Eduardo Chillida, el gato que nunca volvió a pisar Atocha

En 1943 el escultor vasco fue la sensación de la Real Sociedad. Debutó con 19 años y el Madrid se volcó en su fichaje. Una lesión de rodilla le retiró, pero dejó la visión espacial en tres dimensiones de su portería al servicio del arte del siglo XX. Se perdió un portero ágil pero se ganó un escultor eterno. El museo Chillida-Leku reabrirá sus puertas en abril de este año tras permanecer cerrado al público desde enero de 2011.

Texto Diego Barcala | Fotografía Chillida Leku / Lino Escurís.- Elías Querejeta dejaba pasar el tranvía entre San Sebastián y Hernani si no vislumbraba el pelo alborotado de Eduardo Chillida en el vagón. El cineasta, 10 años más joven que el escultor, era por entonces jugador de la Real Sociedad y aquellas conversaciones ferroviarias le marcaron para siempre. “No quiero que te lesiones pero deja de dar patadas a un balón. Seguro que tienes cosas más importantes que hacer”, le dijo Eduardo una tarde antes de apearse. A Elías le quedaban tres paradas más de reflexión. “Siempre he pensado que las palabras de Eduardo influyeron mucho en mi decisión”, admitió Querejeta. Su amigo Eduardo, que también reconocía esperar al vagón para coincidir con él, sabía de lo que hablaba. Tras alcanzar la fama en 1943 con su irrupción triunfal en la portería de la Real con apenas 19 años, una lesión le apartó de su sueño de dedicarse a fútbol. La vida le reservó otro viaje hacia el éxito pero Eduardo Chillida nunca volvió a Atocha, no podía soportar el olor de la hierba y el deseo platónico de hacer una parada.

» LA SIRENA VARADA José María Méndez-Vigo, yerno de Chillida, junto a su hijo Alex en la escultura de Eduardo en el Paseo de la Castellana en Madrid.

Una entrada de Sañudo en un partido contra el Valladolid le destrozó la rodilla cuando estaba encaminado a fichar por el Real Madrid de los años 40. “Era absolutamente de la Real Sociedad y veía todos los partidos pero guardaba cierta simpatía por el Madrid porque se portó muy bien con él. Le quisieron pagar las operaciones e intentaron que volviera a jugar”, explica José María Méndez-Vigo, yerno del escultor y administrador del Museo Chillida Leku a su hijo Alex Méndez-Vigo Chillida. “Le preocupaba mucho el deporte, era el típico abuelo que te coge del brazo y te pide que le saques molla”, recuerda Alex, de 25 años, sobre las estancias con toda la familia en los veranos de San Sebastián, Menorca o Burgos. Reservado y abierto. Duro y tierno a la vez. El carácter y los gustos futbolísticos de Eduardo Chillida eran casi tan interpretables como sus esculturas. “Es curioso porque no era partidario de explicar el sentido de sus creaciones pero repetía sus teorías sobre la relación que había tenido su pasado como portero en su faceta de escultor”, recuerda José María. “Un periodista estaba escandalizado porque yo hubiera sido portero de fútbol y escultor. No veía relación entre una cosa y la otra y yo le convencí de que estaba en un error."

“Un periodista estaba escandalizado porque yo hubiera sido portero de fútbol y escultor. No veía relación entre una cosa y la otra y yo le convencí de que estaba en un error."

El campo de fútbol es una superficie bidimensional donde ocurren fenómenos a través de un balón que se mueve y que tiene que entrar en una portería y en la otra. Pero da la casualidad que la portería, entre el marco y el área es un espacio tridimensional, es un diedro, y ahí es donde está el portero y donde ocurren todos los fenómenos verdaderamente activos del fútbol. Por tanto, el portero tiene que desarrollar una serie de condiciones muy especiales de intuiciones espacio temporales muy rápidas y muy inmediatas relacionadas con estos dos misterios, el espacio y el tiempo, que me hacen pensar, le dije yo, que las condiciones que hacen falta para ser un buen portero y un buen escultor son prácticamente las mismas”, le explicó el propio escultor a su hija Susana Chillida Belunze para un documental.

» GATO El joven Chillida destacó por su agilidad como demuestra en este salto.

La misma teoría del diedro aparece una y otra vez en sus entrevistas como la que dio a la periodista mexicana para detener penaltis. “Me ponía en la derecha y veía que el que tiraba me miraba pensando que yo era un pobre hombre por no colocarme en el centro. Yo en cambio sabía que me lo iba a tirar por el lado, saltaba y se lo paraba. (…) Cosas como estas tienen que ver con el espacio, el tiempo, la velocidad y la geometría, porque cuando un portero sale a buscar al delantero está reduciendo el tamaño de la portería”, razonaba. El ejemplo más concreto de su dominio del diedro se la dio también a Querejeta. “Una vez me explicó cómo había parado un córner. No veía el balón, pero el espacio indicaba que tenía que estar allí: abrió las manos y el balón se posó. Decía que el fútbol era una cuestión de espacios como su obra”, contaba Elías. Describía imágenes de portero ágil porque pese a lo que sus obras de hormigón y metal pudieran representar, Chillida fue un portero de reflejos, veloz que incluso fue apodado, como no, gato, por los periodistas de la época. “No era muy alto pero era extremadamente competitivo. Llegabas a casa y enseguida te estaba retando a jugar a la peseta.

“Una vez me explicó cómo había parado un córner. No veía el balón, pero el espacio indicaba que tenía que estar allí: abrió las manos y el balón se posó. Decía que el fútbol era una cuestión de espacios como su obra”, contaba Elías.

A lanzar monedas hacia el borde de la mesa. Siempre vivió enganchado a hacer deporte. Su hija Carmen, mi mujer, nunca ha querido aprender a jugar al golf porque sabe que ha heredado el gen competitivo de su padre. El año que aprendió a jugar llegó a bajar el hándicap a cuatro (un nivel casi profesional). Eso sí, ese año no hizo ni una escultura”, relata José María. “Las esculturas siempre estuvieron expuestas. Recuerdo que jugábamos al golf entre ellas. Fue más tarde cuando decidimos convertirlo en museo”, detalla.

1. Eduardo Chillida en la portada del diario ‘Marca’. 2. Once titular de la Real Sociedad de 1943. 3. La Casa de Goethe (Frankfurt, 1986).

UN MURAL PARA FRUTAS
El cuidado de las esculturas de Chillida se ha visto a veces envuelto de polémicas por su dificultad en la conservación, la instalación o el propio traslado. Quizás la peor de las experiencias tuvo que ver con el fútbol y la Real Sociedad. Casi una década después de dejar la portería, el exportero recibió un encargo de su querido club: unos frisos para la entrada del mercado de frutas de Atocha. El escultor, reacio a las expresiones figurativas, incluyó en este mural algunos relieves que podían ser interpretados como espectadores o futbolistas. El resultado fue un bellísimo conjunto que haría de Atocha un estadio emblemático para San Sebastián. Pero el camión que trasladó la obra desde París, donde trabajaba Chillida en esa época, hasta Guipúzcoa no fue el más adecuado porque la pieza quedó deteriorada. Chillida, que rompía cada pieza inacabada o que no le satisfacía, descompuso el frustrado friso. El club vasco entregó una lámina de la pieza a los socios del club que cumplieron 50 años de fidelidad.

1. Chillida Leku. 2. Peine del Viento XV (San Sebastián, 1976). 3. Elogio del Agua (Barcelona, 1987). 4. Rumor de límites IX (Dusseldorf, 1971).

El espíritu competitivo y el gusanillo por la frustrante retirada obligaron a Chillida a tomar la decisión de ver los partidos exclusivamente por televisión. “Siempre decía en las entrevistas que cualquier equipo actual barrería a los de su generación. Pero en los últimos años, cuando ya tenía síntomas de Alzheimer, recuerdo ver partidos con él y escucharle decir que eran unos mantas, que en su época sí que eran buenos”, recuerda con nostalgia y diversión su nieto Alex, enfundado en la camiseta ‘txuri urdin’ de Illarramendi. “Es buenísimo, lo he tenido dos años en Comunio y es una máquina de hacer puntos”, apostilla sobre el mediocentro de Mutriku. El recuerdo familiar de Eduardo Chillida es el de auténtico patriarca de una familia numerosísima de hijos, tuvo ocho, y decenas de nietos. “Pero quien realmente dominaba la casa era Pili, su mujer y mi suegra”, adelanta José María antes de explicar una gran anécdota. “Cuando se empeñaba en recordar que podía haber sido futbolista, era ella la que le decía: ¡Pues ahora serías el entrenador del Elche!”. Eduardo Chillida falleció en agosto de 2002 en su casa del Monte Igueldo.

Pero en los últimos años, cuando ya tenía síntomas de Alzheimer, recuerdo ver partidos con él y escucharle decir que eran unos mantas, que en su época sí que eran buenos”

Sufrió sus últimos años aquejado de Alzheimer y no pudo disfrutar del penúltimo gran equipo de su querida Real Sociedad, la subcampeona en 2002 con Xabi Alonso, Aranzabal, Karpin… Del éxito que sí tuvo tiempo de disfrutar fue del equipo campeón en los 80 que tenía un líder con el que empatizaba: Luis Arconada. “Los dos fuimos porteros en diferentes épocas. Uno de los encuentros más emotivos con Eduardo fue quizás el más inesperado e improvisado, en la celebración del primer título de liga del año 1981. Veníamos desde Vitoria, recorriendo diferentes localidades de Guipúzcoa y en la entrada a Donostia, a la altura del túnel del Antiguo, vi a Eduardo y a Pilar entre la multitud, como dos realistas más, festejando el título. Pedí que parase el autobús y bajé a saludarle y compartir con él ese primer éxito de nuestro querido equipo”, escribió el propio Arconada para un libro editado por Susana Chillida y el equipo de Chillida Leku en homenaje al escultor el pasado año con motivo del 10 aniversario de su muerte. •