Diego Latorre: «Al fútbol lo mueve el sentimiento»

Protagonista en el oasis futbolístico diseñado por Jorge Valdano y Ángel Cappa en el Tenerife en la década de los noventa, compartió vestuario en la Bombonera con el último Diego Maradona. Diego Latorre (Buenos Aires, 1969) es hoy un comentarista audaz, el de mayor prestigio en la televisión latinoamericana.

Ignacio Fusco.- Diego Latorre tiene la infancia de miles de personas en su foto de WhatsApp: está con la camiseta del Tenerife, la de la publicidad de Número 1, inclinando el cuerpo mientras define con la derecha lo que –sospechamos– será gol. Por cómo quiebra la cintura tiene algo del Kun Agüero, obviamente sin las camisetas estilizadas ni los peinados macarras de hoy. En el mundo de Diego Latorre, el Tenerife goleaba 3-0 al Real Madrid en el Bernabéu, eliminaba a los blancos en cuartos de final de la Copa del Rey y en uno de los dos goles que aquella noche metió (el primero, un derechazo al ángulo mientras se caía) dejó clavado en un mano a mano a Paco Buyo, un trailer de lo que serían las definiciones del primer Ronaldo en Madrid. Hay equipos y ciudades que se detienen en un tiempo y algunos apellidos. En Tenerife hay aficionados que aún tienen la cara de cuando estaban Valdano, Redondo, Pizzi, Dertycia, él. Pero ubiquemos –ante todo– quién es él. Diego Fernando Latorre, el gambeteador de un Boca que fue campeón después de 11 años, en 1992, con el Maestro Tabárez de entrenador. El primer delantero que formó un apellido marital con Batistuta, campeones de la Copa América 1991 con su selección. Delantero suplente y delantero titular del Tenerife que le arruinó dos Ligas al Real Madrid, en el 92 y 93, y le ganó 2-1 en los cuartos de final de la Copa UEFA, un año después, a la Juventus de Baggio, pese a que ésta –irrespetuosa– los eliminó.

Diego Fernando Latorre, el falso 9 antes del falso 9, un pequeño encarador que tiene cosas de Agüero y Romario si se encuentra un buen video en YouTube. “Aquel Tenerife era un equipo orgulloso, que jugaba un fútbol muy atractivo, sin complejos encima”, cuenta el pibe que hace 46 años nació en Buenos Aires y hoy es un caso inédito en el país: el falso 9 que ha jugado con Maradona explica tan bien el juego que no hay partido luminoso –River vs. Boca, la final de la Champions entre el Barcelona y la
Juventus, el Mundial de Brasil– que no lo tenga al lado del narrador, tanto en la Televisión Pública argentina como en Fox Sports, el canal en el que –además– conducirá un programa de entrevistas este año. Columnista del diario Olé, lector de Gay Talese, Ramón Besa y Martí Perarnau, Diego Latorre es la renovación comunicativa del fútbol en Argentina. Eso es lo bueno, una de las tentaciones por las que estamos aquí. Lo malo: aquí es Starbucks, y el falso 9 acaba de pedir uno de esos cafés mutantes que ofrecen en este lugar.

En tus análisis siempre resaltas a los equipos sin complejos, como describiste al Tenerife de Valdano. Guardiola dijo alguna vez algo así: que los equipos no se dividen entre ofensivos y defensivos, sino entre los que son valientes y los que no.

En nuestra época no era común ser audaz. A nosotros nos valoraron porque, entre otras cosas, rompimos con la idiosincrasia de que no se podía ganar de visitante, por ejemplo. No hay como el respeto que te da haber jugado buen fútbol. Al hincha que sabe lo intimida un equipo que llega a imponer sus condiciones, y el Tenerife las imponía. “Viene el Tenerife, viene el buen fútbol”, se decía. Valdano y Cappa nos habían entusiasmado con lo más difícil y elemental: jugar el juego del fútbol.

¿Podrías describirme al equipo?
Éramos un equipo que defendía achicando, que lanzaba a los laterales al ataque, un equipo de elaboración. En la derecha y la izquierda estaban Chano y Felipe, que después de ese Tenerife se hicieron jugadores de selección. Redondo era el 5, Ezequiel
Castillo lo liberaba y lo cubría para que él pudiera soltarse, jugar. Y arriba estábamos yo, que me movía libre, y Dertycia, el goleador. Generalmente nos tapaban a Redondo y a mí, así que había que encontrar variantes para atacar. Éramos muy, muy obsesivos. Y entonces nos sucedió algo raro, porque mientras jugábamos ya sentíamos que eso no se iba a repetir nunca más. Como que abolimos la perspectiva, ¿no? Sin Valdano, la magia se desplomó.
Achique, elaboración, dos o tres creativos, las variantes, la obsesión:
contado así, Diego, jugaban en el futuro. Tenerife jugaba en el futuro.
Hubo un partido en el que sentí que lo que estábamos haciendo era importante en serio, y fue contra el Barça de Cruyff, en el 94, en el Camp Nou. Cruyff mandó a que nos hicieran
marca personal a Redondo y a mí; nunca me lo voy a olvidar. A Redondo le puso a Bakero, y a mí, a Guardiola. Me siguió por toda la cancha, Pep. Ahí entendí todo: que el Barça, justo el Barça, con lo ortodoxo que es, modificara su juego por nosotros,
me llenó de gratitud.

Sin spoilers: ¿cómo les fue?
Para empezar, yo jugué con una radio pegada a la nuca.

Pep.
Pep, que obviamente ya tenía en su cabeza al entrenador.

El entrenador y la radio.
Y la radio, sí. Me decía: “Chaval, no te muevas de acá, chaval”. Yo me le iba a las rayas, las bandas. No paró, un segundo no paró: “¡Coño, que no me saques a las bandas!”. Cappa y Valdano me gritaban que lo juntara con Koeman. Supongo que Pep se debe acordar, no lo deben haber mandado muchas veces a hacer una marca así. Para mí fue como recibirme de jugador. “Guau, soy alguien en el fútbol”, me dije.

¿Jugaste bien?
Sí, aunque tampoco hice un gran partido. Le di el pase de gol a Dertycia para el 1-1.

¿Empataron?
Estaba Romario. Y el fútbol es algo en lo que siempre decide Romario.

Perdieron 2-1.
Perdimos 2-1.

Hubo cuatro momentos en la carrera de Latorre en los que sintió –en ese mismo momento– que su memoria los guardaría para siempre. Como le había sucedido con el Tenerife, eternidad sin necesidad de distancia, perspectiva para qué. Su debut en Boca, alguno de los goles que le metió a River, el marcaje personal de Guardiola y la primera vez que jugó con Diego Armando Maradona: un 3-2 a Racing en la noche de una Bombonera que se sacaba selfies con los fuegos artificiales que celebraban el segundo retorno del Diez al club. Fue en 1997, y el partido arranco así: Arruabarrena, hoy técnico del Boca, sacó un lateral para Latorre. El que sería el analista más prestigioso del país tenía a un Pep sudamericano acoplado a la espalda, así que decidió hacer lo que hubiera hecho usted, lo que hubiera hecho yo: frenar la pelota con los tacos de la bota derecha y, medio segundo después, mientras amagaba que saldría para adentro, tocar la pelota con el revés del mismo pie y salir para afuera hecho un huracán. La Bombonera rugió hermosa mientras Latorre aceleraba hacia el área y se la daba a Rambert, ex Zaragoza, en el primer palo. El primer gol del Boca de los Diego lo metía, entonces, un tipo que se llamaba Pascual.

  • “Olé, olé, olé, olé… ¡Diegó, Diegó!”, veneró entonces la Bombonera,
  • haciendo imposible que esta charla se escuchara bien:
  • —Boludo, es para vos —dijo Diego.
  • —¿Qué? —contestó Diego.
  • —Que es para vos, boludo —insistió Diego—, no para mí.
  • —¿Eh?
  • —Te están cantando a vos. Levantá los brazos —remató Diego
    Armando Maradona y Diego Fernando Latorre los levantó,
    sacudiendo las manos, las mismas con las que ahora empuña el
    café nuclear de Starbucks.

En ese partido también asististe a Rambert para el segundo gol. Maradona te sirve una pared matando la velocidad de la pelota, te la deja en el pie, mano a mano con el arquero, mientras la defensa de Racing salía.
Maradona era desconcertante hasta para los compañeros. La impronta mental que tenía, por Dios. Porque mientras a la mayoría de los jugadores se le ocurren una o dos cosas, a él se le ocurrían mil, y vos tenías que descifrar cuál. No era fácil jugar con él: te obligaba a un nivel de concentración superlativo. Aquella fue la época en la que ya se estaba apagando, pero igual tenía los destellos del mejor jugador del mundo.

¿Pero qué, se la dabas y no sabías qué podía hacer?
Y, ponele que vos le tirabas una pared y él te la devolvía donde no la esperabas, entre dos tipos, por ejemplo, que era el mejor pase de todos, obvio, pero también el más difícil de hacer. Maradona te desarrollaba la imaginación. Quizá se la dabas y el tipo no tenía recorrido en la pierna para hacer nada, nada, y mientras vos te decías “bueno, listo, ya está”, él sacaba un pase perfecto, con ventaja, y te la dejaba para que te fueras solo. Ahí estaba la complejidad: que vos podías esperar todo de él. Diego no jugaba al ras: jugaba desde una platea, con visión periférica. Y tenía la mejor imaginación del mundo.

En tus análisis siempre resaltas eso: la imaginación. El poder de la imaginación.
Porque el fútbol es eso, imaginación. La creatividad es algo fascinante, a mí me vuelve loco: cómo encuentro un recurso para desactivar un planteo, cómo invento una solución para superar algo que parece inmóvil. Y acá es donde aparece Pep.

La radio.
El creador de la bomba nuclear.

¿El Barcelona?
(se sonríe) La bomba nuclear. Yo creo que todavía no entendemos la magnitud de lo que sucedió, no somos conscientes de lo que hizo y hace Pep. ¿Cuántas personas hay en la historia de una disciplina que te alteran cómo mirás las cosas, cómo las pensás?
Desde que apareció él miramos el fútbol de otra manera, y no sólo lo miramos sino que lo jugamos de otra manera, y no sólo nosotros, los espectadores, sino lo más importante: ellos, los técnicos, los que lo juegan, lo piensan distinto también. Muchos de los entrenadores y equipos que siguen la línea de Guardiola nos ayudan a ver mejor el juego, además.

Algo que haces en tus análisis. Nos pasamos más de 30 años de televisión escuchando comentaristas que sólo describían lo que estábamos viendo, la repetición, y en la última década apareciste, que no explicas el fútbol desde las jugadas sino como un todo, como lo que es. Cómo el movimiento de un jugador afecta al de otro, cómo un rendimiento se debe a infinidad de factores. Intentas explicar esa condición mutante que tienen los equipos.
Cualquier comentarista tiene dos tareas: detectar qué es lo que sucede, qué es lo que estamos viendo en ese momento es una, y la otra, explicar el porqué. Había una serie de frases instaladas que no eran ciertas, frases que le servían al sistema. “Al equipo se
lo ve mal físicamente”, escuchábamos sobre un equipo que perdía 2-0 a 15 minutos del final, una sentencia que individualizaba la culpa, porque se mataba al preparador físico y bueno, listo, no había más nada que pensar. Eso: reducíamos algo complejo al lugar común. No sé, yo jamás vi que se cansara un equipo que va ganando, al contrario, parece que corre más. Pero bueno, era parte de la subestimación: le decíamos al público que no tenía piernas el mismo tipo que la semana pasada había corrido hasta el final. Es algo muy peligroso la subestimación.

¿En qué cambió el fútbol después de Pep?
En que empezamos a buscar, y eso es intangible. Nunca hubo este grado de preguntas sobre el juego: cómo hacemos para tener la pelota en 40 metros cuando hay 20 jugadores ahí, cuál es el antídoto para desactivar la presión arriba sin alejarme de mis parámetros de juego, cómo hago para que la habilidad de tal jugador prevalezca, cómo lo hago formar parte de un engranaje sin que pierda su poder. Guardiola discutió los moldes del fútbol, los rompió. Había unas reglas bastante estrechas y de repente vino alguien y las rompió, ¿entendés?

¿Qué reglas?
Que el 10 gambeteaba, el 9 hacía goles, se jugaba en el medio con cuatro o con tres, y no mucho más. El fútbol era, no sé, más elemental. Aquello de que el fútbol es simple, que juegan los jugadores (aunque sean siempre los que mandan y deciden), yo no sé si ahora es tan así. Estamos profundizando en el juego, estamos innovando, hemos entendido algo vital: que el fútbol es un todo. Que la emoción y la táctica van juntas, que la emoción se conecta con lo físico, que todo está relacionado, sin olvidar, jamás, el impulso, el sentimiento. Porque al fútbol lo mueve el sentimiento. El fútbol es sentimiento.

Y creatividad.
Creatividad e imaginación. Ante todo, siempre, imaginación*

*entrevista publicada en nuestro número 16.