Texto Antonio Moschella | Fotografía A. Moschella/T. Castro.- El coche que acompañaba a Fernando Signorini y a su esposa desde el aeropuerto de Capodichino hasta el estadio San Paolo se metió por la autovía que cruza por arriba la ciudad de Nápoles. Era el julio de 1984 y las primeras palabras del entonces preparador físico de Diego Armando Maradona fueron: “En que quilombo nos metimos, ¡ésto es peor que Buenos Aires!”. Durante ese recorrido, mientras percibía de reojo el movimiento de algunos chavales jugando al fútbol en el barrio popular del Rione Traiano, al lado del San Paolo, Signorini se acordó de las palabras que unos días antes Maradona había pronunciado tras cerrarse el acuerdo entre el FC Barcelona y el Napoli: “Quiero ser el ídolo de los niños pobres de Nápoles porque ellos son como yo de chiquito en Villa Fiorito”, y se le dibujó una sonrisa en el rostro. Era el comienzo de una nueva etapa para el joven futbolista argentino, pero nadie se podía imaginar que iba a ser el principio de una época gloriosa cuyo corazón todavía late en las callejuelas de la ciudad italiana.
El día anterior a la presentación del Pibe de Oro en el San Paolo, el mismo Maradona, acompañado por su jefe de prensa Guillermo Blanco y por su amigo y agente Jorge Cyterszpiler, había entrado al terreno de juego para oler el ambiente. Diego, ya en chándal y botas, se quedó charlando dos minutos con el entrenador Rino Marchesi y su segundo, Alfredo Delfrati, antes de chutar una espléndida falta en la escuadra, algo del que pudieron disfrutar solamente las pocas personas presentes. En aquel momento el argentino ya se había enamorado de la que sería su nueva casa. Tras unos minutos de calentamiento y entreno a ritmo bajo se fue al vestuario, donde lo primero que dijo, dirigiéndose a Cysterpiller, fue: “¡Cabezón, esto me recuerda Argentinos!”, en referencia a Argentinos Juniors, su primer club de fútbol profesional. El matrimonio entre Maradona y el San Paolo se certificaría el día después delante de cámaras y público. Signorini y los que lo acompañaban se quedaron atónitos al ver cuánta gente lo esperaba. Incluso la conferencia de prensa después del acto fue una auténtica locura. Maradona atendió a los medios en un gimnasio del estadio, ya que la sala que se utilizaba normalmente no daba abasto para todos los periodistas acreditados.
«A través del juego de los niños en la calle, Diego vivió por primera vez como espectador las escenas de su infancia en un lugar que no era Buenos Aires», explica su expreparador Signorini.
En aquel momento empezó un recorrido largo siete años en el que Maradona se identificó totalmente con la realidad napolitana, tierra de nadie en la que se sentía más cerca de su natal Argentina, pese a que la lengua que se hablaba fuese distinta. “A través del juego de los niños en la calle Diego vivió por primera vez como espectador las escenas de su infancia en un lugar que no era Buenos Aires”, explica Signorini. Eso pasa porque en las calles del casco antiguo de Nápoles, o incluso en plazas con monumentos importantes, los jóvenes se deleitan de la manera más inocente posible, golpeando un balón. Un puente cultural importante entre la ciudad del sur de Italia y la patria de Maradona que, pese a no ser el primer argentino en vestir la camiseta azzurra, fue el verdadero revolucionario del fútbol napolitano, y de paso también de la cultura de la ciudad en los años ochenta.
Un puente cultural importante entre la ciudad del sur de Italia y la patria de Maradona que, pese a no ser el primer argentino en vestir la camiseta azzurra, fue el verdadero revolucionario del fútbol napolitano, y de paso también de la cultura de la ciudad en los años ochenta.
CRUCES DE PASIÓN
Largo Banchi Nuovi es una placita del centro de Nápoles que el fin de semana por la noche está repleta de gente tomando una cerveza y echando el rato en la calle. Pero en los días de la semana los ‘dueños’ de este pequeño lugar son niños de 5 a 12 años, que persiguen la misma y única pelota a disposición. Estos pícaros montan partidos sin preocuparse de los coches que pasan ni de los deberes de la escuela. En las extremidades de la placita están dos porterías de hierro y las líneas están dibujadas en el suelo con una tiza cuya tonalidad blanca apenas se percibe. Lo mismo pasa en Piazza Mercato, donde enfrente de una iglesia y en el medio de tiendas de cualquier tipo los jóvenes del barrio han armado una verdadera cancha de fútbol en la que se improvisan torneos y pachangas a cualquier hora del día, con los viejos, con un cigarro eternalmente prendido en la boca, haciendo de árbitros.
Ésta es la cara del casco antiguo de Nápoles, un espacio dónde el tiempo parece haberse detenido en los ochenta y donde abundan los murales dedicados al 10 argentino. Desde la céntrica Piazza del Gesú hasta los alrededores de la estación de tren es posible encontrar varias obras de arte urbano que tienen como sujeto a Maradona. Pero el lugar más característico es, sin duda, el Bar Moreno de Piazzetta Nilo, en cuyo interior se halla un altar dedicado al ídolo argentino. Al lado de la foto del Diego se nota un cabello, que el mismo dueño del café se atrevió a coger de la ‘pelusa’ del ex jugador durante un viaje en avión. “Él no se dio cuenta, pero yo aproveché y le pude sacar este pelo y desde aquel momento decidí hacer el altar", afirma. El juego de la calle es muy parecido al del potrero argentino, dónde Maradona se formó en sus años de adolescente antes de fichar por Argentinos Juniors. Una exaltación de su figura sólo era posible en Nápoles, pueblo siempre huérfano de un rey. Por esa razón el recuerdo del Diego sigue intacto, vivo y pulsante en los laberintos de la villa.
» RECUERDO DE NÁPOLES
En los puestos de souvenirs de Scappanapoli abundan las figuras de arcilla de los grandes ídolos del fútbol napolitano, desde Maradona a Inmobile, pasando por una escultura a tamaño real de Rafa Benítez.
UN BRAZALETE PARA LA HISTORIA
“No soy de Nápoles, pero ya me siento uno más aquí”, afirma en voz alta Giuseppe Bruscolotti. Él y el histórico masajista Salvatore Carmando, viene de Salerno, ciudad a 50 km al sur de Nápoles, pero al igual que Maradona también son símbolos del Napoli de los ochenta, el mejor equipo de la historia del pobre sur de Italia. Fueron ellos dos los que enseguida acogieron al 10 argentino una vez llegado a Nápoles. Bruscolotti, el entonces capitán, hizo el célebre gesto de darle el brazalete a Maradona en la temporada 1986-1987, cuándo el Napoli ganó su primera Liga. A principios de aquella temporada, algo en el aire hacía entender que las cosas estaban cambiando: el conjunto napolitano venía de acabar tercero en la campaña pasada y se había esmerado en los duelos contra la Juventus. “La decisión de dejar el brazalete de capitán a Diego fue espontánea. Sabía que él era el líder del equipo y este gesto sirvió para otorgarle aún más autoridad y representó un cambio positivo para el Napoli”, recuerda. Estaba todo dibujado en el cielo: el único lugar donde Maradona podía hacerse grande era una ciudad única para bien y para mal, alegre y frustrada, asombrosa y vejada. Una ciudad y una cultura que buscaban revancha, como el argentino después de sus años en el Barcelona.
El 3 de noviembre 1985 Maradona había dado el primer aviso: una falta en el área ejecutada con la dulzura de una caricia que a la postre permitiría al Napoli imponerse a la Vecchia Signora 12 años después del último triunfo. “Recuerdo que casi no había distancia entre el balón y la barrera, se trataba de unos cuatro, cinco metros, no los nueve previstos por el reglamento” dice Bruscolotti, que estaba en el área de la Juve pese a ser defensa. Cerca del balón estaban Maradona y Eraldo Pecci, que comenta: “Cinco jugadores de la Juve estaban a tan solo cinco metros del balón, no había ángulo, pero Diego me dijo que se la tocara. Le dije que estaba loco”. Y Maradona: “Tranquilo, que le hago gol igual”. En aquel momento Pecci respiró hondo y se dirigió a Diego: “Bueno, haz lo que quieras, tú eres Maradona”. Y el balón trazó una trayectoria nunca vista hasta acabar detrás de la espalda de un Tacconi impotente.
“Cinco jugadores de la Juve estaban a tan solo cinco metros del balón, no había ángulo, pero Diego me dijo que se la tocara. Le dije que estaba loco”. Y Maradona: “Tranquilo, que le hago gol igual”. En aquel momento Pecci respiró hondo y se dirigió a Diego: “Bueno, haz lo que quieras, tú eres Maradona”. Y el balón trazó una trayectoria nunca vista hasta acabar detrás de la espalda de un Tacconi impotente.
El viento nuevo llegó prepotente un año más tarde, cuando el Napoli ganó por 3 a 1 en el estadio Comunale de Turín y dio el primer golpe en la mesa gritando su autoridad en la lucha para el Scudetto. “En aquel partido nos dimos cuenta de que Diego nos había infundido toda su garra y su fuerza. Dimos un baño a la Juventus vigente campeona y hasta yo disparé tres veces a portería”, enfatiza Bruscolotti. La cabalgada triunfal del Napoli empezó aquel 9 de noviembre 1986 y se concluyó el 10 de mayo 1987, cuando aquella tonalidad de azul visible solamente al horizonte, a medias entre cielo y mar, sumergió toda una ciudad en éxtasis.
“En aquel partido nos dimos cuenta de que Diego nos había infundido toda su garra y su fuerza. Dimos un baño a la Juventus vigente campeona y hasta yo disparé tres veces a portería”
Salvatore Carmando es más que el masajista de aquel Napoli. Sus cualidades humanas enamoraron a Maradona, que le pidió incluso que lo siguiera en el mundial de México 1986, cuando el crack se consagró como el mejor del mundo. “Diego era el único de toda la plantilla argentina en tener un masajista particular, los demás no disponían de ninguno”, asegura Carmando, que sigue en contacto con su ex asistido. “La relación entre Diego y yo fue siempre muy pura y clara. Nunca le pedí un céntimo aunque él quisiera pagarme por los servicios que le ofrecía, pero a mí me valía con su palabra y con su amistad. Pese a todo lo que se dijo de él es un gran hombre y una excelente persona”, afirma el masajista en el ambulatorio en el que, con 72 años, sigue atendiendo a sus clientes.
Carmando acompañó a Maradona en todos sus éxitos: el primero fue el Mundial de 1986. Del Azteca de Ciudad de México el masajista italiano se fue hasta la Casa Rosada, el palacio del Gobierno argentino desde cuyo balcón se sumó a la fiesta de los jugadores que acababan de ganar aquel mundial. Hijo de un masajista, perfeccionó el arte transmitido por su padre en el deporte profesional y desde 1973 se incorporó en el Napoli donde estuvo hasta el año 2010. Fue de los primeros en asesorar a Maradona en sus inicios en Nápoles, aunque él no hablara español y el argentino ni chapurreara italiano. Pero el idioma del fútbol pudo más que otra cosa y los dos hicieron enseguida buenas migas: se veían para incluso fuera de la ciudad deportiva de Soccavo y para ir a cenar. Maradona se quedó impresionado por sus métodos de trabajo: “Diego se sorprendió cuándo vio cómo yo trataba sus músculos, hechos por una fibra muscular que nunca había visto antes. Yo lo masajeaba una hora antes y una hora después de los partidos y él se quedaba callado y lograba alcanzar una sensación de paz y relajación total”. El secreto de estos tratamientos era una crema de barro especial, inventada por el propio Carmando, que permitía relajar de manera muy rápida y concreta los músculos de las piernas del argentino. La química entre dos fue la clave del éxito de Maradona en el San Paolo y de Argentina en el mundial de México. La gloria de los dos tiene como retrato uno de los últimos murales dedicado a Maradona en el centro de Nápoles: al lado del rostro del Diego está escrito “1973-2010, en la cancha 11 Carmando”. Pocas palabras y una imagen que son historia eterna y viva.