Guille Galván
Acabo de finalizar un costa a costa sobrecogedor que nos ha llevado desde Boston hasta Los Ángeles bajo el paraguas de esa maravillosa excusa que es hacer conciertos. Durante cuatro semanas viajamos de ciudad en ciudad, embutidos en un autobús gigante con camas que nos permitía dormir por la noche, acostándonos en un sitio y despertándonos en otro, a cientos de kilómetros de distancia. Una de esas mañanas de traqueteo y duermevela, abrí el ojo y, tras la cortina, apareció el colosal skyline de Manhattan, dibujado desde el otro lado del río, en la zona norte de Long Island. Acabábamos de llegar a Nueva York. Con las legañas aun de exposición, bajé del bus para descubrir que el barrio al que acabábamos de llegar olía a tejido industrial reconvertido; lofts, platós y estudios fotográficos habían ocupado el espacio de lo que en otro tiempo pudo que ser una zona trabajadora. Edificios de ladrillo visto, grandes escaleras de emergencia y cierres de chapa metálica.
En uno de estos portones encontré este retrato de la capitana de la selección estadounidense de fútbol, Megan Rapinoe, convertida en icono pop urbano sobre una puerta de garaje gracias a la firma del grafitero DjBarry. En la misma acera, apenas unos metros más allá, también estaban los retratos de la activista Malala y la parlamentaria Alexandria Ocasio Cortes, todas ellas mujeres empoderadas, referentes en la lucha por las libertades en el siglo XXI. ¿Y qué hacía una futbolista en esa terna? No entraba en mis planes encontrar ninguna referencia futbolera en una gira por Estados Unidos.
¿Y qué hacía una futbolista en esa terna? No entraba en mis planes encontrar ninguna referencia futbolera en una gira por Estados Unidos.
La mejor jugadora del mundo según la FIFA critica abiertamente la política de la administración Trump, es activa públicamente en la defensa de los derechos LGTBI, y denunció la homofobia y el racismo que pudren el fútbol cuando recibió el premio The Best 2019 delante de la plana mayor del establishment mundial. No es habitual ver a un deportista saltarse el protocolo de agradecimientos formales repartidos entre clubes y patrocinadores. No es normal oír hablar de ciertos temas sin miedo a las reprimendas del equipo o la perdida de sponsors. Megan lo hace. Y es que, gracias a su obstinación, Rapinoe ha ensanchado el fútbol. Le ha regalado a este deporte un tanto que poco tiene que ver con correr más que los chicos o llegar desde el córner al punto de penalti.
No es normal oír hablar de ciertos temas sin miedo a las reprimendas del equipo o la perdida de sponsors. Megan lo hace.
La estadounidense ha logrado un gol olímpico que agarra, por fin, el guante de la responsabilidad de los futbolistas con su tiempo. Ha impregnado al balompié femenino de una solidaridad colectiva poco vista hasta la fecha en la mayoría de sus compañeros masculinos, lanzando un claro aviso a navegantes que poco a poco parecen descodificar los grandes clubes del mundo: el fútbol del futuro también será femenino, o no será. Hace algún tiempo que Rapinoe es un referente para las niñas de su país, ha logrado introducir la pelota mucho más lejos que ningún otro futbolista masculino en Estados Unidos, un país de tradición esquiva con al soccer.
Hace algún tiempo que Rapinoe es un referente para las niñas de su país, ha logrado introducir la pelota mucho más lejos que ningún otro futbolista masculino en Estados Unidos, un país de tradición esquiva con al soccer.
Y lo ha conseguido por su juego pero también por su capacidad para entender una jugada mucho más amplia. “Somos mujeres atletas, pero somos mucho más que eso… podemos usar este maravilloso deporte para cambiar el mundo para mejor”. Y por eso la pintan los grafiteros y está en los barrios guays de la ciudad más importante del planeta, porque en los premios acaban los mejores, pero en las calles solo están los que tienen algo más que enseñarnos. •