Fuimos tan felices…
Por supuesto que lo seguimos siendo, pero cada día lo somos un poquito menos. Las rutinas, las cosas de todos los días, erosionan esa felicidad inmaculada y perfecta que nos regaló el Mundial de Qatar. Siempre tenemos a mano un vídeo que aún no habíamos visto. Siempre aparece en el ciberespacio un plano diferente, una toma distinta de un gol, de una jugada, de una atajada, y nos la compartimos y nos emocionamos y volvemos a sentirnos campeones del mundo.
El problema, por supuesto, es cuando asomamos la nariz a la calle. Porque ahí afuera el Mundial ha terminado y nuestros problemas nos aguardan, multiplicados por sí mismos hasta el infinito. Y no es porque sí que elijo esa imagen de la multiplicación. Los precios se multiplican. Las deudas se multiplican.
Ahí afuera el Mundial ha terminado y nuestros problemas nos aguardan, multiplicados por sí mismos hasta el infinito. Y no es porque sí que elijo esa imagen de la multiplicación. Los precios se multiplican. Las deudas se multiplican
Mientras la mayoría de los países se preocupan -y lo bien que hacen- por inflaciones anuales del 8%, o del 10%, en Argentina cosechamos índices de inflación similares... pero mensuales. En el supermercado hay productos que no tienen etiquetas con los precios. En su lugar tienen un letreto que dice “pregunte el precio en la caja”. Es más práctico, porque la respuesta cambia si preguntamos ayer o si preguntaremos mañana. El papel moneda se vuelve papel picado: nuestro billete de mayor denominación vale menos de dos euros. *
*Lee el resto del artículo de Eduardo Sacheri en la edición 45 de Líbero.