El día que David Gistau vivió una final en la grada del Barcelona

El pasado mes de febrero de 2020 nos dejaba una de las firmas más reconocidas del periodismo español del Siglo XXI, David Gistau. Un año después, los homenajes se suceden y rescatamos este artículo en nuestro número siete como tributo a su trabajo. Madridista confeso, relató cómo fue su experiencia en medio de aficionados del Barça y con un padre del Atlético.

BANDERAS DE NUESTROS PADRES

*David Gistau.- Hablamos de un tiempo en el que, de haberme preguntado alguien qué quería ser de mayor, yo habría respondido: "De mayor quiero ser Paco Bonet". Rubiales y corpulento, como uno mismo en las pachangas del recreo, Bonet era el defensa central de aquel Real Madrid castizo de los años ochenta que jugó contra Maradona. Lo fue hasta que le impidió seguir una lesión tremebunda, que me llenó de congoja idólatra, durante la final de Copa de 1983 contra el Barcelona. Si revisitan ese partido en youtube, descubrirán un fútbol brutal, de entradas violentísimas a lo Jackie Chan consentidas por el arbitraje, que hay que poner en el contexto de la eterna discusión sobre quién es mejor, Messi o Maradona. No sé si Messi habría sobrevivido a las patentes de corso que en aquella época se expedían a los marcadores. No sé si habría sobrevivido siquiera a tres minutos en un ascensor con José Antonio Camacho o Gentile. No digamos con Goicoechea, cuyo nombre se utiliza todavía en Buenos Aires para amedrentar a los niños que no comen: "Comé o vendrá Goicoechea y te quebrará por detrás como al Diego".

Si revisitan ese partido en youtube, descubrirán un fútbol brutal, de entradas violentísimas a lo Jackie Chan consentidas por el arbitraje, que hay que poner en el contexto de la eterna discusión sobre quién es mejor, Messi o Maradona. 

Ilustración Sr García

Aquella final de Copa fue el primer partido por el que salí a la carretera. Y a solas con mi padre, juntos los dos en un Ford Fiesta gris metalizado cuyos asientos tenían pegados los pelos rojizos de un cocker spaniel. Incluso se me permitió viajar en el asiento delantero. Fue tan intensa la experiencia, que recuerdo hasta el moco pegado al cristal de una ventana del aula que no podía dejar de mirar mientras mi madre pedía permiso a la profesora para que faltara un día: "Se lo lleva su padre a la final de Zaragoza. Los dos necesitan estar juntos". Como le ocurría a Nick Hornby, yo también adoraba ir al fútbol con mi padre porque ése era un espacio sólo para nosotros, del que quedaban excluidas las hermanas, y porque me resultaba fácil identificar que ésas eran las cosas que hacían los hombres juntos. Mi padre encargó las entradas a la delegación en Zaragoza del diario ‘Pueblo’, donde se las entregaron advirtiéndole de un problema: "Son del lado del Barsa". O sea, que mi primera vez en la carretera iba a ser también una iniciación en la hostilidad cercana del enemigo. Si se observa con detenimiento la grabación de aquella noche, detrás de la portería del gol de Marcos y los cortes de manga de Schuster, hay una arboleda impresionante de banderas del Barcelona entre las cuales destella una sola mota blanca: la bandera del Real Madrid que ondeaba mi padre después de que yo, por puro instinto de supervivencia, tratara de ocultarla con la chaqueta.

Si se observa con detenimiento la grabación de aquella noche, detrás de la portería del gol de Marcos y los cortes de manga de Schuster, hay una arboleda impresionante de banderas del Barcelona entre las cuales destella una sola mota blanca: la bandera del Real Madrid que ondeaba mi padre después de que yo, por puro instinto de supervivencia, tratara de ocultarla con la chaqueta.

 Mi padre era del Atleti, por cierto. Pero siempre decía que lo que yo le viera hacer me quedaría como recuerdo para toda la vida, y no quería que lo recordara asustado por una muchedumbre de grada. Por eso ondeó una bandera que no era la suya. Y por eso, en la derrota, rodeados como lo estábamos por rostros burlones que nos pasaban sus colores por la cara, caminamos juntos, escalera arriba hacia la salida, con la dignidad con la que un rey inglés ha de subir al cadalso.

Mi padre tenía razón. No he olvidado nada de lo que le vi hacer. De esa noche, lo recuerdo valiente.

*artículo publicado en el invierno de 2013, dentro del número 7 de Líbero.