Alejandro López Rethen | Ilustración. Gervasio Ciaravino.- Se hace difícil volar por los aires el último puente que queda en pie con nuestra infancia. La dinamita de las lesiones de rodilla y las advertencias médicas no son suficientes para hacerlo caer. En Montevideo es aún más complicado, porque está construido sobre recuerdos, campos de gramilla fértil y rodeado de hileras de eucaliptos que cortan la ventolera del sur del mundo, el aliento fresco del Río de la Plata. Cada año nos preguntamos hasta cuándo podremos seguir madrugando los sábados y domingos, vendarnos las piernas y salir con el coche hacia las decenas de bellísimos campos de fútbol de los suburbios de la capital uruguaya.
Las ligas de fútbol senior en mi ciudad natal congregan a cerca de 30.000 caballeros que se resisten a dejar de comportarse como niños de potrero. Y entre ellos se mezclan antiguas figuras como Álvaro Chino Recoba, el Loco Abreu (ex Dépor y Real Sociedad), Mario Regueiro (ex Racing de Santander, Valencia y Real Murcia) y Diego Forlán, por citar solo algunos con pasado mundialista.
Conozco bien una de esas ligas, la de padres de colegios. Se creó hace más de 30 años con un fin altruista: fomentar el vínculo entre las familias de los alumnos al aire libre. Pero degeneró en una suerte de 'El club de la lucha’ con balón. Desde pequeño acompañé a mi padre por las mañanas (luego él me veía jugar por las tardes) y fui testigo de tanganas salvajes y míticas lesiones, como el día en el que le dio un ataque de lumbago mientras calentaba. Un rayo invisible le tumbó en medio del campo cuando el resto estiraba o dialogaba con el árbitro. Terminamos en el hospital, pero después del partido, por supuesto. ¿Vas a seguir jugando después de esto?, le pregunté con ingenuidad.
Lumbago, esguinces y desgarros. Nada detiene a los padres montevideanos, herbívoros durante 90 minutos a la semana. Hay tal hambre de fútbol que en mi antiguo colegio se han creado varios equipos, cada uno con su nombre y camiseta propia. A medida que los jugadores envejecen, suben (o bajan) en un ascensor vital con plantas bien regladas: +30 años, +40 años y +45 años, en las que cada equipo puede tener hasta tres jugadores más jóvenes; luego está la que más me gusta, llamada +45 años plus (el precipicio de la lesión definitiva) donde los menores están prohibidos y hay señores de hasta 70 años jugando y yendo al choque como si tuviesen 18.
Luego está la que más me gusta, llamada +45 años plus (el precipicio de la lesión definitiva) donde los menores están prohibidos y hay señores de hasta 70 años jugando y yendo al choque como si tuviesen 18.
Mi primo dejó de jugar en esta categoría después de ver cómo le sacaban la cadera a un anciano en un rifirrafe a la salida de un córner. También hay que sumar a cada una de esas categorías las divisionales: A, B, C, D y en algunas hasta E y F. Si algún país vecino quiere invadirnos el mejor momento es el sábado o el domingo por la mañana, cuando un enorme porcentaje de los hombres en edad de combatir juega al fútbol. *
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RECOBA» Ilustración completa, obra del artista Gervasio Ciaravino.