*Texto Daniel Verdú.-Esta noche Ryan Giggs es titular. Cuando ese tipo de 40 años y 1.000 partidos en las piernas pise el césped, todo el estadio le cantará aquello de “Giggs will tear you apart” (Giggs te destrozará), por la legendaria canción de Joy Division. El Manchester United y el Real Madrid se juegan el pase a cuartos en Old Trafford. Y si el fútbol es adoración e imitación de los ídolos, hoy voy con los de rojo. Me encuentro más a gusto sentado al lado de Ian Brown, de los Stone Roses, tomando una cerveza con Morrissey y Thom Yorke o saliendo a fumar al aparcamiento con Mani, bajista de Primal Scream. El equipo inglés tiene hinchas para reunir en un solo palco VIP a buena parte de los autores de la banda sonora de las dos últimas décadas del siglo XX. No hay otro igual. Pero el sonido que procede del resto de la grada resulta igualmente revelador para comprender esta extraña e irregularmente fructífera relación entre música y fútbol. Conviene saber que ambos asuntos son una cuestión de fidelidad.
De ‘Alta fidelidad’, como diría Nick Hornby –perdón, había que meter la referencia como fuera-. Algo que explicaría también la simpatía que despiertan jugadores como Giggs frente al mercenario imperante. Y eso, en estos tiempos promiscuos de twitters, facebooks y amores con déficit de atención, puede desconcertar a cualquiera. No olviden a Rod Stewart llorando a moco tendido en el palco del Celtic cuando su equipo del alma se merendó al Barça en noviembre. O a Liam Gallagher por el Bernabéu como un poseso mientras veía perder a su Manchester City. La ciencia ofrece algunas respuestas a este fenómeno. Cuenta el psiquiatra Oliver Sacks que los ancianos con deterioro cognitivo acceden a parte de las vivencias perdidas a través de la música que escuchaban a los 20 años. Resulta que la memoria se organiza de diferentes maneras en el cerebro, y que los recuerdos musicales son independientes de las estructuras del lóbulo temporal medial, lugar donde se alojan los datos y los episodios (y que desaparecen con mayor facilidad). Un amnésico melómano podría olvidar su nombre, pero no el sonido de la Quinta de Beethoven.
No olviden a Rod Stewart llorando a moco tendido en el palco del Celtic cuando su equipo del alma se merendó al Barça en noviembre. O a Liam Gallagher por el Bernabéu como un poseso mientras veía perder a su Manchester City. La ciencia ofrece algunas respuestas a este fenómeno
Con el fútbol sucedería igual. Quizá no recordaría el episodio concreto, los datos (cuatro goles de una fatídica final en Atenas, por ejemplo), pero sí esa extraña sensación de felicidad prolongada (el concepto Dream Team, siguiendo con el experimento). Porque llegada al cerebro, la ensalada de estímulos se estructura en un remoto lugar en torno a algo tan difuso y cursi como eso de las emociones. Un extraño cuerpo inmaterial del que es imposible hablar sin hacer el ridículo (de ahí los alaridos en la grada o la cara de velocidad de los críticos musicales cuando emiten un veredicto). Por eso, la literatura y el periodismo sobre música y fútbol suelen construirse alrededor de la mitología y los rituales que envuelven a sus héroes. Es la única manera de referirse a algo tan indescriptible como las emociones y no parecer un energúmeno. O mucho peor, un pedante que no ha pisado en su vida un estadio. Sepan también que el fútbol siempre gana.
La literatura y el periodismo sobre música y fútbol suelen construirse alrededor de la mitología y los rituales que envuelven a sus héroes.
Es más fácil que un músico llegue tarde a un concierto o lo retrase por un partido (en el Primavera Sound de hace dos años nadie quería tocar a la misma hora que la final de la Champions, empezando por PJ Harvey) que lo contrario. También en la música clásica. El director de orquesta ruso Valery Gergiev es capaz de todo para ver jugar un rato a Messi.La última vez que estuvo en Barcelona, terminó de dirigir a Chaikovski en el Liceo y se largó volando al frío palco del Camp Nou a ver la segunda parte contra el Granada. Al día siguiente, completamente resfriado, sólo repetía como un niño que iba a hacer que el teatro Mariinsky de San Petersburgo fuera como la Masía del Barça. En la dirección contraria sabemos también que Tito Vilanova acude regularmente a conciertos sinfónicos en Barcelona. Incluso en pleno tratamiento de su enfermedad en Nueva York, nos cuentan, ha frecuentado el Carnegie Hall en busca de ese sonido reparador.
DE LOS BEATLES A the WHITE STRIPES
Pero contengan el sueño húmedo de la alta cultura como coartada. El fútbol es el fenómeno pop por excelencia. En realidad, gracias a David Beckham (más bien a su mujer, que sabía mucho mejor que él de qué iba el negocio), en este deporte reside hoy la verdadera sustancia del pop. Si Cruyff fue lo más parecido a un Beatle que hubo en un terreno de juego -con toda la mítica y descamisada selección orange erigida, pitillo en mano, por primera vez en el fútbol en modelo de lo que los jóvenes querían ser- Cristiano Ronaldo encajaría hoy mejor con la personalidad de un dj estrella comiéndose el mundo solo sobre un podio. Y no es una analogía romántica.
Si Cruyff fue lo más parecido a un Beatle que hubo en un terreno de juego -con toda la mítica y descamisada selección orange erigida, pitillo en mano, por primera vez en el fútbol en modelo de lo que los jóvenes querían ser- Cristiano Ronaldo encajaría hoy mejor con la personalidad de un dj estrella comiéndose el mundo solo sobre un podio. Y no es una analogía romántica.
El pop en todas sus variantes siempre ha utilizado la música y sus emociones como pretexto para vendernos ropa, peinados, coches y bebidas refrescantes. Perfumando al mundo con aroma Lady Gaga. “Nunca serás como ellos. Pero podemos ayudarte a hacer lo que hacen (o consumen)”. Y bien mirado, desde la legendaria Naranja Mecánica, ¿qué equipo de fútbol vive todavía de la venta de entradas? Pero yendo a la música. En los campos de fútbol españoles se canta poco y mal. Siempre lo mismo. Y poco rato. El único equipo que ha entendido que el camino más corto entre la grada y el campo es una cierta coordinación entre el cerebro y la garganta (y una buena dosis de creatividad) es el Atlético de Madrid. Más allá del Calderón, el pop se ha filtrado burdamente en algunos estadios transformando en onomatopeya el ‘Seven Nation Army’ de The White Stripes o el ‘Go West’ de los Pet Shop Boys (cuyo uso parece que inauguraron los ‘gunners’ en el descanso de un Arsenal-Parma de 1994 usando su mítico ‘One-nil to the Arsenal’ con el que presumían de ganar por 1-0 con su antiguo fútbol rácano de los 80). No descarten que este fracaso patrio generalizado comparta su origen con el propio desastre musical de la historia de este país.
Ya saben, mientras aquí el pop eran Los Brincos, el Dúo Dinámico o Mocedades (por citar tres hitos del sonido genuinamente español), en las islas británicas tenían a The Who, The Beatles, The Kinks. Los ingleses, que inventaron ambas cosas, hicieron una histórica demostración del perfecto matrimonio que forman deporte y música el pasado verano. La banda sonora de la ceremonia de apertura de Los Juegos Olímpicos que eligió Danny Boyle (también dirigió ‘Trainspotting’, cuya selección musical fue tan buena que vendió más copias que la película) nos dejó de una pieza.
La idea –muy de ceremonia olímpicaera explicar la historia reciente de un país a través de su música y la sociología que la adorna. Puro underground para nosotros, mainstream nacional para ellos. Empezaron con el ‘Surf Solar’ de Fuck Buttons, todo un himno electrónico de una pareja de genios de Bristol que sólo suenan en los clubes del este de Londres. De ahí no se bajaron. Sex Pistols, The Jam, The Clash, OMD, The Who, Rolling Stones, David Bowie, Duran Duran, New Order, Happy Mondays, Radiohead, MIA, Arctic Monkeys… En fin, que cuando Barcelona inauguró los suyos, se trajo a Los Manolos para contar un chiste sobre los Beatles. En los campos de futbol (y en el relato de la mítica futbolística) ha pasado algo parecido. Manchester es una ciudad gris e irremediablemente fea conocida mundialmente por sus (ahora) dos equipos de fútbol. Pero también por ser la cuna musical de toda una generación que cambió las reglas del pop: Joy Division, New Order, Stone Roses, Happy Mondays u Oasis. Alumbró las primeras ‘raves’ y la llegada del ‘acidhouse’ a Europa, con una forma de ocio tan brutalmente evasiva como una tarde de remontada en el fútbol. Barra libre de endorfinas. Y hay más.
El United tuvo al primer futbolista con sobrada actitud para estrella del rock: George Best. Y también al segundo: Eric Cantona.
El United tuvo al primer futbolista con sobrada actitud para estrella del rock: George Best. Y también al segundo: Eric Cantona. De hecho Ash le dedicó al francés una canción y The Wedding Present un disco al inglés. El resto convertimos en princesa a una Spice Girl abonada al palco de un club cuyo consejo de administración supo antes que nadie que el futuro del fútbol pasaba por las giras internacionales. Justo lo que acaba de descubrir la moribunda industria discográfica. Al final de estas líneas el Madrid se ha ventilado al Manchester. Lo que demuestra que por muy moderno que uno se crea, la Copa de Europa es un torneo ‘cool’ y colorido que conviene haber ganado mucho en blanco y negro y con otro tipo de banda sonora para escuchar Freddie Mercury a final de temporada.•
*texto recogido en nuestro número 4. En el especial de fútbol y música.