El clásico de Tarradellas

El presidente Adolfo Suárez llamó a Josep Tarradellas con una misión: reconciliar a los presidentes del Real Madrid y Barça. Las primeras elecciones en Cataluña estaban en juego.

*Texto Arturo Lezcano | Fotografía Archivo FC Barcelona.- En 1971 la selección de tenis de mesa de Estados Unidos fue invitada a jugar en la entonces inaccesible República Popular China. Aquella visita plantó la semilla para el restablecimiento de relaciones entre ambos países, y se coronó con la visita de Richard Nixon a Mao Tse Tung al año siguiente. El apretón de manos entre ambos en Pekín simbolizó el deshielo entre dos polos en plena guerra fría, y desde entonces la diplomacia del ping pong se asocia al poder de mediación del deporte y su poder de invocación al entendimiento y la paz. En 1980 en España se le dio una vuelta de tuerca el término: el poder medió en el fútbol para evitar una guerra deportiva, que al final podría acabar incendiando la vida política.

Los protagonistas fueron el FC Barcelona y el Real Madrid, binomio inevitable, en un momento especialmente delicado de la transición. Enfrentados como pocas veces por cuestiones arbitrales, tuvo que ser el presidente de la Generalitat, Josep Tarradellas, a sugerencia del presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, el que mediase entre los clubes, dirigidos por José Luis Núñez y Luis de Carlos. Después de peripecias varias, Tarradellas consiguió que se dieran la mano y sonrieran para la foto. La imagen muestra al Molt Honorable junto a los dirigentes entrelazando manos entre los tres, en vísperas de un clásico muy especial, por cuanto se jugaba como antesala a las primeras elecciones autonómicas de Cataluña.

La escena, vista casi cuatro décadas después, no puede resultar más evocadora; una cadena de jerarquías transformadas en complicidades que acabó como quería quien lo impulsó: la paz. Salvando todas las distancias, ahora se repite la secuencia del año 80, con el clásico y las elecciones. Cambian las relaciones de los clubes, más atemperadas, y las políticas, mucho más agitadas. Quién sabe si el recuerdo de aquello pueda inspirar a alguien en 2017 para lograr que el fútbol haciendo estrechar manos a políticos en ejercicio, como un reverso del flash que supuso la mediación de Tarradellas en ese sinuoso pasillo entre tinieblas que es la relación entre Madrid y Barcelona. O entre el Madrid o el Barcelona.

1) EL CONTEXTO
En octubre de 1979 la división entre ambos clubes -y su ascendencia sobre el resto- se llevó al extremo durante una junta en la Real Federación Española de Fútbol. Eran otras épocas en el fútbol español: se servían carajillos en los estadios, el ambiente olía a puro y los que se sentaban lo hacían sobre almohadillas que luego, si se terciaba, arrojaban al césped sobre jugadores y árbitros. Otros, al terminar el partido, tiraban pedradas a los buses del equipo rival, mientras un ejército de policías de marrón (y antes de gris) cargaba a diestro y siniestro. Pero lo que no ha cambiado desde entonces son los motivos de discordia: los árbitros, por entonces poco menos que demonios vestidos de negro. En una reunión de presidentes de clubes, José Luis Núñez aprovechó una reclamación del presidente del Zaragoza por un arbitraje en un partido contra el Real Madrid para tomar la voz cantante contra el equipo de Chamartín, en la línea que siguió desde su llegada a Can Barça el año anterior.

En una reunión de presidentes de clubes, José Luis Núñez aprovechó una reclamación del presidente del Zaragoza por un arbitraje en un partido contra el Real Madrid para tomar la voz cantante contra el equipo de Chamartín

“Yo estaba en aquella reunión y fue muy subida de tono”, dice hoy Antón Parera, ex gerente del Barcelona. “Núñez denunció la parcialidad arbitral y dijo que la competición estaba viciada, y lo demostró preguntando allí mismo a los presidentes de otros clubs, como Sisqués del Zaragoza o Vega Arango del Sporting, quien estaba muy sensible también con los árbitros”. Se refiere Parera al final de la Liga anterior, en la que el Sporting estuvo cerca del título pero fue perjudicado por los arbitrajes y, en las fechas de aquella reunión, por otro choque en El Molinón, la noche en que se inventó el “Así, así, así gana el Madrid”. Cuenta Parera que todo se pudrió cuando Núñez dejó una frase de las que hielan el ambiente: “Cuando en la ruleta siempre sale el 36 es que alguien hace trampa”, dijo. En ese momento el histórico jefe arbitral, José Plaza, se dio por aludido y airado preguntó si era un ataque contra él. Luis de Carlos, a su vez, tuvo “un ataque de dignidad”, en palabras de Parera, y dijo que si el Barcelona no retiraba sus palabras, él se retiraba de la Federación. “Y Núñez, que era bravo como pocos, contestó: ‘Nos robáis todos, no vamos a pedir perdón”.

Cuenta Parera que todo se pudrió cuando Núñez dejó una frase de las que hielan el ambiente: “Cuando en la ruleta siempre sale el 36 es que alguien hace trampa”

Así que De Carlos se levantó y se fue diciendo: “No puedo estar sentado en la misma mesa que un señor que ofende al Madrid”. Es curioso el vaivén en las relaciones de los dos clubes: en mayo de ese mismo año, De Carlos había sido invitado por el propio Barcelona a la final de Recopa en Basilea, un hito histórico del club, que dejaba atrás años de sequía internacional. El presidente madridista incluso recibió la insignia de oro del Barça y vivió de cerca el triunfo de su eterno rival. La deriva del inicio de Liga 79-80 recordó más a los encontronazos de la década anterior entre ambos, que adobaron de forma casi trágica la rivalidad: la llamada noche de las botellas, en 1968, cuando el Barcelona ganó la final de Copa en el Bernabéu bajo un diluvio de botellas en medio de un arbitraje nefasto de Antonio Rigó, que salió camuflado en un Jeep policial, y dos años después los cuartos de final de esa misma competición en el clásico jugado en Barcelona con victoria madridista: allí Guruceta Muro desesperó a los locales y suspendió el partido cinco minutos antes esquivando almohadillas y viendo como miles de aficionados invadían el campo.

El Barcelona ganó la final de Copa en el Bernabéu bajo un diluvio de botellas en medio de un arbitraje nefasto de Antonio Rigó

Aquellos dos episodios trasladaron a los despachos el frenesí de un ambigú de estadio. Incluso una década después de aquellos hechos. Si entonces había un doloroso muro de contención, la dictadura franquista, en el 79 se daba rienda suelta a pulsiones peligrosas, máxime con el cariz político que iba tomando el asunto en el entorno espeso de la transición: la ultraderecha de un lado, y ETA, los Grapo y hasta Terra Lliure por otro. Con ese panorama no era la mejor de las ideas dejar que escalara un enfrentamiento institucional entre las dos válvulas de escape de la mayoría de la población. Así que cuando llegó la crisis arbitral de otoño del 79, con sus toneladas de crispación, Moncloa terminó tomando cartas en el asunto. Suárez dijo basta y mandó llamar a Barcelona.

2) FOTO
Por entonces la posibilidad de ver un enfrentamiento entre Madrid y Barcelona se reducía a los dos de Liga o una hipotética final de Copa o Supercopa, lo que hacía más apetecible la cita. O más temible, si se atendía a las hostilidades que se vivían en los despachos. Era el caso del partido de febrero de 1980, que tenía más miga porque se jugaría unas semanas antes de las primeras elecciones autonómicas de Cataluña. Desde 1977, con la restauración de la Generalitat estaba de nuevo instalado en Barcelona Josep Tarradellas. El veterano político era futbolero y culé, como quedó claro a su llegada, tras casi cuarenta años de exilio, 23 de ellos como president de la Generalitat desterrada. Tarradellas tardó solo siete días en pisar el Camp Nou desde que dio aquel histórico discurso del 23 de octubre que comenzó con el “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí” en la plaza sant Jaume.

Desde 1977, con la restauración de la Generalitat estaba de nuevo instalado en Barcelona Josep Tarradellas. El veterano político era futbolero y culé, como quedó claro a su llegada, tras casi cuarenta años de exilio, 23 de ellos como president de la Generalitat desterrada. Tarradellas tardó solo siete días en pisar el Camp Nou 

El día 30 presidió un partido del Barcelona en el palco. Fue, curiosidades del destino, contra Las Palmas, el mismo choque que se jugó a puerta cerrada cuarenta años después, el 1 de octubre de 2017, el día del referéndum catalán por la independencia. Por toda la carga positiva que desprendía Tarradellas y por la ascendencia que demostró tener sobre todos los actores de la sociedad catalana, Suárez recurrió a él: “¿Crees que esto puede seguir así de hostil hasta el partido? Habría que hacer un acto de conciliación”, dice Parera que le dijo Suárez al president. “Te lo cuento así porque me lo contó Tarradellas a mí tal cual”, cuenta el exgerente barcelonista. “Y este le contestó: ‘Déjamelo a mí”. Lo que siguió fue una jugada hurdida con astucia por el Molt Honorable. A través del jefe de Protocolo de la Generalitat, Raúl Rancé, deslizó que en los dos años transcurridos desde su vuelta había sido invitado a los consejos de las principales entidades catalanas, pero no así a la junta del Barcelona.

A través del jefe de Protocolo de la Generalitat, Raúl Rancé, deslizó que en los dos años transcurridos desde su vuelta había sido invitado a los consejos de las principales entidades catalanas, pero no así a la junta del Barcelona.

Parera lo recuerda como si fuera hoy: “Yo recibí la llamada personalmente, así que fui a ver a Núñez y le transmití la demanda”, cuenta Parera. “Ni hablar, me dijo en un primer momento. Cuando finalmente le convencí, apuntó: ‘Será el viernes, pero en el club y a las 8 de la noche”. Con 78 años, al president no le hizo gracia ni la hora ni el lugar, pero accedió. Al llegar a la junta se encontró con un grupo de empresarios catalanes con miradas desconfiadas. Tarradellas fue directo al grano: había un problema y urgía solucionarlo. Núñez tomó la palabra con actitud desafiante: “Yo acato todas las decisiones que toma la Generalitat, así que creo que se debería respetar lo que el Barcelona decide para sí mismo”. Un directivo, dueño de una gran constructora, redobló la apuesta, diciendo que al Barça lo gobernaba el Barça. Pero Tarradellas ya no se calló, y le lanzó un torpedo: “¿Usted es el presidente de la empresa que está construyendo con créditos de la caja de ahorros que yo presido?”. Silencio.

» 1977 El Camp Nou dio la bienvenida al president, socio del club desde 1919, tras el largo exilio.

Poco después saltó Joan Gaspart. Y Tarradellas lo despachó diciéndole que mejor se dedicase a mejorar las tortillas que daban en el restaurante de su hotel. “Por esa razón desde entonces y durante mucho tiempo José María Gacía llamó a Gaspart el Tortillas”, cuenta Parera. No tardará el periodista, de hecho, en entrar en acción. Pero Tarradellas aún reservaba la traca final. “No tengo por qué decirles esto, y tal vez tengan razón, pero yo me he comprometido a arreglar el tema, de tal forma que he convocado una rueda de prensa en el Palau de la Generalitat. Pueden aceptarlo o no, pero creo que si se echan atrás o me reniegan a quien va a creer la gente es a mí”. Acto seguido pidió salir con el gerente para ver las obras del nuevo museo del Barcelona. Allí, fuera de la reunión, hablaron de fútbol y Parera le interrogó por su perseverancia. Tarradellas lo llevó al terreno de la política. “Nunca hay que parar.

Si yo llego a dimitir hace treinta años no estaríamos como estamos ahora aquí”. Ya de madrugada llamaron a Tarradellas al despacho. Había fumata blanca, nunca mejor dicho. Núñez, muy calmado y educado, le dijo: “Hemos votado la propuesta y todos han votado a favor de hacer las paces con el Madrid. Pero quiero decirle a usted que yo no he votado”. Una vez apagado el fuego barcelonista, a Tarradellas tocaba rematar la faena templando gaitas del otro lado. Y el político encontró rápidamente la llave que abría todas las puertas del fútbol español: José María García. “La cosa venía tremendamente enrevesada”, reconoce hoy el periodista. “Me llama una secretaria: le paso al molt honorable, señor García. Tarradellas me pide entonces si puedo visitarle ese mismo día o al día siguiente, por que es muy urgente. Me voy entonces a Barcelona, y en cuanto me recibe en el despacho me dice: ´Yo a usted no lo conozco, sé que habla en la radio y tiene mucho éxito, pero no sé quién es.

Lo que pasa es que asistí a una reunión con el Barcelona, que por cierto, fíjese usted qué maleducados son los directivos de nuestro equipo, que avisados de que les convoco a una reunión, en vez de venir a la Generalitat me hacen ir al club. Mi sorpresa fue que la reunión duró horas y durante todo el tiempo no paraban de hacer referencia al Butanito. Cuando les pregunté, me explicaron que era usted”, recuerda García. “Sus palabras fueron claras: quería que yo le ayudase porque si no se rebajaba la tensión más que un partido de fútbol sería una confrontación que podría alcanzar la política. Yo le dije que haría lo que estuviera en mi mano. Por un lado estaba Núñez, un auténtico desconocedor en aquella época. Y De Carlos, que para mí era un señor, había perdido su seriedad y su flema. Pero haré lo que pueda”, le dijo García. Lo que podía fue básicamente hablar con De Carlos, puesto que con Núñez no tenía relación. “Fíjate que era la época en que yo le llamaba Minilehendakari. Luego he tenido una fluida relación hasta ser amigos personales, pero en aquel momento entró en el fútbol como un caballo en una cacharrería, y se notaba”.

Con De Carlos trató de que mantuviera la calma, pero tampoco fue fácil: “Tu amigo (por Núñez) tiró la primera piedra, me dijo. Pero luego se comportó como lo que era, un auténtico señor. ¡Qué diferencia con lo que hay ahora!”, concluye el periodista. El miércoles llegó la foto. Hubo suspense también, porque el avión que tenía que trasladar a De Carlos desde Madrid retrasó su salida en varias ocasiones debido a la niebla. Pero finalmente llegó a Barcelona, se reunieron y se dieron un abrazo. La foto más famosa es la firmada por Carlos Pérez de Rozas, el prestigioso reportero gráfico, autor de las memorias de Barcelona y Cataluña durante más de medio siglo. Uno de sus hijos, el periodista Emilio Pérez de Rozas, resopla cuando se le recuerda el asunto. “Mi padre era muy amigo de Tarradellas”, dice antes de pensar unos segundos y proseguir: “En catalán se le llama tarannà al carácter, el talante de las personas.

 “Se ha constatado el espíritu de cordialidad y mutuo respeto”, rezaba la nota, que terminaba diciendo que el presidente federativo, Pablo Porta, “expresó su agradecimiento al presidente de la Generalitat por su mediación

En esa foto hay tres tarannàs totalmente diferentes: la mano izquierda de Tarradellas para arreglar las cosas, sin ostentación, como si fuera todo normal. El señorío de De Carlos, que si se levantó de aquella mesa de la federación era porque algo muy gordo habían dicho. De los últimos 35 años solo se me ocurre él como el único presidente que no alimentaría una polémica así. Y el puntito, o puntazo diferente de Núñez. Yo creo que él fue el que puso de moda aquello de que si montabas escándalos pensabas que luego te beneficiarían los arbitrajes”, dice Pérez de Rozas. Tras el encuentro y la foto se divulgó un comunicado florido: “Se ha constatado el espíritu de cordialidad y mutuo respeto”, rezaba la nota, que terminaba diciendo que el presidente federativo, Pablo Porta, “expresó su agradecimiento al presidente de la Generalitat por su mediación, que ha dado como resultado la reafirmación del sentido de amistad que ha presidido la reunión”. En ABC, Luis de Carlos dijo que “el abrazo de Núñez significó en realidad un abrazo que yo daba a Cataluña y a Barcelona. Y le digo más: es el ofendido, en este caso el Real Madrid, el que tiene que perdonar”. Hubo perdón, comida e intercambio de escudos. Y a esperar el partido.

» MEDIACIÓN El presidente del Real Madrid, Luis de Carlos, el president de la Generalitat, Josep Tarradellas y el presidente del Barça, José Luis Nuñez.

3) EL PARTIDO
El geógrafo e historiador local de Barcelona, Ricard Fernández Valentí, tuvo una inspiración mientras veía el Real Madrid-Barcelona de 2005, en el que el Bernabéu aplaudió a Ronaldinho por su partidazo. “Pensé: ¿en qué momento sucedió lo contrario? Y me encontré con este partido, que tenía mucho más que el fútbol”, dice. Era el encuentro de la discordia, la bomba que había que desactivar antes de las elecciones, que se celebrarían cuatro semanas más tarde. Y no decepcionó bajo ningún prisma. En el campo, Laurie Cunningham hizo su mejor partido con la casaca blanca y dio un recital que acabó con un triunfo del Madrid por 0-2. De las tribunas del Camp Nou bajó una ovación para el inglés que todavía recuerdan los socios más veteranos. En el palco, pese a todo, estaba el ambiente enrarecido. La diplomacia de Tarradellas se esfumó cuando el árbitro dejó de pitar un claro penalti favorable al Barcelona. Indignado, Núñez salió del palco durante unos minutos.

Fue curiosa, según relató Alfredo Relaño en El País, la organización protocolaria de la primera fila de la tribuna presidencial en el que llamó el clásico de la paz: “La idea era que se sentara en el centro Tarradellas, con Núñez a la derecha y y De Carlos a la izquierda. En los extremos, las señoras de Núñez y de Tarradellas. Pero a última hora, Núñez lo cambió. Colocó a las dos señoras a la derecha del president, se puso él a su izquierda y dejó el otro vacío. Y mandó a De Carlos al otro lado del pasillo-escalera, con Pablo Porta”. Al terminar el choque, Tarradellas dejó una muestra de socarronería. Parera, que también estaba allí, lo cuenta así: “José Luis, tenías razón. Pero yo no podía hacer más que lo que he hecho”. Y se fueron a comer a su residencia oficial para festejar el partido. Porque pese a la victoria madridista, para la historia de Fernández Valentí aquel encuentro fue el clásico del president. “Así exactamente fue cómo encontré el título: venció el Madrid, pero quien ganó de verdad aquel partido fue Tarradellas”. •