El campeón del mundo en el campo de la muerte

Santiago Mezquita se dejó la mandíbula y la mano jugando en la era de San Juan del Rebollar (Zamora) en el extinto fútbol rural. Lo que no mataba hacía más fuerte, incluyendo saltar la tapia del cementerio contiguo cuando encajaban el balón. 

Juan Navarro.- La sombra de la cruz del cementerio resguarda del sol a un montículo de cagarrutas de oveja. A ambos lados, sendas porterías marronáceas, con vetas blancas y azules vencidas por décadas de herrumbre. Por césped, amarillos yerbajos de varios palmos de altura, sacrilegio para los puristas de la circulación de balón y hasta agradecidos para los menos dotados. Eso, ahora. Antes, aún más baches, líneas no precisamente rectas y piedras que, combinadas con los adustos pies de San Juan del Rebollar (Zamora, 135 habitantes) implicaban que a menudo la pelota acabara en el camposanto ya fuese por despejes a punterazos o por funestos cambios de orientación.

Los cooling break rurales de ese fútbol duro y noble, aquel que casi desguaza la mandíbula y la mano de quien después sería campeón del mundo, no de balompié, sino de trails y carreras de montaña.

Juego parado hasta que alguien saltara la verja y recogiera el cuero de entre el mármol y las flores, pues no se podía competir con uno menos. Los cooling break rurales de ese fútbol duro y noble, aquel que casi desguaza la mandíbula y la mano de quien después sería campeón del mundo, no de balompié, sino de trails y carreras de montaña. Santiago Mezquita, de 49 años, se hizo mayor en esa trinchera futbolística, primeras experiencias deportivas antes de volcarse en galopar por donde muchos ni andarían. Campeón del mundo Master de Trail-Running 2024 en mayores de 45 años, ostenta diplomas y premios de certámenes nacionales e internacionales en distancias larguísimas entre montañas donde compite contra rivales y contra sí mismo, con la siempre traicionera cabeza como gasolina o ancla en la soledad del corredor de fondo. 

MEZQUITA» Los recuerdos de Santigo, en el campo de su pueblo.

El atleta, venas marcadas, gemelos fibrados, siente nostalgia al pasear por el campo abandonado donde antes se juntaban virtuosos y obreros del balón, bueno, sobre todo obreros: “Eran muy burros, se veían buenas coces”. Su historial médico corrobora los efectos de esos partidos entre lugareños en verano, con más futbolistas que reclutar, y entre pueblos en invierno porque en San Juan no había tantos disponibles. “En mi primer partido con el Aliste provincial me reventaron la mandíbula en un córner, un compañero sacó el codo… y me tuvieron que poner placas”, rememora. Fuego amigo en domingo. Martes, radiografía. Miércoles, ambulancia a Valladolid. Una semana ingresado. “Un mes a purés”. Santiago sonríe.

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