Saudade en Alfama
Fermín de la Calle.- Uno pasea por Lisboa y adivina en sus ensoñaciones que en estas calles conviven dos escuelas futbolísticas. Una elegante, de buen pie y campo ancho, criada en las aceras amplias y los bulevares verdes del Barrio Alto 1. Otra descarada y callejera que sobrevive dibujando caños increíbles en las calles adoquinadas de cuestas interminables de Alfama 2. En cada esquina, en cada acera, en cada parque mil detalles delatan el alma futbolera de Lisboa. Es encarnada, como la zamarra del Benfica, y al tiempo verde, como las rayas de la camiseta del Sporting. Es águila y es león. El pasado 23 de agosto la ciudad albergó la final de la Champions. Y lo hizo con desapego, con la saudade de un partido en el que el coronavirus había vaciado las gradas de La Catedral 3, el remozado estadio del Benfica donde se jugaba la final. Y sin entradas que comprar, las hordas de hinchas se convirtieron en apenas un goteo de aficionados. Amaneció el domingo con un calor húmedo y un sol de ferragosto que dejó desiertas las aceras en las que el sol disparaba el termómetro más allá de los 35 grados. Llegar hasta la plaza del Comercio 4 se convertía en un desafío que los viandantes enfrentaban refugiándose en la sombra. El sol pegaba de lleno en el margen derecho de Rua Augusta, justo donde emergen las tiendas del Benfica (en el 147) 5 y Sporting (249) 6, que registraban un animado bullicio.
Las huestes francesas del PSG se desplegaban en grupúsculos de aficionados más jóvenes con camisetas variadas en forma y color, pero todas con el escudo de la torre Eiffel. Los educados bávaros presentaban un perfil sociológico más familiar, padres e hijos, y una impoluta ortodoxia con su clásica camiseta roja que no dejaba lugar a las dudas
Las huestes francesas del PSG se desplegaban en grupúsculos de aficionados más jóvenes con camisetas variadas en forma y color, pero todas con el escudo de la torre Eiffel. Los educados bávaros presentaban un perfil sociológico más familiar, padres e hijos, y una impoluta ortodoxia con su clásica camiseta roja que no dejaba lugar a las dudas. Los alemanes habían tomado la parte aristocrática de la ciudad dejándose ver por el Mirador del Jardín de San Pedro de Alcántara 7, al que llegaban en tranvía para salvar las escarpadas calles, o disfrutando sentados en la terraza del 'A Brasileira' 8. No lejos de allí un fotógrafo local invitaba a posar a dos aficionados en el futbolín que esconde la Casa de Pessoa 9, a quien no se le conoció afición por el balompié. Y por delante del 66 de la Rua Rodrigo da Fonseca 10, donde Antonio Tabbuchi situó en su libro la redacción del Lisboa, el periódico vespertino en el que trabaja el entrañable Pereira, paseaban despreocupados los teutones a media mañana con civismo.
Sin embargo, si Pereira hubiese hecho el recorrido habitual hasta su casa en Rua da Saudade 11, en el encantador barrio de la Alfama, habría cambiado el consonántico run run alemán por un dulce gorgoreo afrancesado. A medida que las calles picaban hacia arriba camino del Castillo 12 las camisetas encarnadas perdían protagonismo ante las azules de los animosos chicos del bulevar de Saint-Germain.
Comenzó el partido con poca expectación en los bares de Alfama. Acaso algunos turistas que caían desplomados en las terrazas fruto del cansancio y el calor buscando el auxilio de una cerveza helada. La parroquia local, indiferente en sus preferencias, jaleaba con cariño las estampidas de Di María, al que recordaban su pasado benfiquista. La entretenida primera parte fue acrecentando la expectación en los bares del único barrio que sobrevivió al terremoto que asoló Lisboa en 1755. Las arrancadas de Neymar, el sufrimiento de Tuchel sentando en la nevera, las llegadas del Bayern con el tiro al palo de Lewandowski, la lesión inesperada de Boateng...
La entretenida primera parte fue acrecentando la expectación en los bares del único barrio que sobrevivió al terremoto que asoló Lisboa en 1755. Las arrancadas de Neymar, el sufrimiento de Tuchel sentando en la nevera, las llegadas del Bayern con el tiro al palo de Lewandowski, la lesión inesperada de Boateng...
Cuando Orsato pitó el final, decidimos subir a un tuk tuk, medio fiable y ágil, que nos dejó diez minutos más tarde en la Plaza Luís de Camoes 13, en el corazón del Chiado, a escasos metros de la estatua de Pessoa. Desde allí enfilamos la Rua da Loreto 14 para luego subir por la escarpada Rua da Rosa 15. El animado ambiente del Barrio Alto recibía hospitalariamente a alemanes y franceses que regaban con cerveza su inquietud. Cuando Coman marcó el gol, sonó un grito ahogado y aplausos espontáneos que se entremezclaban con la música que brotaba de los balcones. En realidad, aquel partido sin público nunca cautivó a los lisboetas.
En Lisboa, una ciudad en la que Pessoa, que fue quien mejor la escribió, solo firmó un libro con su nombre porque jugaba a crear heterónimos como Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Bernardo Soares o Ricardo Reiss, nadie recordará a Süle, Kimpenbe, Goretzka o Kurzawa. Aquel domingo de agosto de 2020 será más recordado por el calor de las calles que por el de una final sin alma en el que nadie gritó gol en las gradas ni las calles se encarnaron por el triunfo muniqués. •