El día que Diego quiso ser Gerd Müller

El periodista Francesco Luti tuvo el privilegio de ser el recogepelotas de un entrenamiento de Maradona en Italia. Como era de prever, tuvo poco trabajo. Todas las pelotas se quedaban en la red.

Francesco Luti-- Sábado 3 de enero 1987, en una mañana de tímido sol en Coverciano. Estamos a dos kilómetros del centro de Florencia en un lugar rodeado de bosques en un paisaje frecuentado en el pasado por grandes artistas. Allí, en este Centro Federal, desde 1958 se concentran las selecciones nacionales de Italia. El Nápoles de Diego Armando Maradona se dispone a emprender el entrenamiento en la víspera del importante partido contra la Fiorentina capitaneado por Antognoni y del amigo y compatriota del 10, Ramón Díaz. Faltan dos partidos al giro di boa, el borrón y cuenta nueva del campeonato. El Nápoles hasta ahora no ha sufrido ninguna derrota, ganando siete veces, tres fuera de casa, en los estadios de Sampdoria, Roma y Juventus. Maradona ha regresado de su triunfal mundial mexicano y está en una forma excepcional, decidido a regalar a la ciudad de Nápoles su primer Scudetto. En Coverciano hace sol, aunque la temperatura es cercana al cero.

El Nápoles hasta ahora no ha sufrido ninguna derrota, ganando siete veces, tres fuera de casa, en los estadios de Sampdoria, Roma y Juventus. Maradona ha regresado de su triunfal mundial mexicano y está en una forma excepcional, decidido a regalar a la ciudad de Nápoles su primer Scudetto. 

Los jugadores del Nápoles entrenado por Ottavio Bianchi están bien abrigados mientras corren a lo largo del rectángulo verde que desemboca en la piscina olímpica. A las diez de la mañana los convocados, excepto uno, siguen calentando a un ritmo suave. Bianchi y su colaborador, el ex portero del Turín campeón de Italia y del primer Nápoles de Maradona, Luciano Castellini, apodado “El giaguaro” (El leopardo), dirigen el entreno llamando la atención de los jugadores cuando las conversaciones se extienden. El camino de arcos que separa el campo principal del otro donde ahora están los napolitanos desemboca en la entrada de los vestuarios. La puerta de acceso se ha quedado semi-abierta, ya sabemos quiénes son los dos hombres que alternan charlas y risas: el masajista-tótem del Nápoles, Salvatore Carmando, está dando cuenta de las dos piernas más famosas del fútbol. Maradona tiene un cariño especial por el napolitano Carmando, tanto que se lo ha llevado al Mundial de México. No es un invento de la pareja Blanc-Barthez la idea del beso en la frente, ya que es con esta scaramanzia con la que Maradona siempre cumple antes de empezar cualquier partido del Nápoles.

El masajista-tótem del Nápoles, Salvatore Carmando, está dando cuenta de las dos piernas más famosas del fútbol. Maradona tiene un cariño especial por el napolitano Carmando, tanto que se lo ha llevado al Mundial de México.

Es difícil percibir la conversación, pero llegan las risas sonoras a los pocos privilegiados que podrán presenciar aquel entrenamiento. Entre ellos, figuran Italo Allodi, mítico manager del fútbol italiano durante las décadas 70 y 80, y Ferruccio Valcareggi, que fue el seleccionador de Italia en los mundiales de 1970 y 1974. Los demás son funcionarios de Coverciano en pausa, algunos periodistas y otras pocas personas, a la cual se suma un chico de 16 años, que es el que ahora, más de 30 años después, redacta este texto. Mi casa se ubicaba a 300 metros de allí y no dejaba escapar ninguna concentración del equipo rival a la Fiorentina. De repente Maradona aparece en el césped y camina entre los presentes sonriente y pronunciando un saludo. Luego levanta la primera pelota a disposición y empieza a calentar. El grupo de los compañeros se entera de su presencia y se oyen algunas frases de mofa que le invitan a unirse a ellos. Maradona no les hace caso, lo único que le interesa es que se acerque el entrenador Castellini.

Su ex compañero llega, hablan un momento, y al cabo de nada salen del tropel Luigi Caffarelli, el banda derecha, y Claudio Garella, el portero. Es el desorden de Diego Maradona: necesita uno que le centre, y un portero que intente completar el tríptico. El portero ya sabe que no parará muchas pelotas. Maradona se posiciona en medio del área dispuesto a dar espectáculo. Cuando intuyo que falta alguien que recoja la pelota, de manera discreta me posiciono detrás de la portería del que fue el portero del Scudetto del Verona, un par de años antes. Mientras tanto el equipo se dispone en la otra media parte del campo y empieza un entrenamiento con ejercicios de refuerzo. El partidillo parece todavía lejano.

ABRIGADO
Ahora empieza el espectáculo, un espectáculo gratuito y único, el jazz del más grande jugador de aquella época y quién sabe… Maradona está inspirado y Caffarelli centra con fuerza y exactitud hacia el centro del área. Maradona está muy abrigado y para quien, como los presentes, no está acostumbrado a verle de cerca, parece imposible que su agilidad felina pueda expresarse así, encerrado en tanta indumentaria. Caffarelli centra y Diego empieza el show de los remates. La pelota, llegue como llegue, la controla, la baja y la chuta. O la remata de primera de cabeza, de chilena, de tacón, de hombro, incluso de pecho, o como le apetece mejor. Garella intenta parar, y tampoco su especialidad (parar con los pies) parece funcionar. Garella es simpático y empuja a Maradona a meterle más caña, y de repente el pibe de oro declara píblicamente que a partir de ahora será Gerd Müller, e imita ciertas posturas del gran atacante alemán. Son del mismo tamaño y Diego, mientras sigue hablando y comentando las proezas de sí mismo-Gerd Müller, anota golazos increíbles. Yo sigo agachado detrás del hierro que asegura la red de la portería, y todavía no he recogido ninguna pelota. Parece que mi encargo lo desempeñe Garella, pero desenredando balones a sus espaldas. El juego sigue hasta que Diego decide que es la hora de interrumpir los ejercicios abdominales de sus compañeros: y grita: “Partitella!”. Del partidillo no hace falta relatar más, os lo podéis imaginar.

Me quedo con Gerd Müller, ya que son cosas únicas, perlas de jazz como he dicho. Entonces, sin teléfonos con cámaras, sólo la retina podía retener los malabarismos imposibles para otro futbolista a los cuales asistí aquella mañana. El partido del domingo anotará la primera derrota del campeonato, y permitirá al rival Inter empatar en puntos al Nápoles. Pero eso no impedirá al equipo proclamarse campeón por primera vez. Y será justo en el partido de vuelta cuando, en el estadio San Paolo, empatará a uno contra la Fiorentina. Al gol de Carnevale seguirá el de un jovencito que hará historia en el fútbol: Roberto Baggio. Era su primer gol en la serie A y lo hará ejecutando una falta a ras de suelo engañado al experto portero local. •