copa en Mestalla, destruyéndolo psicológicamente. ¿Dónde estabas tú cuando Fabio inventó el doble saque de banda sincronizado?
Su lista de grandes éxitos es, en fin, interminable. Todo en él era fascinante, esperpéntico y absurdo. Pero que nadie se confunda: era un muy buen jugador de fútbol. Hagan una prueba: pidan a un amigo que les escriba el once titular de la Décima. Me apuesto lo que sea a que 9 de cada 10 veces colocarán a Marcelo en el lateral izquierdo. Solo los más auténticos recordarán que esa final la juega Don Fabio Coentrao de titular por méritos propios. Porque era el especialista. El de las grandes ocasiones. Siempre a caballo entre la enfermería y la puerta grande. Porque Coentrao era inesperado e insólito. Cuando se acordaba de que era futbolista, podía ser uno de los mejores laterales del mundo. Su Mundial de Sudáfrica fue deslumbrante, por ejemplo. O varias de sus eliminatorias en Europa. O su final de Copa en Mestalla. Y luego de repente no le volvíamos a ver, dejando tras de sí una estela de humo, misterio y cenizas. Coentrao aparecía y desaparecía.
Su Mundial de Sudáfrica fue deslumbrante, por ejemplo. O varias de sus eliminatorias en Europa. O su final de Copa en Mestalla. Y luego de repente no le volvíamos a ver, dejando tras de sí una estela de humo, misterio y cenizas. Coentrao aparecía y desaparecía.
Nadie sabía nada de él durante días, como un perro callejero. Sin dueño, sin collar. Se peleaba con todos los rivales. Saltaba por los aires. A veces protagonizaba espantadas. Le entraban jaquecas, agobios repentinos, y no quería jugar. “De vez en cuando le duele algo”, dijo de él Zidane, con una media sonrisa entre la resignación y la incredulidad. De vez en cuando y para siempre. Entre el olvido y la leyenda. Sin vulgaridades de términos medios. Nada de lo que yo escriba tendrá tanto éxito como lo de aquel día. Fue mi one hit wonder. El artículo que menos he pensado de mi vida, tecleado en el móvil mientras estaba apretujado en un autobús, con gente gritándome en la oreja. Pero funcionó.
Supongo que es verdad eso de que lo perfecto es enemigo de lo bueno. Me escribieron periodistas de todo el mundo. Me felicitaron futbolistas. Me ofrecieron una columna fija en un periódico de Portugal para que narrara las aventuras de Fabio Coentrao. Me llamaron de la radio de Argentina. Dije a todo que no. Porque había una cosa que mucha gente no había entendido: a mí me encantaba Coentrao. El legendario periodista Gay Talese escribió en 1966 para Esquire un artículo sobre Frank Sinatra que le hizo famoso: “Sinatra tiene un resfriado”. Trazaba un fascinante perfil de su persona sin haber cruzado nunca una palabra con él. Bien, Coentrao fue mi Sinatra. Cada vez que alguien me habla de Fabio, me entra una sonrisa. Me encanta que me reconozcan por un artículo sobre él. Hay antihéroes que también merecen que alguien escriba su canción. Por eso siempre mi vida va a estar unida a la suya. Porque me enseñó que a veces lo perfecto es enemigo de lo bueno. A su manera.