José David López.- ¿Qué tiene que pasar para que la mayor estrella del fútbol mundial juegue un partido en un pueblo pequeño, con una camiseta que no defiende a ningún club de los muchos que lo pretenden fichar, en un campito comarcal de tierra, con futbolistas absolutamente amateurs y únicamente por amor a la pelota? Hoy sería imposible incluso acumulando ceros en un cheque. Y hace más de medio siglo, también. Sucedió en 1953 en Palafrugell (Girona), el día que Alfredo Di Stéfano, una estrella mundial que esperaba su debut con el Barça, jugó con el 9 del Palafrugell. El dorsal se lo cedió Pere Savalls que recuerda cada detalle de aquella pachanga histórica.
Una amalgama de casualidades provocaron tal singularidad. Empecemos por el principio. Una huelga de futbolistas en 1948 cuando Di Stéfano jugaba en River Plate generó la fuga de las estrellas argentinas a Colombia. Alfredo brilló en Millonarios de Bogotá tanto en la liga colombiana como en las giras europeas hasta provocar la histórica pugna entre Barcelona y Real Madrid por su fichaje. El primero en convencerlo fue el club catalán. “He venido para jugar en el Barcelona”, dijo Di Stéfano al aterrizar en la primavera de 1953. Se afincó en un piso de la calle Balmes con su familia, pero nada iba a ser sencillo. El Real Madrid vio una posibilidad de arrebatarle el fichaje al Barça y complicó la situación. Resumiendo la conocida historia, el Barcelona pagó a River Plate y el Madrid a Millonarios. Con el lío montado, Di Stéfano se desesperaba sin oler un balón. Apenas una sesión de fotos vestido de culé y poco más.
Una de aquellas aburridas mañanas en las que perdía horas con José Samitier, artífice de su llegada como secretario técnico del Barça, Di Stéfano escucha a varios directivos del club azulgrana hablar sobre ciertos partidos de costellada que el club iba a disputar, como cada verano, en los pueblos cercanos. Recibían el apodo de costellada porque según las tradiciones catalanas, cuando amigos o familiares quedaban para jugar al fútbol, verdaderamente era una excusa para darse un festín de costillas a la barbacoa. Una manera popular de referirse a un partido amistoso para el disfrute general de jugadores y aficionados. Cuando Di Stéfano escuchó aquello, desesperado por sentirse futbolista y tocar a pelota, exigió volver a la acción. “Déjenme jugar porque llevo semanas parado y voy a perder mi forma física”, reiteró una vez tras otra el argentino que, tras varias amenazas en tono más agresivo (El Barça se la jugaba porque la FIFA no permitía debutar al argentino hasta que se resolviera el conflicto sobre su propiedad), se subió esa misma tarde al autobús azulgrana rumbo a Palafrugell.
«Ante los temores del Barça de dejar algún rastro que la FIFA o la Federación pudieran utilizar en su contra para el fichaje se decidió que la estrella tuviera esa tarde el gusto de jugar con la camiseta del Palafrugell»
La naturaleza modestísima de estos equipos catalanes les hacía pasar graves problemas económicos y para mantener su tesorería los presidentes y amiguetes de las directivas, llegaban a un acuerdo cada verano. Unos, aseguraban buena recaudación en las fiestas. Otros, tendrían vacaciones pagadas a final de temporada en sus costas catalanas. Apenas hay documentación que registre esos partidos pero en este caso, apareció una foto. Futbolistas vestidos de corto, rojiblanca camiseta, pantalón negro y varios nombres que ya habían fallecido. Todos, menos uno. Llamadas al ayuntamiento de la ciudad, llamadas a asociaciones catalanas y, tras varios días, apareció el delantero centro del equipo y único futbolista del Palafrugell que aún puede contar lo que ocurrió entonces: Pere Savalls.
“Aquí éramos unos 8.000 habitantes, como una familia. Pero había una afición por el fútbol, que era una locura. La gente, el domingo por la tarde, tenía que ir al fútbol nada más acabar de comer”, revisa en su memoria, que se mantiene firme pese a sus 85 años. “Desde los 18 años me quedé a jugar aquí, no se cobraba ni un céntimo pero yo estaba cortejando a la chica que me gustaba (hoy es su mujer). Y claro, eso tira mucho. Uno era albañil, otro era panadero… yo trabajaba en Correos. Para que te hagas una idea de cómo era aquello, en nuestro campo, en las duchas, no había ni jabón”, me dice sonriente, recordando que sólo empezó a haberlo a partir de aquél 19 de julio de 1953.
“Cada año, por la fiesta mayor, venía un equipo del amateur del Barcelona, que traía a los chicos de lo que ahora llamáis La Masía, de los que en unos años, juegan en el primer equipo. El año anterior, nos habían metido ocho. Yo no sabía ni donde meterme de la vergüenza que sentí. Quería dejar el fútbol. Pero ése año, nos reforzamos mejor pero claro… ¡Nos dijeron que venía Di Stéfano! Sí, el debut de Alfredo Di Stéfano en España fue en Palafrugell”, recalca orgulloso. “Teníamos mejor equipo que otros años, pero claro, pensamos rápidamente que si ese jugador del que todos hablaban en los medios, iba a jugar, estábamos perdidos desde el minuto cero. Nos iban a meter 40”, temía. En aquél improvisado acto de solidaridad con un pueblo plagado de hinchas del Barcelona y ante los temores del club azulgrana de dejar algún rastro que la FIFA o la Federación pudieran utilizar en su contra para el fichaje que estaba intentando cerrar, se decidió que la estrella que todo el mundo quería en su equipo, tuviera esa tarde el gusto de jugar con la camiseta del Palafrugell. “El campo estaba repleto, jamás se había visto algo igual, la gente estaba hasta subida en los árboles y muchos se quedaron fuera sin poder entrar. Cuando se supo que jugaba con nosotros, la gente le animaba aún más”, añora con el recuerdo vivo en su mente.
«Aquí todo el mundo es del Barcelona, pero a mí me quieren matar porque yo, desde ése partido, soy del Real Madrid. Y lo soy por Di Stefano», dice Savalls.
Sin embargo, había pequeños ajustes que aclarar dentro de aquella entrañable improvisación. Antes de empezar el partido, Di Stéfano se acercó al entrenador en el vestuario y le dijo: “Míster, ¿qué táctica vamos a utilizar?”, sonríe Pere. “En ese momento, el entrenador le dijo que hiciera lo que le diera la gana, pues… ¿qué se supone que le iba a decir a él”, apunta con ironía. Evidentemente, la estrella argentina tenía que aprovechar el partido para tomar contacto con la pelota, para volver a trotar y para recuperar sensaciones, aunque Pere tuvo que actuar de compañero: “Ya sabíamos que Di Stéfano era el 9, pero yo jugaba de delantero. Ese día, decidí dejarle a él jugar ahí, porque iba a meter más goles que yo, seguro. Ese día fui extremo. Te la pedía siempre diciéndote “pibe” y todo el tiempo quería tener la pelota. Teníamos hasta miedo de tocarle. Pero demostró tener mucha categoría cuando nos pitaron un penalti a favor. Nosotros miramos a otro lado porque tenía que tirarlo él, pero fue generoso y dijo que lo tirara un futbolista del equipo. No uno cualquiera, sino el más técnico que teníamos. Ya se había dado cuenta él de quien tenía más habilidad”, comenta con cariño.
“Demostró que quería verdaderamente estar allí y nos respetó mucho. La prueba es que en el descanso, aparecieron en nuestro vestuario varios directivos del Barcelona y le dijeron que dejara ya de jugar, que había estado bien y que no podían arriesgarse más. Pero el respondió con contundencia porque se negó y dijo que cuando él se vestía de corto, lo hacía hasta el final y que estaba disfrutando con nosotros. Encima, acabamos ganando 3-1. Y eso, claro, para mí fue… ¡uff!”, se enorgullece Pere emocionado. “En Palafrugell no se hablaba de otra cosa. De los goles, de cómo jugaba ese tío y de cómo habíamos disfrutado todos con él. Era un fenómeno”, rememora mientras ojea papeles de la época y explica que antes no había tanto “cacharro para fotos”.
La diferencia entre Pere y el resto de su pueblo, se apreció unas semanas después. Tras intensas negociaciones, amenazas directas y hasta cuestiones de estado de por medio, Di Stéfano nunca fichó por el Barcelona sino que acabaría recalando en el Real Madrid en una maniobra histórica. Un fichaje que supuso un inmediato giro a la dinámica futbolística de España, que pasó del dominio del Barça de las cinco Copas al nacimiento del Real Madrid de las cinco Copas de Europa. Di Stéfano fue multicampeón, genio, estrella, artista y primer revolucionario del fútbol mundial por su estilo.
«En la ducha notó que no había jabón para lavarse y lo pidió directamente a uno de los ‘millonarios’ de la directiva, que así los llamaba él. Desde ese día, nunca ha faltado jabón para los niños futbolistas de nuestro pueblo», aplaude mientras recuerda.
Y mientras el mundo intentaba entender lo ocurrido, Cataluña hablaba de injusticia estatal y Palafrugell defendía su evidente amor azulgrana multiplicando odios al que ahora era genio madridista. Sin embargo, Pere guardó fidelidad a su compañero por un día, aunque ello supusiera dejar de ser entendido por todo el pueblo: “Aquí todo el mundo es del Barcelona, pero a mí me quieren matar porque yo, desde ése partido, soy del Real Madrid. Y lo soy por Di Stefano. Siento vergüenza porque me lo hacen pasar mal. Lo siento, pero el corazón es así”, explica con su peculiar acento catalán y rodeado de toda su familia culé. “Además, todos deberían estar orgullosos de que aquí jugara Di Stéfano aquél día. ¿Sabes por qué?, porque cuando estábamos en la ducha al terminar el partido, notó que no había jabón para lavarse y lo pidió directamente a uno de los millonarios de la directiva, que así los llamaba él. Desde ese día, nunca ha faltado jabón ni agua caliente para los niños futbolistas de nuestro pueblo”, aplaude mientras lo cuenta.
“Fue el día más feliz de mi vida. Lo llevo muy adentro. ¿O es que alguien más de aquí ha jugado con Di Stéfano…?”.